Hace tiempo que quedaron atrás los buenos viejos tiempos de la explotación, en los que el jefe se interesaba por el trabajador solo en la medida en que producía una mercancía que podía ser vendida con ganancias. El trabajo, entonces, significaba la aniquilación de la subjetividad, te reducía a ser parte de una máquina impersonal; era el precio que había que pagar por el tiempo fuera del trabajo. Hoy, no hay tiempo fuera del trabajo, y el trabajo no se opone a la subjetividad. Todo el tiempo es tiempo empresarial porque nosotros somos las mercancías, de modo que cualquier tiempo que no ocupamos en vendernos a nosotros mismos es desperdiciado. De allí que, como los personajes del film Sin límites [Limitless], siempre estemos buscando modos de aumentar el tiempo disponible para nosotros, a través de estimulantes, acortando el sueño, trabajando mientras viajamos... Los desempleados tampoco escapan a esta condición: las tareas de simulación que se les induce a realizar para poder calificar para los beneficios sociales son más que preparativos para la futilidad del trabajo remunerado, en sí mismas ya son trabajo (porque ¿qué es el trabajo sino un acto de simulación? No solo tienes que trabajar, también te tienen que ver trabajando, incluso cuando no hay "trabajo" para hacer).
Ya no basta con ser explotado. La naturaleza del trabajo hoy hace que a casi todos, sin importar lo insignificante de su posición, se les exija ser vistos (sobre)invirtiendo en sus trabajos. No se nos fuerza meramente a trabajar, en el viejo sentido de emprender una actividad que no queremos realizar; no, hoy nos vemos forzados a actuar como si quisiéramos trabajar. Incluso si queremos trabajar en una hamburguesería, debemos probar que, como los participantes de tos realities, realmente lo queremos. El desplazamiento infame hacia el trabajo afectivo en el Norte Global implica que ya no es posible simplemente presentarse en el trabajo y ser miserable. Tu miseria tiene que ser ocultada, ya que ¿quién quiere escuchar a un trabajador de call center deprimido, ser atendido por un camarero triste o aprender de un profesor infeliz?
Sin embargo, esto no es del todo cierto. Las fuerzas libidinales dominantes que extraen goce del actual culto al trabajo no quieren que ocultemos completamente nuestra miseria, porque ¿qué goce se puede obtener de explotar a un trabajador que realmente disfruta de su trabajo? En su secuela de Blade Runner, El límite de lo humano, K.W. Jeter ofrece una visión de la economía libidinal del trabajo y el sufrimiento. Uno de los personajes de la novela responde la pregunta de por qué, en el mundo futuro de Blade Runner, la Corporación Tyrell se molestó en desarrollar replicantes (androides construidos de modo que solo un experto puede distinguirlos de los humanos):
¿Por qué los colonizadores planetarios quieren esclavos problemáticos, similares a los humanos, en lugar de máquinas efñcientes y amables? Es simple. Las máquinas no sufren. No son capaces de hacerlo. Una máquina no sabe cuándo está siendo violada. No hay relación de poder entre tú y la máquina [...] Para que el replicante pueda sufrir, pueda darle a sus dueños esa energía amo-esclavo, tiene que tener emociones [...] Las emociones del replicante no son una falla de diseño. La Corporación Tyrell las puso allí. Porque eso es lo que querían nuestros clientes.
La razón por la que es tan fácil suscitar una aversión contra los "vividores de beneficios sociales" es que, en la fantasía reaccionaria, ellos han escapado del sufrimiento al que están sometidos los que trabajan. Esta fantasía cuenta su propia historia: el odio hacia los solicitantes de beneficios es, en realidad, un reflejo del odio que tienen las personas hacia sus propios trabajos. Otros deben sufrir como lo hacemos nosotros: el eslogan de la solidaridad negativa que no puede imaginar un escape de las miserias del trabajo.
Para entender al trabajo hoy, consideremos la práctica pornográfica del bukkake. En ella, los hombres eyaculan en la cara de las mujeres, y a las mujeres se les exige que actúen como si lo disfrutaran, que laman el semen de sus labios lascivamente, como si fuera el dulce más delicioso. Lo que se obtiene de las mujeres es un acto de simulación. La humillación no es adecuada a menos que ellas sean vistas interpretando un placer que realmente no sienten. De manera paradójica, sin embargo, la subyugación solo es total si hay algunas señales de resistencia. Una sonrisa feliz, la sumisión ritualizada, no es nada a menos que haya signos de miseria que puedan ser detectados en los ojos.
MARK FISHER
K-Punk 2
2020
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