— blankitos out of context (@pitucos_txt) 14 de enero de 2019
por JUAN MANUEL ROBLES
Extraído de "Hildebrandt en sus trece"
Una de las sorpresas más divertidas del 2018 ha sido la aparición Blankitos out of context, una cuenta de twitter rabiosa, mordaz, irreverente y muy oportuna. Hace años, uno esperaba diciembre para hacer una revisión de los medios de comunicación aparecidos en el año y alguno de ellos, siempre, estaba hecho por jóvenes. Hoy eso ya no ocurre: parece que los chicos ya no quieren tomar el riesgo enorme que significa fundar un medio (cómo culparlos, para hacerlo hay que tener mucho dinero y estar dispuesto a perderlo, contar con contactos, amigos de la familia que pongan avisos a precio pulpín). Pero no todo está perdido: las redes —ese espacio a veces tan despreciado por los que crecimos leyendo periódicos— son la plataforma natural para la difusión de voces nuevas, con otras formas de mirar y maneras distintas de herir.
Blankitos out of context se dedica a circular muestras de racismo cotidiano en las redes (Facebook, Instagram, Twitter). Hace públicos esos comentarios que nunca se dicen abiertamente pero que se les escapan a varios. Pone en evidencia, hace roche. Aprovecha una ventaja de las tecnologías: que en las redes la gente habla con desparpajo absoluto, creyendo que solo está siendo observada por su comunidad de amigos (quienes, se entiende, comparten los mismos prejuicios). Pero siempre hay un chismoso entre los seguidores. Tener mil amigos en Facebook es alimentar decenas de fisgones. Así se filtran muchas cosas. Es más, lo que se filtra tiene estatus de prueba (prueba tu estatus de racista). Por eso los tuits de Blankitos out of context tienen algo de ampay de espectáculos y de captura de Ideele. Ya lo dijo alguien: el texteo es distinto a la escritura formal porque nos muestra, por primera vez en la historia, no solo que la gente es que capaz decir. También lo que piensa, lo que aún no se elabora del todo pero sí que se siente.
Caen como moscas: inquieta el solo hecho de ver el nulo pudor que tienen al hacer comentarios racistas. Podemos ver, por ejemplo, al chef Christian Bravo comparando a un árbitro vestido de amarillo con un aceituna sobre la crema de huancaína. A una dama profesional comentando que la abogada de Keiko Fujimori, Giuliana Loza, parece una “llama” (y explicando que ella no es racista, porque las las llamas “son bonitas”. O comentarios del tipo: “me parece que los serranos deberían quedarse en su tierra a trabajar a ayudar a descentralizar el país. Sus fiestas vernaculares nos invaden”. O el clásico “indio de mierda” al oficial de tránsito. O la no menos recurrente chica detenida en la comisaría que grita “cholita de mierda” a la mujer policía mientras forcejea con ella.
El asunto va más allá de la anécdota, es fascinante. En la selección de tuits que —como un DJ alborotado— lanza el administrador, se ven grupos sociales que normalizan la discriminación, gente respetable que hacen chistes sobre “marrones”. Amigos, aulas de promoción, profesionales, parejas. Todo tiene el valor extra, de lo genuino, de lo dicho espontáneamente pensando en la complicidad de otra voz: como ese audio en el que un chico ebrio habla en plena discoteca. Dice que esa noche el local horrible está “lleno de cholas”, y que por eso será fácil levantarse, “sí o sí”, a alguna de ellas. No descarta embarazar a alguna.
Lo interesante de Blankitos out of context es que no solo filtra pantallazos de racismo explícito sino también ese otro racismo sutil: la condescendencia, la mirada desde arriba que tiene la clase privilegiada de Lima. Así ampayan a una coach internacional de liderazgo colocando esto: “no puedes superar la pobreza jugando al papel de pobrecito; ‘no tengo’, ‘no puedo’, esas expresiones no son estados financieros, sino más bien expresiones de un estado mental”, junto a la foto de un callejón. O a una arquitecta con doctorado europeo que presenta la conferencia “Arquitectura huachafa” para hablar de las casas (pobres) de quienes no tienen educación ni siguen las reglas. O a la modelo joven empresaria que se fotografía, espontáneamente, con “sus” costureras, dobladas en dos sobre las máquinas, atrás, al fondo.
— blankitos out of context (@pitucos_txt) 8 de enero de 2019
Blankitos out of context muestra también, como pocos espacios, la “gentrificación” permanente de todo lo que una vez fue despreciado (por andino, por popular). Es interesante el mundo de especuladores en que nos hemos convertido: un mundo urbano que cholea pero a la vez aprovecha el coolness del polo que dice “Cholita”, el chillón chill de la tipografía de los afiches populares (onda Eliot Tupac), o el paisaje de combis coloridas como tela de fondo para el selfie. La exotización —desde el privilegio— es permanente. En Instagram, aparecen un montón de esos elementos convertidos en accesorio de la vanidad: el mototaxi, el puesto del mercado de barrio, el triciclo de frutas, las bolsas de mercado con marca, las ojotas de Zara, el arte inspirado en las frazadas de tigre. Uno llega a preguntarse si la integración y el orgullo por lo nuestro de estos últimos años es tal, o es solo una operación simbólica de apropiación cultural, donde las jerarquías siguen siendo las mismas.
Admito que no siempre me gusta Blankitos out of context. Creo que desentona un poco cuando se obsesiona por cualquier cosa que hagan sus privilegiados favoritos. Pero supongo que incomodar es parte del paquete (tal vez mi percepción se deba a que algunos de esos “puntos” son conocidos míos). El saldo de su propuesta, en todo caso, es enriquecedor. Y también necesario, en un país de racismo impune. Da gusto que surjan estas propuestas, estas voces, estas maneras pensantes de joder.
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