El 12 de noviembre de 1938 el recién nombrado ministro de Finanzas Paul Reynaud declaraba: «Vivimos en un sistema capitalista cuyas leyes hay que obedecer. Son las leyes del beneficio, del riesgo individual, del mercado libre, del incentivo de la competencia [...]». El gobierno aprobó a continuación una serie de decretos reduciendo los salarios, alargando la semana laboral y socavando los términos y condiciones de empleo. La inflación se había comido ya los aumentos salariales obtenidos en junio de 1936, y aquellas medidas representaban una contraofensiva a gran escala contra los obreros franceses.
La CGT convocó una huelga general, pero su seguimiento fue irregular y la policía atacó con excepcional violencia a los huelguistas que se manifestaban. Los obreros de la colosal fábrica de Renault en Billancourt, a las afueras de Paris, se enfrentaron durante 24 horas contra 1.500 policías antidisturbios. Tras su derrota se vieron obligados a salir de la fábrica haciendo el saludo fascista y gritando: <<Vive la police!>>.
La derrota en aquella huelga desmanteló el gran movimiento obrero iniciado por los acontecimientos de febrero de 1934 y mayo- junio de 1936. La afiliación a los sindicatos bajó de un máximo de 4 millones a solo 1 millón. Una de cada seis agrupaciones locales de la CGT tuvo que cerrar. Miles de sindicalistas sufrieron represalias en el lugar de trabajo.
En 1934 Trotski había escrito:
Quienquiera que se consuele diciéndose Francia no es Alemania, está muy equivocado. En todos los países operan las mismas leyes históricas, las leyes del declive capitalista [...] La burguesía está arrastrando su sociedad a una bancarrota total No es capaz de ofrecer al pueblo ni pan ni paz, y es precisamente por eso por lo que no puede seguir tolerando el orden democrático.
La única alternativa existente era, concluía Trotski, o revolución socialista o barbarie fascista.
La derrota, desintegración y desmoralización del movimiento obrero francés sentó las bases para la capitulación militar de Francia en 1940, la ocupación de más de la mitad del país por los nazis y el establecimiento, en la otra mitad, del régimen colaboracionista de Vichy bajo el mando del mariscal Pétain. El análisis de Trotski quedaba así confirmado.
LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA
En su Homenaje a Cataluña, George Orwell describía así el ambiente que encontró en Barcelona en noviembre de 1936:
Por primera vez en mi vida me encontraba en una ciudad donde la case trabajadora llevaba las riendas. Casi todos los edificios, cualquiera que fuera su tamaño, estaban en manos de los trabajadores y cubiertos con banderas rojas o con la bandera roja y negra de los anarquistas [...]. En todas las tiendas y en todos los cafés se velan letreros que proclamaban su nueva condición de servicios socializados [...] No quedaban automóviles privados, pues habían sido requisados, y los tranvías y taxis, además de buena parte del transporte restante, ostentaban los colores rojo y negro. [...] Parecía una ciudad en la que las clases adineradas habían dejado de existir. [...] Por encima de todo, existía fe en la revolución y en el futuro, un sentimiento de haber entrado de pronto en una era de igualdad y libertad. Los seres humanos trataban de comportarse como seres humanos y no como engranajes de la máquina capitalista.
España se había dividido en dos campos armados. El 17-18 de julio un grupo de generales encabezados por Francisco Franco había dado un golpe militar en un intento de arrebatar el control al gobierno democráticamente elegido del Frente Popular. El golpe contaba con el respaldo de la mayoría de los militares, la iglesia, los grandes terratenientes, los principales capitalistas y todos los partidos de derechas: además de la ultracatólica CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas, antes Acción Popular), representante de los grandes terratenientes, había carlistas, monárquicos alfonsinos (Renovación Española) y falangistas (fascistas). La rebelión militar triunfó en general fácilmente en las regiones más atrasadas y rurales de España, pero el 19-20 de julio obreros armados habían rodeado los cuarteles en Barcelona y Madrid y habían obligado a los soldados a rendirse; su acción había desencadenado la sublevación popular de la clase obrera española.
El tamaño de la clase obrera española casi se había duplicado entre 1910 y 1930, y ahora constituía alrededor de una cuarta parte de la población. En julio de 1936 hubo levantamientos revolucionarios en 5 zonas principales: el País Vasco, que contaba con el 70 por 100 de la producción de hierro y acero y de la construcción naval; la región minera de Asturias; Madrid, la capital; Andalucía, donde 800.000 jornaleros trabajaban en grandes latifundios; y Cataluña, donde se concentraba más de la mitad de la clase obrera.
La tensión entre las clases había sido elevada desde finales del siglo XIX. La industrialización, por limitada y dispersa que fuera, había generado una clase obrera bien organizada con tradición combativa, especialmente en Cataluña, pero estaba políticamente dividida. La Unión General de Trabajadores (UGT), dominante en Madrid y en gran parte del País Vasco, estaba dirigida por el Partido Socialista (PSOE). La Confederación Nacional del Trabajo (CNT), dominante en Cataluña, era en cambio desde la década de 1920 una poderosa organización anarcosindicalista, con más de 500.000 miembros, con la que estaba vinculada la Federación Anarquista Ibérica (FAI). Había también partidos de izquierda más reducidos como el Partido Comunista de España (PCE), el Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), y el Partido Socialista Unificado de Cataluña (PSUC), constituidos estos dos últimos a partir de la fusión, en septiembre de 1935 y en julio de 1936, de pequeños grupos comunistas.
El 14 de abril de 1931 se había proclamado la República. El rey Alfonso XIII se había visto obligado a exiliarse y se había constituido un gobierno liberal-republicano, que sin embargo no cumplió sus promesas, en particular la reforma agraria, y que por el contrario reprimió duramente las ocupaciones de tierras y las huelgas, en particular en Castilblanco y Arnedo en 1932 y en Casas Viejas en 1933, donde la Guardia Civil y la Guardia de Asalto causaron numerosas víctimas.
Aunque la Sanjurjada (intento de golpe del general José Sanjurjo el 10 de agosto de 1932) fracasó estrepitosamente, la debilidad del gobierno obligó a nuevas elecciones generales el 19 de noviembre...
NEIL FAULKNER - De neandertales a neoliberales (2014)