Por AGUSTÍN HAYA DE LA TORRE
Uno de los cuentos más recordados de Hans Christian Andersen es el del traje nuevo del emperador. Aquel monarca al que le encantaba vestir con las telas más caras, al que se presentaron unos sastres dispuestos a elaborar el más fino y lujoso de todos.
El detalle según el narrador danés, radicaba en que los estúpidos no lo podrían ver. Algo parecido sucede con el “modelo” vendido por la derecha neoliberal durante las tres últimas décadas.
Convencieron a gran parte de que el Estado debía reducirse al mínimo para que todo o casi todo vaya a manos privadas, a fin de asegurar supuestamente la “calidad” e incluso que cuánto más caro sea un producto o un servicio, tanto mejor.
La artillería mediática de sus ideólogos apuntó a privatizar todo lo posible, hasta rentables empresas públicas, sin mayor regulación, con el mínimo de impuestos. La consecuencia devino en un Estado débil sostenido en un magro 14% de recaudación sobre el PIB. Tributación permanentemente burlada con la fuga a las off shore o deudas de miles de millones que se pasean por lustros en las narices de la Sunat.
Con tan pocos recursos consiguen el efecto deseado, una administración pública raquítica, escasamente formada, con los pocos servicios que le permitían ofrecer en condiciones precarias. Sus publicistas no se cansan de comparar la “eficiencia” de los particulares en educación o salud frente a la atenazada prestación pública, con sus presupuestos recortados por el dogma.
La incapacidad absoluta del sistema para ofrecer empleo digno, termina cubierta por la narración de que los “emprendedores” que se autoemplean en lo que sea demuestran la vitalidad del modelo.
A punto de ingresar al primer mundo, los pillastres del traje invisible no dudan en disfrazar el sub empleo y la autoexplotación de millones de peruanos como “economía popular”.
La pobreza, la falta de viviendas apropiadas, la pésima alimentación, solo entraban en la agenda electoral.
La confusión de la nueva oligarquía ante la crisis de la pandemia los empantana en falacias. Ninguno de sus relatos resuelve el desastre. Les pasa lo mismo que al ministro de Sebastián Piñera que confesaba agobiado que no sabía que en Santiago existiese tanta miseria. De la noche a la mañana pierden el liderazgo, pues solo atinan a llevarse su dinero, a despedir a sus trabajadores o a comportarse como una orden mendicante.
Conscientes de que la gente descubre que “las líneas maestras que han llevado al desarrollo económico y social” no caminan, enfilan sus campañas para defender como sea la fraudulenta carta constitucional de la dictadura. Todavía les queda el empacho de calificar como súcubos comunistas a quien propone una nueva Constitución sustendada en los derechos fundamentales.
La del 93 es tan mala que ya sufrió más de una treintena de modificaciones para ver si funciona. Solo sirve para provocar desigualdad y miseria. El virus remeda al niño que despertó al pueblo cuando le gritó al orondo rey que andaba completamente desnudo.
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