Por EDGARDO RIVERA MARTÍNEZ
Extraído de "País de Jauja"
... Al poco rato salió el carpintero, acompañando a su visitante, que se marchaba, y luego de despedirlo en el zaguán retornó a ti. Otra vez te invitó a pasar y a sentarte en lo que después llamarías su "gabinete", encendió el foco y retomó su lugar en el sillón. "¿De qué hablábamos?", preguntó. "Usted me dijo que podía subir al balcón". "Ah, sí. ¿Echaste una mirada?", "Sí, señor, pero ¿cómo sube usted?". "Hay una escalera desde mi dormitorio". "Debe ser hermoso el paisaje, desde allá arriba". "Así es, en efecto. Desde allí veo los cerros de Huajlas, de Paca, de Hualá. Desde allí contemplo también las nubes, las noches estrelladas, el aire del amanecer. Desde allí elevo mi espíritu hacia el cosmos". En voz baja señalaste: "Usted no habla como un carpintero, don Fox. Mi hermano dice que más parece un poeta...". "¿Eso dice? Me alegro, muchacho, porque en realidad no soy más que un artesano, un hombre de pueblo que apenas si acabó la primaria". "Y entonces, ¿cómo habla de esa manera? ¿Cómo predica usted esas cosas?". "¿Qué cosas?". "Bueno, como cuando nos habló del agua, de la luz, de la pureza. ¿No se acuerda?". "Digo lo que creo, mas no como poeta sino como hombre convencido de que debemos purificar nuestro ser". "Pero, ¿y los ataúdes?". "¿Qué hay de raro en eso? Yo soy un admirador de San Francisco, y me gusta hablar de nuestra hermana la muerte. ¿No es ella nuestro destino, y no vamos a reposar en su seno?". No supiste qué decir, otra vez estupefacto. ¿Se trataba realmente de un chiflado? ¿Un profeta? ¿Un loco? Prosiguió: "Les hablé a ustedes así, esa vez, aunque el momento no fuera adecuado, porque la mañana era tan límpida, y porque aprecio y respeto a tu señora madre y a la señorita Marisa, y tengo la mejor opinión del joven Abelardo. Y porque tú me pareces un jovencito inteligente...". "¿Y les habla de lo mismo a la señora Ramos, y a las demás personas que lo visitan?". "Así es, y de otras cosas semejantes, y me escuchan porque son personas bondadosas, que disculpan mi ignorancia y valoran mi sinceridad". El viejo señor hablaba con una especie de plácida dulzura que te hacía sentir muy bien. Cuán irónico resultaba, por lo mismo, que sus nombres de pila se hubiesen convertido en esa abreviatura tan contraria, en su ajeno y zorruno significado, a la amorosa sabiduría que reflejaban sus palabras. "¿Y desde cuándo predica usted esos conceptos?". "Repito que no predico nada y que si hablo al respecto es porque creo en la verdad de lo que digo, y lo hago solo con las personas que tienen la paciencia de escucharme y se sienten afines a mi modo de pensar". "Pero, ¿desde cuándo? ¿Cómo empezó todo?". "Fue una venturosa mañana de mayo de 1913, hace ya tanto tiempo, en que por primera vez se hizo la claridad en mi mente. Volvía yo de una pequeña finca de mis padres en Huertas, y me detuve a observar las gotas del sereno en un retoño de eucalipto. Cada gota se veía tan pura, tan feliz en su transparencia, que me dije que lo mismo podía suceder con nosotros si sabemos abrirnos al aire, a la luz, al agua. Es decir, si sabemos volver a lo límpido, a lo natural, y con ello a la alegría. Y así se nos abriría el camino hacia Dios, que es el universo todo. ¿No era así como pensaban nuestros antepasados?". "Pero don Fox, ¿acaso puede durar una gota de rocío? ¿No es acaso...?". "¿Lo más fugarz? Claro que sí. pero nosotros no somos una gota de agua, sino corazón, alma, y podemos dar duración a lo más efímero, y a lo efímero eternidad". Vio sin duda que te era difícil seguirle, y prosiguió: "Ya sé, no soy claro ni persuasivo, porque no soy hombre instruido, y porque no es fácil remediar con desordenadas lecturas, y ya en la vejez, lo que no aprendí de joven. Lo sé, y por eso no me dirijo a todo el mundo, ni pretendo convertir a nadie. Digo simplemente mi verdad, del mejor modo que puedo, y me siento muy contento por ello". Otra vez no supiste qué decir. Era tan hermoso lo que decía, y a la vez tan confuso, y, en probable opinión de tu tía Marisa, tan traído por los pelos... Continúo después de una pausa: "Y todo puede ser aún más claro si tenemos presente que así como la muerte sigue a la vida, así también hay vida después de la muerte, y en definitiva un constante retorno de la vida a la vida, que es como decir a Dios, al verdadero Dios. Así es, jovencito...". "Entonces, según usted, nadie se muere de verdad...". "La muerte es una realidad, pero siempre vence la vida. Por eso mañana seremos abeja, flor, árbol. Y después viento, nube y otra vez hombres. Pero solo podemos ser felices cuando somos de veras humanos, y cuando tomamos debida nota de que la sencillez, la vida natural y una sincera hermandad con la naturaleza son el camino. Repito que no en otra cosa creían nuestros antepasados, con su culto a los puquios, a los peñascos, a las montañas. Y no es otro el simbolismo de esa gran piedra, tan bella, de Sayhuite". "¿De dónde?". "De Sayhuite, un lugar lejos de aquí, en Apurímac. ¿No has escuchado hablar de ella?". "No". "Una obra estupenda y misteriosa, que simboliza muy bien a mi entender lo que vengo diciendo"... "¿Y la música don Fox?". "La música es lo mejor". "Hace un rato dijo usted lo mismo del agua y del aire". "Bueno, la música es aún mejor". Y añadió: "Sé que tu señora madre es muy amante del piano, y que toca muy bonito. A veces, por la noche, se escucha desde aquí esa música de gente cultivada, y también música nuestra. Pero la música más hermosa es la del viento, del aguacero, del amanecer, y la música de nuestras hermanas las estrellas y del firmamento todo. Algo tan bello y que puedo escuchar desde lo alto de mi casa".
Extraído de "País de Jauja"
... Al poco rato salió el carpintero, acompañando a su visitante, que se marchaba, y luego de despedirlo en el zaguán retornó a ti. Otra vez te invitó a pasar y a sentarte en lo que después llamarías su "gabinete", encendió el foco y retomó su lugar en el sillón. "¿De qué hablábamos?", preguntó. "Usted me dijo que podía subir al balcón". "Ah, sí. ¿Echaste una mirada?", "Sí, señor, pero ¿cómo sube usted?". "Hay una escalera desde mi dormitorio". "Debe ser hermoso el paisaje, desde allá arriba". "Así es, en efecto. Desde allí veo los cerros de Huajlas, de Paca, de Hualá. Desde allí contemplo también las nubes, las noches estrelladas, el aire del amanecer. Desde allí elevo mi espíritu hacia el cosmos". En voz baja señalaste: "Usted no habla como un carpintero, don Fox. Mi hermano dice que más parece un poeta...". "¿Eso dice? Me alegro, muchacho, porque en realidad no soy más que un artesano, un hombre de pueblo que apenas si acabó la primaria". "Y entonces, ¿cómo habla de esa manera? ¿Cómo predica usted esas cosas?". "¿Qué cosas?". "Bueno, como cuando nos habló del agua, de la luz, de la pureza. ¿No se acuerda?". "Digo lo que creo, mas no como poeta sino como hombre convencido de que debemos purificar nuestro ser". "Pero, ¿y los ataúdes?". "¿Qué hay de raro en eso? Yo soy un admirador de San Francisco, y me gusta hablar de nuestra hermana la muerte. ¿No es ella nuestro destino, y no vamos a reposar en su seno?". No supiste qué decir, otra vez estupefacto. ¿Se trataba realmente de un chiflado? ¿Un profeta? ¿Un loco? Prosiguió: "Les hablé a ustedes así, esa vez, aunque el momento no fuera adecuado, porque la mañana era tan límpida, y porque aprecio y respeto a tu señora madre y a la señorita Marisa, y tengo la mejor opinión del joven Abelardo. Y porque tú me pareces un jovencito inteligente...". "¿Y les habla de lo mismo a la señora Ramos, y a las demás personas que lo visitan?". "Así es, y de otras cosas semejantes, y me escuchan porque son personas bondadosas, que disculpan mi ignorancia y valoran mi sinceridad". El viejo señor hablaba con una especie de plácida dulzura que te hacía sentir muy bien. Cuán irónico resultaba, por lo mismo, que sus nombres de pila se hubiesen convertido en esa abreviatura tan contraria, en su ajeno y zorruno significado, a la amorosa sabiduría que reflejaban sus palabras. "¿Y desde cuándo predica usted esos conceptos?". "Repito que no predico nada y que si hablo al respecto es porque creo en la verdad de lo que digo, y lo hago solo con las personas que tienen la paciencia de escucharme y se sienten afines a mi modo de pensar". "Pero, ¿desde cuándo? ¿Cómo empezó todo?". "Fue una venturosa mañana de mayo de 1913, hace ya tanto tiempo, en que por primera vez se hizo la claridad en mi mente. Volvía yo de una pequeña finca de mis padres en Huertas, y me detuve a observar las gotas del sereno en un retoño de eucalipto. Cada gota se veía tan pura, tan feliz en su transparencia, que me dije que lo mismo podía suceder con nosotros si sabemos abrirnos al aire, a la luz, al agua. Es decir, si sabemos volver a lo límpido, a lo natural, y con ello a la alegría. Y así se nos abriría el camino hacia Dios, que es el universo todo. ¿No era así como pensaban nuestros antepasados?". "Pero don Fox, ¿acaso puede durar una gota de rocío? ¿No es acaso...?". "¿Lo más fugarz? Claro que sí. pero nosotros no somos una gota de agua, sino corazón, alma, y podemos dar duración a lo más efímero, y a lo efímero eternidad". Vio sin duda que te era difícil seguirle, y prosiguió: "Ya sé, no soy claro ni persuasivo, porque no soy hombre instruido, y porque no es fácil remediar con desordenadas lecturas, y ya en la vejez, lo que no aprendí de joven. Lo sé, y por eso no me dirijo a todo el mundo, ni pretendo convertir a nadie. Digo simplemente mi verdad, del mejor modo que puedo, y me siento muy contento por ello". Otra vez no supiste qué decir. Era tan hermoso lo que decía, y a la vez tan confuso, y, en probable opinión de tu tía Marisa, tan traído por los pelos... Continúo después de una pausa: "Y todo puede ser aún más claro si tenemos presente que así como la muerte sigue a la vida, así también hay vida después de la muerte, y en definitiva un constante retorno de la vida a la vida, que es como decir a Dios, al verdadero Dios. Así es, jovencito...". "Entonces, según usted, nadie se muere de verdad...". "La muerte es una realidad, pero siempre vence la vida. Por eso mañana seremos abeja, flor, árbol. Y después viento, nube y otra vez hombres. Pero solo podemos ser felices cuando somos de veras humanos, y cuando tomamos debida nota de que la sencillez, la vida natural y una sincera hermandad con la naturaleza son el camino. Repito que no en otra cosa creían nuestros antepasados, con su culto a los puquios, a los peñascos, a las montañas. Y no es otro el simbolismo de esa gran piedra, tan bella, de Sayhuite". "¿De dónde?". "De Sayhuite, un lugar lejos de aquí, en Apurímac. ¿No has escuchado hablar de ella?". "No". "Una obra estupenda y misteriosa, que simboliza muy bien a mi entender lo que vengo diciendo"... "¿Y la música don Fox?". "La música es lo mejor". "Hace un rato dijo usted lo mismo del agua y del aire". "Bueno, la música es aún mejor". Y añadió: "Sé que tu señora madre es muy amante del piano, y que toca muy bonito. A veces, por la noche, se escucha desde aquí esa música de gente cultivada, y también música nuestra. Pero la música más hermosa es la del viento, del aguacero, del amanecer, y la música de nuestras hermanas las estrellas y del firmamento todo. Algo tan bello y que puedo escuchar desde lo alto de mi casa".
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