De cómo un técnico de estudio y DJ, devenido en músico y productor, la voz angelical de la desolación y un guitarrista de jazz crean una de las obras, en su triste belleza, más atemporales de los noventa. Debut de una gran carrera a ritmo de tortuga.
Geoff Barrow, además de saber tocar la batería, había manejado los platos en grupos de hip hop en su Bristol natal. Y en el breakbeat de sus admirados raperos se basan las programaciones de Portishead. Pero el proyecto no apuntaba al baile. Más bien a la canción confesional, brillantemente escrita (no quiten ojo a las letras) e interpretada por su amiga Beth Gibbons. Los dos babean con los filmes sesenteros de espías y sus bandas sonoras, elemento que suman a la marmita. De hecho, un corto filmado por la pareja en 1994, "To Kill A Dead Man" (además del correspondiente score), les abre la puerta a Go! Discs y les proporciona, en forma de fotograma, la portada de "Dummy". Falta que un hombre del jazz, Adrian Utley, cuya guitarra ayuda a moldear casi al completo dicha ópera prima, acabe convertido tras su publicación en el tercer miembro de la banda. Aunque algunos hablen del ingeniero Dave McDonald como cuarto pilar, al menos de facto.
Hasta ahí, los ingredientes y la génesis. El que "Dummy", pese a lo refractario de sus creadores a las entrevistas promocionales, alcanzara repercusión en ventas (n°2 en Reino Unido) y galardones (le ganó el Mercury Prize a la plana mayor del britpop) se asemeja al halo de misterio que desprende su sonido atemporal. Porque el disco desbordó las lindes del llamado trip hop. Y eso que Barrow tuvo conexiones tanto con Massive Attack (fue operador de cinta en el registro de su "Blue Lines") como con Tricky, al que le produjo un tema.
El título sacado de una serie televisiva sobre extraterrestres y el Theremin que reina de inicio en "Mysterons" marcan la pauta inquietante, reforzada por una obsesiva Gibbons: "All for nothing / did you really want", pregunta y otra vez al interlocutor, dudando que realmente pretendiera aquella inutilidad. "Sour Times", a continuación, saca lustre a la receta: ritmos sincopados, la twang guitar como en las películas de espionaje y ella describiendo esa época agria en plan Calimero, porque nadie la quiere: "Cause nobody loves me / it's true". No importa que añada, tras una pausa irónica, un "not like you do": dicho amor no le sirve. Por cierto, más cine: se samplea una composición de Lalo Schifrin (y otra de Smokey Brooks).
La mayor contundencia rítmica de "Strangers" y "Wandering Star" (con samples respectivos de Weather Report y War) tampoco mira hacia la pista. En la segunda, otro martillazo en los clavos del desasosiego al hablar de personas como estrellas errantes; solo les está reservado lo oscuro. Entre medias, las suaves programaciones de "It Could Be Sweet" apenas vertebran el canto, muy sensual, a un amor que da tanto miedo como perderlo. Algo precioso crepita en "It's A Fire", el órgano al fondo, aunque conviva con la sensación de asfixia (tras la máscara) de la protagonista del texto. Y llega el primer single, "Numb": esa soledad pegajosa y paralizante expuesta por Gibbons supone otro de los emblemas del disco. Uno cree estar escuchando a Billie Holiday, más que a Sandy Denny o a cualquiera de los epítomes de tristeza que parece exorcizar a menudo la vocalista de Portishead. El pesimismo ("how can it feel this wrong") va mucho más allá en "Roads". Sus cuerdas se apoderan del corte en un pasaje, por lo que no extraña que fuera uno de los temas recreados en el directo orquestal "Roseland NYC Live" (1998).
Al despecho por el abandono que anida en "Pedestal" le rodea un ambiente claustrofóbico, en el que la trompeta de Andy Hague abre una espita. Y si se preguntan por la guitarra fantasmagórica que irrumpe por sorpresa en "Biscuit", se trata de una muestra deformada del añejo Johnnie Ray y su versión de "I'll Never Fall In Love Again". Su espectro se conjuga con la incomprensión, o directamente sordera, a la que se enfrenta la cantante: "Can't make myself heard / no matter how hard I scream", asegura Gibbons mientras palpita el bajo.
Un discazo como este no podía tener mejor colofón que "Glory Box", lo más parecido a un hit en "Dummy" (llegó al n°13 de las listas británicas, el mismo puesto que alcanzó la reedición de "Sour Times"), impulsados por un sample de Isacc Hayes, pugnan por la supremacía del momento más guitarrero de Utley y esa súplica inolvidable. Sí, la de una ambigua Beth Gibbons pidiendo una razón para amar a alguien y afirmarse como mujer: "Give me a reason to love you / give me a reason to be a woman / I just want to be a woman". Cualquiera diría que no lo es.
RAMÓN FERNÁNDEZ ESCOBAR.
Extraído de RDL
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