por Miguel de Cervantes
De El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha (1605)
«—¿Vienes a ver, por ventura, ¡oh fiero
basilisco destas montañas!, si con tu presencia vierten sangre las
heridas de este miserable a quien tu crueldad quitó la vida, o vienes a
ufanarte en las crueles hazañas de tu condición, o a ver desde esa
altura, como otro despiadado Nero, el incendio de su abrasada Roma, o a
pisar arrogante este desdichado cadáver, como la ingrata hija al de su
padre Tarquino? Dinos presto a lo que vienes, o qué es aquello de que
más gustas; que por saber yo que los pensamientos de Grisóstomo jamás
dejaron de obedecerte en vida, haré que, aun él muerto, te obedezcan los
de todos aquellos que se llamaron sus amigos.
—No vengo, ¡oh Ambrosio!, a ninguna cosa
de las que has dicho ―respondió Marcela―, sino a volver por mí misma, y a
dar a entender cuán fuera de razón van todos aquellos que de sus penas y
de la muerte de Grisóstomo me culpan; y así, ruego a todos los que aquí
estáis me estéis atentos: que no será menester mucho tiempo, ni gastar
muchas palabras, para persuadir una verdad a los discretos. Hízome el
cielo, según vosotros decís, hermosa, y de tal manera, que, sin ser
poderosa a otra cosa, a que me améis os mueve mi hermosura, y por el
temor que me mostráis, decís, y aun queréis que esté yo obligada a
amaros. Yo conozco, con el natural entendimiento que Dios me ha dado,
que todo lo hermoso es amable; mas no alcanzo que, por razón de ser
amado, esté obligado lo que es amado por hermoso a amar a quien le ama. Y
más, que podría acontecer que el amador de lo hermoso fuese feo, y
siendo lo feo digno de ser aborrecido, cae muy mal el decir: “Quiérote
por hermosa: hasme de amar aunque sea feo.” Pero, puesto caso que corran
igualmente las hermosuras, no por eso han de correr iguales los deseos;
que no todas las hermosuras enamoran; que algunas alegran la vista y no
rinden la voluntad; que si todas las bellezas enamorasen y rindiesen,
sería un andar las voluntades confusas y desencaminadas, sin saber en
cuál habían de parar; porque, siendo infinitos los sujetos hermosos,
finitos habían de ser los deseos. Y, según yo he oído decir, el
verdadero amor no se divide, y ha de ser voluntario, y no forzoso.
Siendo esto así, como yo creo que lo es, ¿por qué queréis que rinda mi
voluntad por fuerza, obligada no más de que decís que me queréis bien?
Si no, decidme: si como el cielo me hizo hermosa me hiciera fea, ¿fuera
justo que me quejara de vosotros porque no me amábades? Cuanto más, que
habéis de considerar que yo no escogí la hermosura que tengo: que, tal
cual es, el cielo me la dio de gracia, sin yo pedirla ni escogella. Y
así como la víbora no merece ser culpada por la ponzoña que tiene,
puesto que con ella mata, por habérsela dado Naturaleza, tampoco yo
merezco ser reprehendida por ser hermosa; que la hermosura en la mujer
honesta es como el fuego apartado, o como la espada aguda: que ni él
quema ni ella corta a quien a ello no se acerca. La honra y las virtudes
son adornos del alma, sin las cuales el cuerpo, aunque lo sea, no debe
de parecer hermoso. Pues si la honestidad es una de las virtudes que al
cuerpo y al alma más adornan y hermosean, ¿por qué la ha de perder la
que es amada por hermosa, por corresponder a la intención de aquel que,
por sólo su gusto, con todas sus fuerzas e industrias procura que la
pierda? Yo nací libre, y para poder vivir libre escogí la soledad de los
campos; los árboles destas montañas son mi compañía; las claras aguas
destos arroyos mis espejos; con los árboles y con las aguas comunico mis
pensamientos y hermosura. Fuego soy apartado y espada puesta lejos. A
los que he enamorado con la vista he desengañado con las palabras; y si
los deseos se sustentan con esperanzas, no habiendo yo dado alguna a
Grisóstomo ni a otro alguno, en fin, de ninguno dellos, bien se puede
decir que antes le mató su porfía que mi crueldad. Y si se me hace cargo
que eran honestos sus pensamientos, y que por esto estaba obligada a
corresponder a ellos, digo que cuando en ese mismo lugar donde ahora se
cava su sepultura me descubrió la bondad de su intención, le dije yo que
la mía era vivir en perpetua soledad, y de que sola la tierra gozase el
fruto de mi recogimiento y los despojos de mi hermosura; y si él, con
todo este desengaño, quiso porfiar contra la esperanza y navegar contra
el viento, ¿qué mucho que se anegase en la mitad del golfo de su
desatino? Si yo le entretuviera, fuera falsa; si le contentara, hiciera
contra mí mejor intención y prosupuesto. Porfió desengañado, desesperó
sin ser aborrecido: ¡mirad ahora si será razón que de su pena se me dé a
mí la culpa! Quéjese el engañado; desespérese aquel a quien le faltaron
las prometidas esperanzas; confíese el que yo llamare; ufánese el que
yo admitiere; pero no me llame cruel ni homicida aquel a quien yo no
prometo, engaño, llamo ni admito. El cielo aún hasta ahora no ha querido
que yo ame por destino, y el pensar que tengo que amar por elección es
excusado. Este general desengaño sirva a cada uno de los que me
solicitan de su particular provecho, y entiéndase de aquí en adelante
que si alguno por mí muriere, no muere de celoso ni de desdichado,
porque quien a nadie quiere, a ninguno debe dar celos; que los
desengaños no se han de tomar en cuenta de desdenes. El que me llama
fiera y basilisco, déjeme como cosa perjudicial y mala; el que me llama
ingrata, no me sirva; el que desconocida, no me conozca; quien cruel, no
me siga; que esta fiera, este basilisco, esta ingrata, esta cruel y
esta desconocida, ni los buscará, servirá, conocerá ni seguirá en
ninguna manera. Que si a Grisóstomo mató su impaciencia y arrojado
deseo, ¿por qué se ha de culpar mi honesto proceder y recato? Si yo
conservo mi limpieza con la compañía de los árboles, ¿por qué ha de
querer que la pierda el que quiere que la tenga con los hombres? Yo,
como sabéis, tengo riquezas propias, y no codicio las ajenas; tengo
libre condición, y no gusto de sujetarme; ni quiero ni aborrezco a
nadie; no engaño a éste, ni solicito a aquél; ni burlo con uno, ni me
entretengo con el otro. La conversación honesta de las zagalas destas
aldeas y el cuidado de mis cabras me entretiene. Tienen mis deseos por
término estas montañas, y si de aquí salen, es a contemplar la hermosura
del cielo, pasos con que camina el alma a su morada primera».
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