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lunes, 17 de septiembre de 2018

AL FIN Y AL CABO ¿DÓNDE ESTÁ LA PATRIA?


Por DAVID ROCA BASADRE
Extraído de "Hildebrandt en sus trece"

¿Sabe usted quiénes son José Luis Huamán o Jhon Barzola o Felimón Landeo o Alex Flores o Cesar Vilca Vega? ¿Recuerda a Nancy Flores Páucar? Alguna vez leyó sus nombres distraído, lector, lectora. ¿Recuerda a Elmer Quispe? Este más reciente, y quizá ya olvidó su nombre. Todos y muchos más – casi 500 – recibieron justificados honores militares tras morir en el VRAEM a manos de narcoterroristas.
Quisiera saber cuál es la suerte de Luis Astuquilca, héroe que sobrevivió con coraje en esa lucha. ¿Postuló, ingresó a la escuela de oficiales de la Policía Nacional? ¿Lo nombraron a una agregaduría en el exterior?

Hace pocos días, menos de dos semanas, cuando falleció en combate el suboficial Elmer Quispe, pregunté por una de las redes sociales a un alto oficial, que se felicitaba por una columna laudatoria del soldado caído, si hubiera aceptado que Elmer cortejara a su hija, si lo hubiera invitado a cenar, si su señora podría ser amiga de la madre de Elmer.
Quizá parezca provocación, no lo era, solo quería demostrar el punto siguiente, y que expliqué a alguno que me respondió diciendo que ofendía a las Fuerzas Armadas: “Los problemas en las FFAA y FFPP no están aislados de los del país. Porque son parte del país. Solo se podrá vivir patria cuando las distancias desaparezcan. Hablo de democracia real. Difícil creer en sentimientos que no son compartidos desde una experiencia de empatía cercana.”

Es que falta que decidamos lo qué es la patria. Envueltos en la justa rememoración de héroes de la talla inmensa de Grau, que cuidaba de sus oficiales y marinería con el afecto que la Historia oficial les niega, muchos se quedan en la simbología, sin aterrizar en el mundo en que vivimos. Todas las definiciones que escuchamos se refieren a geografía o símbolos o Historia, pero la vaguedad termina convirtiendo todo en emociones, en fútbol.
Los ejemplos de una enorme confusión abundan. Trabajé tres años en una municipalidad distrital, como director de un área, y le pagaban tarde o nunca al personal a mi cargo. La mitad de mi tiempo lo pasaba haciendo gestiones para conseguir que les abonen algo, lo que llegaba a veces y casi como propinas. Un día me tocó estar al lado del alcalde en una ceremonia y aproveché para gestionar directamente lo de los trabajadores. El tipo escuchó, me miró un momento y me dijo: “¿Sabes?, a mí eso no me importa.” Fue el momento en que decidí renunciar.
El detalle es que este alcalde, al que le achacaban además manejos turbios, obligaba a que el personal asistiera todos los domingos a la plaza principal del distrito para izar la bandera y cantar el himno nacional. Él, obviamente, presidía emocionado la ceremonia. No vale la pena mencionar nombres, ¿para qué? Esa conducta es la norma.
Me cuentan quienes fueran trabajadores de la empresa Pilas National a fines de los 60 e inicios de los 70, que el gerente de relaciones industriales era el abogado Isaac Humala, el etnocacerista patriota abogado de los cobrizos, pero que a esos cobrizos en particular los trataba como el peor de los tiranos. Los trabajadores le habían puesto un sobrenombre que no escribiré aquí, pero que habla claro de la distancia entre aquel gerente y los trabajadores.

En la hermosa narración de López Albújar “El hombre de la bandera”, Aparicio Pomares, ese héroe olvidado porque es indígena, describe la patria mientras trata de convencer a los comuneros para que se enfrenten al invasor chileno: “¿Y el Perú no es una comunidad? (…) ¿Qué cosa creen ustedes que es el Perú? Perú es muy grande. Las tierras que están al otro lado de la cordillera son Perú; las que caen a este lado también son Perú. Y Perú también es Pachas, Obas, Chupán, Chavinillo, Margos, Chaulán... y Panao, y Llata, y Ambo, y Huánuco.” Pero antes de desenvolver la bandera con la que moriría envuelto, para mostrarla, concede algo grave, aunque le agregue una cuota de idealismo: “¿Qué los mistis nos tratan mal? ¡Verdad! Pero peor nos tratarían los mistis chilenos. Los peruanos son, al fin, hermanos nuestros: los otros son nuestros enemigos.”

...

Entonces, ¿qué es el amor a la patria si no puede compartirse? Unos son parte de la tierra que los cobija y sus usos y costumbres brotan de ese trato afectuoso con lo que los nutre. Otros piensan que el territorio tiene riquezas que hay que extraer a cualquier precio para vender al extranjero, y no tienen ninguna preocupación por los que habitan en los lugares donde deciden excavar. Los unos no tienen otro poder que el de su voluntad y fortaleza para defenderse. Los otros tienen todo el poder de la fuerza de las armas y leyes que a veces obedecen y otras no, y del manejo de las palabras en la lengua que es la más importante en los medios de comunicación que circulan por todo el Perú.
Si hay quienes no dudan en destruir el lugar en el que viven, y no dudan en menospreciar la vida de quienes se afectan por esos actos porque se sienten extraños a su destino, si no se perciben iguales a los demás con quienes comparten el país en el que viven, ¿dónde está la patria? ¿Quién la tiene?
No es una bandera, no es los héroes que escogieron unos para esconder a los otros, no es uniformes y parafernalia. Víctor Andrés Belaúnde decía que la peruanidad es un sentimiento de identidad de los pueblos del Perú, basado en el afecto hacia sus tradiciones y la fe en su destino. No llego a entender.
Pienso que patria es pertenencia, es ser parte de la materia que nos envuelve y acoge, y que se ama porque te nutre y porque allí cohabitas con todo lo que la compone. Es concreto, es material, es inmediato, no puede ser un poema mal hecho que ignora al agua, a la tierra, y todo lo que contiene: a la gente, en nombre de alguna codicia.
Lejos estamos del Perú que soñaba Aparicio Pomares, quien no descansa en el Panteón de los Próceres, pero sí abrazado a su bandera. La tarea es, precisamente, lograr que esa patria exista, y para eso hay que desandar lo andado, y recomenzar a diseñar la vida en la tierra que nos vio nacer. Es la tarea que nos espera.

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barbarismos

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El Comité empezó a ser acosado por la policía. Hipólito Salazar, que había fundado la Federación Indígena Obrera Regional Peruana, fue deportado. Urviola enfermó de tuberculosis y falleció el 27 de enero de 1925. Cuando enterraron a Urviola varios dirigentes de la Pro-Derecho Indígena Tahuantinsuyo no pudieron asistir a su velatorio en el local de la Federación de Choferes, en la calle Sandia. El sepelio fue multitudinario. Los ejércitos particulares de los hacendados se dedicaron a quemar las escuelas que el Comité había abierto en diversos puntos del interior del Perú y persiguieron también a sus alumnos y profesores. Antes de la sublevación de Huancané de 1923, fusilaron a tres campesinos de Wilakunka solo porque asistían a una de estas escuelas. El año siguiente, durante una inspección que realizó a las comunidades de Huancané, el Obispo de Puno, Monseñor Cossío, constató la acción vandálica de los terratenientes que habían incendiado más de sesenta locales escolares. No contentos con quemar las escuelas que organizaba el Comité y asesinar a sus profesores o alumnos, los gamonales presionaron a las autoridades locales para que apresen a los delegados indígenas y repriman a los campesinos que los apoyaban. Entre 1921 y 1922, diversos prefectos y subprefectos perpetraron crímenes y atropellos. Hubo casos donde fueron los mismos gamonales los que se encargaron de asesinar a los delegados de la Pro-Derecho Indígena Tahuantinsuyo. Domingo Huarca, delegado de los comuneros de Tocroyoc, departamento del Cusco, quien había estado en Lima tramitando memoriales, fue brutalmente asesinado. Los gamonales primero lo maltrataron, después le sacaron los ojos y finalmente lo colgaron de la torre de una iglesia. Vicente Tinta Ccoa, del subcomité de Macusani, en Puno, que fue asesinado por los gamonales del lugar. En agosto de 1927, la Pro-Derecho Indígena Tahuantinsuyo dejó de funcionar luego que, mediante una resolución suprema, el gobierno de Leguía prohibió su funcionamiento en todo el país. Gran parte de la promoción de líderes indígenas que se forjó con la Pro-Derecho Indígena Tahuantinsuyo engrosó los nuevos movimientos sociales que iban a desembocar en la formación del Partido Comunista y el Partido Aprista. Fueron los casos de Ezequiel Urviola, Hipólito Salazar y Eduardo Quispe y Quispe, que fueron atraídos por la prédica socialista de José Carlos Mariátegui; o de Juan Hipólito Pévez y Demetrio Sandoval, que se acercaron a Víctor Raúl Haya de la Torre y el Partido Aprista. En 1931, después del derrocamiento de Leguía y la muerte de Mariátegui, el Partido Socialista, convertido en Partido Comunista, lanzó la candidatura del indígena Eduardo Quispe y Quispe a la Presidencia de la República. HÉCTOR BÉJAR.

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realismo capitalista peruano, ¡ja, ja!

rojo 2

es más fácil imaginarse el fin del mundo que el fin del capitalismo

En tercer lugar, un dato: una generación entera nació después de la caída del Muro de Berlín. En las décadas de 1960 y 1970, el capitalismo enfrentaba el problema de cómo contener y absorber las energías externas. El problema que posee ahora es exactamente el opuesto: habiendo incorporado cualquier cosa externa de manera en extremo exitosa, ¿puede todavía funcionar sin algo ajeno que colonizar y de lo que apropiarse? Para la mayor parte de quienes tienen menos de veinte años en Europa o los Estados Unidos, la inexistencia de alternativas al capitalismo ya ni siquiera es un problema. El capitalismo ocupa sin fisuras el horizonte de lo pensable. Jameson acostumbraba a detallar con horror la forma en que el capitalismo penetraba en cada poro del inconsciente; en la actualidad, el hecho de que el capitalismo haya colonizado la vida onírica de la población se da por sentado con tanta fuerza que ni merece comentario. Sería peligroso y poco conducente, sin embargo, imaginar el pasado inmediato como un estado edénico rico en potencial político, y por lo mismo resulta necesario recordar el rol que desempeñó la mercantilización en la producción de cultura a lo largo del siglo XX. El viejo duelo entre el détournement y la recuperación, entre la subversión y la captura, parece haberse agotado. Ahora estamos frente a otro proceso que ya no tiene que ver con la incorporación de materiales que previamente parecían tener potencial subversivo, sino con su precorporación, a través del modelado preventivo de los deseos, las aspiraciones y las esperanzas por parte de la cultura capitalista. Solo hay que observar el establecimiento de zonas culturales «alternativas» o «independientes» que repiten interminablemente los más viejos gestos de rebelión y confrontación con el entusiasmo de una primera vez. «Alternativo», «independiente» yotros conceptos similares no designan nada externo a la cultura mainstream; más bien, se trata de estilos, y de hecho de estilos dominantes, al interior del mainstream.
Nadie encarnó y lidió con este punto muerto como Kurt Cobain y Nirvana. En su lasitud espantosa y su furia sin objeto, Cobain parecía dar voz a la depresión colectiva de la generación que había llegado después del fin de la historia, cuyos movimientos ya estaban todos anticipados, rastreados, vendidos y comprados de antemano. Cobain sabía que él no era nada más que una pieza adicional en el espectáculo, que nada le va mejor a MTV que una protesta contra MTV, que su impulso era un cliché previamente guionado y que darse cuenta de todo esto incluso era un cliché. El impasse que lo dejó paralizado es precisamente el que había descripto Jameson: como ocurre con la cultura posmoderna en general, Cobain se encontró con que «los productores de la cultura solo pueden dirigirse ya al pasado: la imitación de estilos muertos, el discurso a través de las máscaras y las voces almacenadas en el museo imaginario de una cultura que es hoy global». En estas condiciones incluso el éxito es una forma del fracaso desde el momento en que tener éxito solo significa convertirse en la nueva presa que el sistema quiere devorar. Pero la angustia fuertemente existencial de Nirvana y Cobain, sin embargo, corresponde a un momento anterior al nuestro y lo que vino después de ellos no fue otra cosa que un rock pastiche que, ya libre de esa angustia, reproduce las formas del pasado sin ansia alguna.
La muerte de Cobain confirmó la derrota y la incorporación final de las ambiciones utópicas y prometeicas del rock en la cultura capitalista. Cuando murió, el rock ya estaba comenzando a ser eclipsado por el hiphop, cuyo éxito global presupone la lógica de la precorporación a la que me he referido antes. En buena parte del hip hop, cualquier esperanza «ingenua» en que la cultura joven pueda cambiar algo fue sustituida hace tiempo por una aceptación dura de la versión más brutalmente reduccionista de la «realidad». «En el hip hop», escribió SimonReynolds en su ensayo de 1996 para The Wire :
«Lo real» tiene dos significados. En primer lugar, hace referencia a la música auténtica que no se deja limitar por los intereses creados y se niega a cambiar o suavizar su mensaje para venderse a la industria musical. Pero «real» también es aquella música que refleja una «realidad» constituida por la inestabilidad económica del capitalismo tardío, el racismo institucionalizado, la creciente vigilancia y el acoso sobre la juventud de parte de la policía. «Lo real» es la muerte de lo social: es lo que ocurre con las corporaciones que, al aumentar sus márgenes de ganancia, en lugar de aumentar los sueldos o los beneficios sociales de sus empleados responden […] reduciendo su personal, sacándose de encima una parte importante de la fuerza de trabajo para crear un inestable ejército de empleados freelance y demedio tiempo, sin los beneficios de la seguridad social.


MARK FISHER.

perú post indie

Haz el ejercicio de pasear una tarde por la plaza del Cuzco, siéntate a la vera de su fuente y distinguirás entre cuzqueños, entre las decenas de argentinos hippies (muchos realmente insoportables), unos cuantos chilenos y de esa pléyade de "gringos" -que vienen dispuestos a ser estafados, bricheados, etc-, a unos curiosos especímenes: los limeños.
Contrariamente a lo que creemos los hijos de esta tierra, lo primero que nos delatará será nuestro "acento". Sí, querido limeño, tenemos acento, un acentazo como doliente, como que rogamos por algo y las mujeres, muchas, además un extraño alargamiento de la sílaba final. Pero lo que realmente suele llamarme la atención es la manera como nos vestimos para ir al Cuzco, porque, el Cuzco es una ciudad, no el campo. Tiene universidades, empresas, negocios, etc. Siin embargo, casi como esos gringos que para venir a Sudamérica vienen disfrazados de Indiana Jones o su variante millenial, nosotros nos vestimos como si fuésemos a escalar el Himalaya. Ya, es verdad que el frío cuzqueño puede ser más intenso que el de la Costa -aunque este invierno me esté haciendo dudarlo- pero echa un vistazo a todo tu outfit: la casaca Northfake, abajo otra chaquetilla de polar o algo así de una marca similar, las botas de montañista, tus medias ochenteras cual escarpines, todo...
Y es que esa es la forma como imaginamos la Sierra: rural, el campo, las montañas, aunque en el fondo no nos movamos de un par de discotecas cusqueñas. Es decir, bien podrías haber venido vestido como en Lima con algo más de abrigo y ya; pero no, ir al Cuzco, a la sierra en general es asistir a un pedazo de nuestra imaginación geográfica que poco tiene que ver con nuestros hábitos usuales del vestido, del comportamiento, etc. Jamás vi en Lima a nadie tomarse una foto con una "niña andina" como lo vi en Cuzco y no ha sido porque no haya niños dispuestos a recibir one dollar por una foto en Lima, pero es que en Cuzquito (cada vez que escucho eso de "Cuzquito" me suda la espalda) es más cute. Ahora, sólo para que calcules la violencia de este acto, ¿te imaginas que alguien del Cuzco -Ayacucho, Huancavelica, Cajamarca o hasta de Chimbote- viniese y te pidiera tomarse una foto con tu hijita, tu sobrino, o lo que sea en Larcomar para subirlo a Instagram o al Facebook? ¿Hardcore, no?


FRED ROHNER
Historia Secreta del Perú 2

as it is when it was

sonido es sonido

sonido es sonido

pura miel

nogzales der wil

RETROMANÍA

"...Pero los 2000 fueron también la década del reciclado rampante: géneros del pasado revividos y renovados, material sonoro vintage reprocesado y recombinado. Con demasiada frecuencia podía detectarse en las nuevas bandas de jóvenes, bajo la piel tirante y las mejillas rosadas, la carne gris y floja de las viejas ideas... Pero donde lo retro verdaderamente reina como sensibilidad dominante y paradigma creativo es en la tierra de lo hipster, el equivalente pop de la alta cultura. Las mismas personas que uno esperaría que produzcan (en tanto artistas) o defiendan (en tanto consumidores) lo no convencional y lo innovador: ese es justamente el grupo más adicto al pasado. En términos demográficos, es exactamente la misma clase social de avanzada, pero en vez de ser pioneros e innovadores han cambiado de rol y ahora son curadores y archivistas. La vanguardia devino en retaguardia." SIMON REYNOLDS Retromanía

kpunk

las cosas como son

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