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sábado, 7 de diciembre de 2019

La derecha contrataca


Náusea x Sebastián Piel


Por Juan Manuel Robles. 
Extraído de "Hildebrandt en sus trece" # 470


Perú es el gran bastión del neoliberalismo sudamericano, el que tiene a una ciudadanía más ideologizada a la derecha —hasta los progresistas peruanos son huachimanes del consenso de Washington—, y ya está visto que quienes más se benefician con el modelo van a defender esa condición con uñas y dientes. La del Perú y la de su capital, Lima: una de las ciudades más seguras del mundo (para hacer negocios, claro). Las seguidilla de declaraciones de algunos de los empresarios más ricos del país afirmando que dieron mucho dinero a la campaña de Keiko Fujimori nos muestra una evolución: han pasado de la confesión judicial a una retorcida forma de declaración de orgullo, una especie de # MeToo oscuro que los une en una conmovedora catarsis colectiva. Sí, le dimos plata y qué; era eso o caer en el chavismo. Yo te apoyo hermano.

Pero claro, la impostura de la victimización dura poco: aparece de inmediato la prepotencia. El mensaje entre líneas es: lo volveríamos a hacer. ¿Algún problema? Ahí van la señora de la Confiep: ¿disculparnos nosotros? ¿whaaaat? Se acabó el recreo, idealistas: esto es el Perú y aquí nosotros repartimos la torta.

Los empresarios, por supuesto, son miedosos. Le temieron a Humala, cuando apareció con el polo rojo. Le temen a cualquier líder de izquierda con proyección regional (por eso se ponen a demolerlo, juego en el que los progresistas caen redonditos). Le temieron por años al fantasma de Juan Velasco y por eso lo borraron de la memoria (hoy que pasó el pánico hacen lo que siempre hace el capitalismo: convertir al monstruo en souvenir de la nostalgia). Le temen al desborde popular. Y le temieron, por supuesto, a las imágenes llegadas desde Chile, a la coyuntura internacional. Esperaron cautelosos, mordiéndose las uñas. Estas semanas de silencio, fueron para ellos la oportunidad de ponernos a prueba: a ver qué pasa en el Perú. Lamentablemente, no ocurrió nada. No pasamos la prueba.

Nadie se unió a la fiesta sudamericana, ni siquiera después el fallo que liberó a Keiko, como había deseado mi amigo Marco Sifuentes.

Se dice que es porque en el Perú hubo un proceso de limpieza que canalizó el descontento, como una válvula que impidió la gran explosión. Al haber fiscales honestos, y un presidente que cerró un Congreso corrupto, la ciudadanía se quedó tranquila. No lo creo. Ni siquiera antes de la disolución del Parlamento hubo un indicio cabal de que el pueblo organizado fuera a ejercer una presión determinante. Hace mucho que las masas no hacen colapsar la resistencia física de los escudos. Y mientras nuestros vecinos hacen una despliegue creatividad y coraje, aquí no pasa nada. Para mí la razón es simple: en el Perú aun no se ha articulado bien un discurso contra el sistema y el statu quo. Han sido muchos años de desinformación, de usar el cuco del terrorismo para criminalizar a cualquiera que manifieste rabia. Una gran mayoría es económicamente conservadora: le teme a cualquier cosa que no sea la “tranquilidad” traída por Fujimori en los noventa. Muchos tienen hasta nostalgia, una añoranza extraña por el fujimorato (una buena época, salvo por los robos). El grito contra la corrupción es una voz de hartazgo, un cacheteo a los políticos, pero de ninguna manera un ánimo de reinicio que cuestione el fondo de las cosas.

Porque cuestionar el fondo de las cosas es de terrucos, resentidos y desadaptados.

Incluso nuestra masa “crítica” sigue viviendo en la primavera neoliberal de hace veinte años. Esos señores que se dicen progresistas, o incluso izquierdistas “modernos”, no se atrevieron a cuestionar en voz alta la constitución hasta ahorita nomás, que vieron que los chilenos lo hacían. Tampoco denunciaron la estafa de las AFPs —hasta que nuestros vecinos empezaron a hacerlo—. Son señores que tratan de mantenerse en el punto medio y quedar bien, y son incapaces, por ejemplo, de condenar el golpe de Estado en Bolivia, porque Evo es “chavista” (y hasta se burlan del “indígena” en el jet). Somos una sociedad donde los artistas hacen instalaciones de video financiados por Telefónica (en vez de proyectar videos provocadores en el edificio de Telefónica, como en Santiago); donde los escritores supuestamente librepensantes siguen teniendo a Vargas Llosa como faro moral —y hasta les dan las gracias a los bancos por el cariño auspiciador—, cuando hace años el Nobel es un estandarte de la derecha más rancia, un símbolo de la nueva opresión.

Sospecho que todo tiene que ver, al final, con una zona de confort de la que no salimos. Una fuerza mental que nos hace creer que nuestro futuro está asegurado. Que de algún modo estamos salvados. Para protestar de verdad se necesita tener la convicción de que nuestro porvenir corre peligro (por eso las protestas peruanas de verdad se dan contra las empresas mineras de mala praxis, que matan y enferman a comunidades enteras: allí se juegan la vida, allí mueren ciudadanos valientes). Pero en general, en el país —todavía— predomina la fe; démosle las gracias a la propaganda y a la Gestión de los horóscopos. No es un drama. Chile pasó por lo mismo: por años tuvieron a la población más dócil, la más creyente en mercado… y miren. El caso es, de momento, a nosotros esa fe nos paraliza.

Esta inacción envalentona a la derecha empresarial, y cada día se nota más. Las decisiones judiciales se revierten a su favor a paso acelerado. Usan su poder como anunciantes gordos para sentarse a declarar en las mesas de los periodistas de conversación (que les deben sumisión) Hace mes, el problema de los empresarios era pensar en un recambio para Keiko Fujimori. Me temo que hoy están convencidos de que Keiko sí es una opción. Que nunca debió dejar de serlo. Que están dispuestos a poner mucho dinero para sanearle su contabilidad: la lavandería soñada.

El mensaje que nos dan es: nos aliaremos con cualquiera que nos ayude a conjurar cualquier peligro chavista o rojo. Eso incluye a Keiko Fujimori pero también a los fanáticos del Evangelio. ¿Por qué no? Su seguridad ha crecido en estos días, y ello también tiene que ver con las resonancias regionales. Bolivia les ha dejado claro que cuando se les ocurra dar un golpe no habrá Grupo de Lima ni presión internacional que los detenga. Que no habrá organismos de derechos humanos para molestar cuando saquen un decreto supremo que permita para matar impunemente (cosa en la que, por cierto, ya han avanzado: las libertades legales de un policía peruano para matar en los conflictos mineros creció con García y Humala). Tampoco habrá ruido cuando, como en Chile, los uniformados se pongan creativos y encuentren esa nueva forma de lesa humanidad “light”: disparar a un ojo. Todo esto, que nos horroriza, a ellos los hace tomar nota. Hoy entienden bien que la derecha está en condiciones de hacer magia: que puede matar y mutilar como si viviéramos en 1950, y no pasará nada. Una de las razones del cisma entre la derecha y el fujmorismo fue el cese del apoyo de Washington al proyecto totalitario y torturador. Pero Washington —está visto— es flexible, comprende los nuevos tiempos; los nuevos temores.

Habrá que ver si logramos despertar. Habrá que ver si logramos tomarnos en serio, de una vez, la amenaza fascista.

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barbarismos

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El Comité empezó a ser acosado por la policía. Hipólito Salazar, que había fundado la Federación Indígena Obrera Regional Peruana, fue deportado. Urviola enfermó de tuberculosis y falleció el 27 de enero de 1925. Cuando enterraron a Urviola varios dirigentes de la Pro-Derecho Indígena Tahuantinsuyo no pudieron asistir a su velatorio en el local de la Federación de Choferes, en la calle Sandia. El sepelio fue multitudinario. Los ejércitos particulares de los hacendados se dedicaron a quemar las escuelas que el Comité había abierto en diversos puntos del interior del Perú y persiguieron también a sus alumnos y profesores. Antes de la sublevación de Huancané de 1923, fusilaron a tres campesinos de Wilakunka solo porque asistían a una de estas escuelas. El año siguiente, durante una inspección que realizó a las comunidades de Huancané, el Obispo de Puno, Monseñor Cossío, constató la acción vandálica de los terratenientes que habían incendiado más de sesenta locales escolares. No contentos con quemar las escuelas que organizaba el Comité y asesinar a sus profesores o alumnos, los gamonales presionaron a las autoridades locales para que apresen a los delegados indígenas y repriman a los campesinos que los apoyaban. Entre 1921 y 1922, diversos prefectos y subprefectos perpetraron crímenes y atropellos. Hubo casos donde fueron los mismos gamonales los que se encargaron de asesinar a los delegados de la Pro-Derecho Indígena Tahuantinsuyo. Domingo Huarca, delegado de los comuneros de Tocroyoc, departamento del Cusco, quien había estado en Lima tramitando memoriales, fue brutalmente asesinado. Los gamonales primero lo maltrataron, después le sacaron los ojos y finalmente lo colgaron de la torre de una iglesia. Vicente Tinta Ccoa, del subcomité de Macusani, en Puno, que fue asesinado por los gamonales del lugar. En agosto de 1927, la Pro-Derecho Indígena Tahuantinsuyo dejó de funcionar luego que, mediante una resolución suprema, el gobierno de Leguía prohibió su funcionamiento en todo el país. Gran parte de la promoción de líderes indígenas que se forjó con la Pro-Derecho Indígena Tahuantinsuyo engrosó los nuevos movimientos sociales que iban a desembocar en la formación del Partido Comunista y el Partido Aprista. Fueron los casos de Ezequiel Urviola, Hipólito Salazar y Eduardo Quispe y Quispe, que fueron atraídos por la prédica socialista de José Carlos Mariátegui; o de Juan Hipólito Pévez y Demetrio Sandoval, que se acercaron a Víctor Raúl Haya de la Torre y el Partido Aprista. En 1931, después del derrocamiento de Leguía y la muerte de Mariátegui, el Partido Socialista, convertido en Partido Comunista, lanzó la candidatura del indígena Eduardo Quispe y Quispe a la Presidencia de la República. HÉCTOR BÉJAR.

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realismo capitalista peruano, ¡ja, ja!

rojo 2

es más fácil imaginarse el fin del mundo que el fin del capitalismo

En tercer lugar, un dato: una generación entera nació después de la caída del Muro de Berlín. En las décadas de 1960 y 1970, el capitalismo enfrentaba el problema de cómo contener y absorber las energías externas. El problema que posee ahora es exactamente el opuesto: habiendo incorporado cualquier cosa externa de manera en extremo exitosa, ¿puede todavía funcionar sin algo ajeno que colonizar y de lo que apropiarse? Para la mayor parte de quienes tienen menos de veinte años en Europa o los Estados Unidos, la inexistencia de alternativas al capitalismo ya ni siquiera es un problema. El capitalismo ocupa sin fisuras el horizonte de lo pensable. Jameson acostumbraba a detallar con horror la forma en que el capitalismo penetraba en cada poro del inconsciente; en la actualidad, el hecho de que el capitalismo haya colonizado la vida onírica de la población se da por sentado con tanta fuerza que ni merece comentario. Sería peligroso y poco conducente, sin embargo, imaginar el pasado inmediato como un estado edénico rico en potencial político, y por lo mismo resulta necesario recordar el rol que desempeñó la mercantilización en la producción de cultura a lo largo del siglo XX. El viejo duelo entre el détournement y la recuperación, entre la subversión y la captura, parece haberse agotado. Ahora estamos frente a otro proceso que ya no tiene que ver con la incorporación de materiales que previamente parecían tener potencial subversivo, sino con su precorporación, a través del modelado preventivo de los deseos, las aspiraciones y las esperanzas por parte de la cultura capitalista. Solo hay que observar el establecimiento de zonas culturales «alternativas» o «independientes» que repiten interminablemente los más viejos gestos de rebelión y confrontación con el entusiasmo de una primera vez. «Alternativo», «independiente» yotros conceptos similares no designan nada externo a la cultura mainstream; más bien, se trata de estilos, y de hecho de estilos dominantes, al interior del mainstream.
Nadie encarnó y lidió con este punto muerto como Kurt Cobain y Nirvana. En su lasitud espantosa y su furia sin objeto, Cobain parecía dar voz a la depresión colectiva de la generación que había llegado después del fin de la historia, cuyos movimientos ya estaban todos anticipados, rastreados, vendidos y comprados de antemano. Cobain sabía que él no era nada más que una pieza adicional en el espectáculo, que nada le va mejor a MTV que una protesta contra MTV, que su impulso era un cliché previamente guionado y que darse cuenta de todo esto incluso era un cliché. El impasse que lo dejó paralizado es precisamente el que había descripto Jameson: como ocurre con la cultura posmoderna en general, Cobain se encontró con que «los productores de la cultura solo pueden dirigirse ya al pasado: la imitación de estilos muertos, el discurso a través de las máscaras y las voces almacenadas en el museo imaginario de una cultura que es hoy global». En estas condiciones incluso el éxito es una forma del fracaso desde el momento en que tener éxito solo significa convertirse en la nueva presa que el sistema quiere devorar. Pero la angustia fuertemente existencial de Nirvana y Cobain, sin embargo, corresponde a un momento anterior al nuestro y lo que vino después de ellos no fue otra cosa que un rock pastiche que, ya libre de esa angustia, reproduce las formas del pasado sin ansia alguna.
La muerte de Cobain confirmó la derrota y la incorporación final de las ambiciones utópicas y prometeicas del rock en la cultura capitalista. Cuando murió, el rock ya estaba comenzando a ser eclipsado por el hiphop, cuyo éxito global presupone la lógica de la precorporación a la que me he referido antes. En buena parte del hip hop, cualquier esperanza «ingenua» en que la cultura joven pueda cambiar algo fue sustituida hace tiempo por una aceptación dura de la versión más brutalmente reduccionista de la «realidad». «En el hip hop», escribió SimonReynolds en su ensayo de 1996 para The Wire :
«Lo real» tiene dos significados. En primer lugar, hace referencia a la música auténtica que no se deja limitar por los intereses creados y se niega a cambiar o suavizar su mensaje para venderse a la industria musical. Pero «real» también es aquella música que refleja una «realidad» constituida por la inestabilidad económica del capitalismo tardío, el racismo institucionalizado, la creciente vigilancia y el acoso sobre la juventud de parte de la policía. «Lo real» es la muerte de lo social: es lo que ocurre con las corporaciones que, al aumentar sus márgenes de ganancia, en lugar de aumentar los sueldos o los beneficios sociales de sus empleados responden […] reduciendo su personal, sacándose de encima una parte importante de la fuerza de trabajo para crear un inestable ejército de empleados freelance y demedio tiempo, sin los beneficios de la seguridad social.


MARK FISHER.

perú post indie

Haz el ejercicio de pasear una tarde por la plaza del Cuzco, siéntate a la vera de su fuente y distinguirás entre cuzqueños, entre las decenas de argentinos hippies (muchos realmente insoportables), unos cuantos chilenos y de esa pléyade de "gringos" -que vienen dispuestos a ser estafados, bricheados, etc-, a unos curiosos especímenes: los limeños.
Contrariamente a lo que creemos los hijos de esta tierra, lo primero que nos delatará será nuestro "acento". Sí, querido limeño, tenemos acento, un acentazo como doliente, como que rogamos por algo y las mujeres, muchas, además un extraño alargamiento de la sílaba final. Pero lo que realmente suele llamarme la atención es la manera como nos vestimos para ir al Cuzco, porque, el Cuzco es una ciudad, no el campo. Tiene universidades, empresas, negocios, etc. Siin embargo, casi como esos gringos que para venir a Sudamérica vienen disfrazados de Indiana Jones o su variante millenial, nosotros nos vestimos como si fuésemos a escalar el Himalaya. Ya, es verdad que el frío cuzqueño puede ser más intenso que el de la Costa -aunque este invierno me esté haciendo dudarlo- pero echa un vistazo a todo tu outfit: la casaca Northfake, abajo otra chaquetilla de polar o algo así de una marca similar, las botas de montañista, tus medias ochenteras cual escarpines, todo...
Y es que esa es la forma como imaginamos la Sierra: rural, el campo, las montañas, aunque en el fondo no nos movamos de un par de discotecas cusqueñas. Es decir, bien podrías haber venido vestido como en Lima con algo más de abrigo y ya; pero no, ir al Cuzco, a la sierra en general es asistir a un pedazo de nuestra imaginación geográfica que poco tiene que ver con nuestros hábitos usuales del vestido, del comportamiento, etc. Jamás vi en Lima a nadie tomarse una foto con una "niña andina" como lo vi en Cuzco y no ha sido porque no haya niños dispuestos a recibir one dollar por una foto en Lima, pero es que en Cuzquito (cada vez que escucho eso de "Cuzquito" me suda la espalda) es más cute. Ahora, sólo para que calcules la violencia de este acto, ¿te imaginas que alguien del Cuzco -Ayacucho, Huancavelica, Cajamarca o hasta de Chimbote- viniese y te pidiera tomarse una foto con tu hijita, tu sobrino, o lo que sea en Larcomar para subirlo a Instagram o al Facebook? ¿Hardcore, no?


FRED ROHNER
Historia Secreta del Perú 2

as it is when it was

sonido es sonido

sonido es sonido

pura miel

nogzales der wil

RETROMANÍA

"...Pero los 2000 fueron también la década del reciclado rampante: géneros del pasado revividos y renovados, material sonoro vintage reprocesado y recombinado. Con demasiada frecuencia podía detectarse en las nuevas bandas de jóvenes, bajo la piel tirante y las mejillas rosadas, la carne gris y floja de las viejas ideas... Pero donde lo retro verdaderamente reina como sensibilidad dominante y paradigma creativo es en la tierra de lo hipster, el equivalente pop de la alta cultura. Las mismas personas que uno esperaría que produzcan (en tanto artistas) o defiendan (en tanto consumidores) lo no convencional y lo innovador: ese es justamente el grupo más adicto al pasado. En términos demográficos, es exactamente la misma clase social de avanzada, pero en vez de ser pioneros e innovadores han cambiado de rol y ahora son curadores y archivistas. La vanguardia devino en retaguardia." SIMON REYNOLDS Retromanía

kpunk

las cosas como son

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las cosas como son II

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