A estas alturas parece evidente que muchas actividades laborales colapsarán y no podrán continuar bajo la misma forma en las nuevas condiciones impuestas por la pandemia. Tendrán que adaptarse o reinventarse, con los costos inevitables de carácter económico y social que ello implica. Esto, en principio, debería ser una tarea solidaria, en la cual se involucren todos los sectores sociales y el Estado. Pero este no parece ser el caso en el mundo ni en nuestro país.
La derecha propietaria la tiene clara: ellos exigen que el costo de la reconversión y las pérdidas de la crisis económica causada por la pandemia recaigan sobre los trabajadores y el Estado. Ellos ya se han adelantado con propuestas presentadas a las autoridades nacionales que privilegian sus propios intereses, puestos en primer lugar sin el menor empacho por sobre los intereses de los demás. Ellos exigen condiciones favorables y apoyo oficial para participar de la reconstrucción. Ellos no pagarán la crisis. Que sean los otros los que se jodan!
Quienes creían que la lucha de clases no existe, que ya terminó o que es un concepto superado, tienen ahora una prueba concreta y sólida de lo contrario. Hay un sector social privilegiado y propietario que, al menos, tiene plena conciencia de ello y ejerce su poder a fondo en esa lucha. Y saben claramente qué es lo que tienen que defender y cómo hacerlo. Tienen claridad sobre sus intereses y objetivos y cómo imponerlos. No serán ellos los que paguen o aporten de manera sustantiva para superar la crisis.
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¿Y qué decir de aquella legión de trabajadores que se inventan su propio trabajo y viven con lo que pueden reunir penosamente en largas jornadas en las calles? Ya en los días de la cuarentena, estos trabajadores sin patrón y sin ingreso seguro las han visto absolutamente negras y todos hemos sido testigos del modo en que muchos de ellos desafiaban las disposiciones de aislamiento social ante la disyuntiva de morir por la enfermedad o morir de hambre.
El orden económico y social que surja en la reconstrucción no puede ser el mismo capitalismo salvaje que nos ha llevado a este desastre. Los trabajadores tienen que organizarse de algún modo y hacer sentir su voz y su peso. Gramsci decía –y aún resuena esa inteligencia- “Organícense, porque tendremos necesidad de toda vuestra fuerza”. No podemos vivir más en un sistema donde los beneficios se reservan para una minoría y para la inmensa mayoría queda lo que “chorrea” de esos beneficios. La justicia social, la primacía de lo social, debe convertirse en el eje de una nueva convivencia...
RONALD GAMARRA
Extraído de "El más triste primero de mayo" publicado en "Hildebrandt en sus trece"
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