Fractal
Independiente.
Ah, el rock peruano, hoy sospechosa causa célebre de futuros chamanes en busca de posicionarse como autoridades musicales en los aguachientos medios locales. Pero, ¿es la geografía o la nacionalidad algo más que una mera circunstancia? ¿Es menos insoportable un seudokorn por ser peruano que por ser gringo o chileno o neocelandés? ¿Es el patrioterismo disculpa para el horrible conservadurismo estilístico que cunde?. Discípulo indiscutible de Sonic Boom, Wilder, factótum del proyecto experimental perucho Fractal, ofrece un ejemplo de rutas alternas con este trabajo epónimo, contundente porción de música cuya principal virtud (a pesar de sus eventuales fallas –nadie es perfecto) es desafiar los convencionalismos formales. Como no es infrecuente en el panorama del experimentalismo/post-rock local, Fractal se inscribe conscientemente en una tradición de práctica sonora radical/vanguardista/“far-out” en la que no son extrañas la bruma química de los Spacemen 3, las desasosegante combinaciones modales del dark-industrial ochentero, la aspereza timbral de tempraneros laboratoristas electrónicos como Stockhausen, la sintonía retro con el krautrock y su particular versión de la estética psicodélica que los inspiró. Se percibe también una especial predilección por el juego con filtros, LFOs, osciladores, a medio camino entre la aleatoriedad y construcciones más estructuradas, especialmente en temas como “Colisión Matriz" (un complejo entramado de múltiples capas de burbujeantes pulsos y ondas sinoidales conducido por un insistente bajo) y “Soy tuyo Señor”. Como sugiere este título, encontramos en Fractal también un poderoso misticismo de lo industrial/espacial (efecto enfatizado por la ocasional presencia de impresionistas voces que musitan mensajes no verbales), relacionado con la experimentación aural como fin en si mismo –toda una drug music, trascendentalista, de connotaciones de ciencia ficción, que alude al espacio (más interno que externo) y a la idea de viaje/desplazamiento, así como a la inminencia de una transformación interior. Y sé que esto último puede sonar sospechosamente solemne o prog (en el sentido hasta las huevas del término), pero este no es un disco de Kitaro o Rick Wakeman. Muestra un uso inteligente de recursos mínimos (“Ilumíname”), interacciones instrumentales sencillas (bajo + batería aparecen por ahí), sucesiones de escalas simples que homenajean la calidez y el aire naif de la maquinaria analógica (“Lekta”), estática imitación onda corta y elementos minimalistas. Insólitamente, hasta suena una especie de órgano en “Traslación” –la idea de una nueva religiosidad asociada a estados de percepción non-sanctos. Las atmósferas envolventes y seductoras del álbum (sobre todo cuando hay partes vocales) remiten a las ideas de Crisálida Sónica (la intriga detrás del sonido, la poesía de la indeterminación, el cuestionamiento del rock desde el abandono del rock), en una clara continuación y desarrollo de los aciertos iniciados por aquel contingente musical media década atrás.
Esperando vuelo en un aeropuerto alemán (diseñado por el viejo de Florian de Kraftwerk), al amado Eno le vino a la mente la idea de Music for Airports: componer música que te prepare para morir y te haga pensar “de hecho, no sería la gran cosa si muero”. Salvando las distancias, escuchar los ciclos hipnóticos de Fractal me hace pensar en un mensaje similar para la sala de embarque previa a un viaje que es a ninguna parte, al despojamiento, fuera del cuerpo –pero viaje al fin.
MARCO RIVERA.
(publicado en el N°9 de la revista peruana Interzona)
AÑO 2003 aprox......
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