Sin embargo tu lealtad al 'hardcore' no es solo sonora, sino que tiene una dimensión de clase, ¿no? El intelectual burgués atraído por la energía lumpen de la cultura dance. ¿No es eso una especie de visita a los barrios bajos?
SIMON REYNOLDS: Un poquito, puede ser. Por otro lado, todo el paisaje de la cultura popular está atravesado por relaciones de deseo, fantasía, proyección. La clásica es la de los blancos que quieren ser más como los negros, y otra es la de los británicos que quieren convertirse en norteamericanos (y a veces al revés). Nadie quiere ser lo que es o estar donde está. Creo que la esencia del pop -quizá de la música- es «sé realista, pide lo imposible». De forma que la cultura pop está llena de estos intentos de curar las heridas causadas por la
clase y la raza, esfuerzos de la fantasía condenados al fracaso por lograr la plenitud.
Desde luego, hay cierta idealización del lumpen en mi obsesión por el hardcore, pero no está basada en un deseo de vivir esa vida en toda su desesperación, por más que me impresione el ansia de los proletarios por disfrutar. Es como la letra de aquella canción de Pulp, «Common People», «arden con tanta fuerza y tú solo puedes preguntarte por qué», Pero saber que muchos arden con fuerza y luego se apagan es aleccionador.
Siempre había desconfiado de las composiciones de rock que idealizaban a los nobles trabajadores como si fueran la sal de la tierra. En parte porque la música que me encantaba y que apoyaba como crítico hasta entonces había sido más el arte en el pop que la calle en el pop: psicodelia, postpunk, indie rock. El auténtico cambio fue encontrar, en el rave, una cultura de la clase trabajadora que era vanguardista y bohemia en su exagerado hedonismo: un proletariado psicodélico. Así que en realidad solo me enamoré de esta música de la clase trabajadora cuando cruzó a «mi» terreno. No es como el turismo de clase, viajar a algún sitio exótico, diferente. «Ellos» se habían acercado a mi. Pero aquello ocurrió gracias a la dinámica alimentada por la droga del rave, más que por intentos conscientes de tener veleidades artísticas o vanguardistas. De repente, aquella música, que en 1989 había parecido algo ligera, con todos aquellos tracks de italo house con vamps de piano, se volvió «pesada». Fue como una explosión repentina de lo dionisíaco en la música pop, y como tal en la misma longitud de onda que el rock de finales de los ochenta que yo había alabado en Blissed Out.
Pero había sin lugar a dudas cierta fascinación y una especie de extraña admiración por la mentalidad testaruda del pastillero... Aquel vocabulario de adicto al éxtasis se me quedó grabado. Casi se convirtió en un culto personal estilo «New Lad». La forma de hablar de las drogas del hardcore era mucho más atractiva que toda aquella cháchara transcendentalista y techno-pagana que uno encontraba en otros sectores de la cultura rave. El argot del hardcore, que giraba en torno a subidones y colocones, lo hacía mucho menos altivo. No se trataba de cambiar el mundo, como en las escenas bohemias más altruistas, sino de alterar la energía en un sitio, aquí y ahora. Era juvenil y en tiempo presente, una visión de lo intensamente que se podía vivir la vida que a lo mejor te inspiraba en otros contextos, pero que no estaba demasiado cargada de significado político o filosófico.
La crítica de la «visita a los barrios bajos»... La idea de que debería «quedarme con los míos» es contraria al espíritu de cruce de fronteras, de energía mutagénica que es la esencia de esta música. La energía no se puede contener, contagia a personas para las que no estaba pensada. Pongamos el jungle en 1994. Sigo sin entender como alguien podía oír aquella música y no responder a ella como si fuera una señal de energía, un llamamiento, por así decir. Así que en vez de una visita a los barrios bajos, yo lo presentaría de una manera más favorable: como un rechazo al destino de clase. Pero, en última instancia, es algo puramente egoísta: yo relaciono ambientes mejores y noches mejores con los clubs de hardcore. Mientras que las escenas llenas de personas como yo, como aquellas fiestas chill-out de principios de los noventa o los eventos de «eclectronica»/illbient posteriores... No tienen chispa, no hay energía en el ambiente. De manera que lo importante es en qué sitio quieres estar.
De "Energy Flash"
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