Desafiantes, chorreando cultura pop, ambiciosos, con un ímpetu fuera de lo común y mamando del ambiente tenso que los rodeaba. Los escoceses desembarcaron cargados de energía destructora con este disco que marcó a fuego la estética del indie rock.
Jim y William Reid formaron The Jesus And Mary Chain como respuesta a la gran cantidad de música que había a su alrededor que no les gustaba. Puede sonar a cliché o a excusa para no tener que explicarse, pero en realidad era una declaración de intenciones de lo más honesta. Su plan no tenía dobleces: derrumbar las tres primeras décadas de la historia del rock, pasearse por las ruinas e ir recogiendo pedacitos para recomponerla a su manera. Tal vez en Londres o Manchester su proyecto hubiera ido por otros cauces. Sin embargo, en Glasgow únicamente podía ir por la vía del más estricto nihilismo. Se trataba de una ciudad que en los primeros ochenta vivía sacudida por el desempleo y las bandas juveniles. Y ese ambiente decadente y peligroso no era ajeno a su escena musical, que tenía fama de ser la más violenta del país. Tampoco es que el clima social de la época en el resto de Inglaterra fuera para echar cohetes. Después de los cuatro primeros años de gobierno de Margaret Tatcher y sus políticas económicas, que estaban poniendo al límite de su aguante a la clase obrera, la amargura, el descontento y la rabia eran algo palpable. De todo ello respiraron inevitablemente cuando colocaron con sus guitarras un alambre de espino alrededor de los caramelos pop de los grupos vocales femeninos de los sesenta, la reverb característica de la música surf, el wall of sound de Phil Spector o la vertiente más ruidosa y sombría de The Velvet Underground.
Debutaron en 1984 con un single rotundo que los puso en el disparadero como uno de los nuevos grupos a los que había que seguir la pista, "Upside Down", editado por Creation. Con su desvencijado y explosivo sonido sentaron las bases de lo que terminó siendo su libro de estilo: la percusión primitiva y cavernosa, las guitarras irrumpiendo como si se trataran de sierras eléctricas, los acoples, ese desdén en la forma de cantar de Jim y, en el fondo, una composición efectiva pero rudimentaria como esqueleto. Sus poco más de tres minutos fueron como un puñetazo en la mesa teniendo en cuenta el estéril concepto de canción pop-rock que había por entonces. Parecía una fórmula infalible: radical, sencilla y pegada a su tiempo.
Todas sus esencias se destaparon en su primer álbum, "Psychocandy", editado por Blanco y Negro, una subsidiaria de la multinacional Warner que dirigía Geoff Travis (el fundador de Rough Trade). En el disco entran en colisión elementos aparentemente opuestos, como la ternura y la furia, los susurros con lo atronador y lo subterráneo con la más alta ambición. Es una olla a presión donde conviven apelmazadas la oscuridad opresiva y narcótica y el brillo más cegador y excitante. Treinta años después, sigue noqueando con su peculiar sentido del equilibrio, que los lleva a recorrer a toda velocidad el abismo que separa la melodía más inocente del amasijo de ruido más virulento.
Puede parecer una incoherencia, pero a pesar de lo desafiante, descarado y vehemente que podía llegar a sonar, The Jesus And Mary Chain soñaban con que "Psychocandy" llegase al gran público, les hiciera llenar estadios y acpararse portadas, desplazando a todos esos artistas que, sin querer, les habían marcado el camino a seguir. De hecho, a punto estuvieron de grabarlo con alguien tan alejado de su universo como Stephen Street, que se empezaba a labrar un prestigio gracias al trabajo que estaba realizando con The Smiths. En el fondo, eran unos apasionados de la cultura pop. Aunque hubieran desembarcado en el mundo de la música como si fueran un destacamento de artillería, sus metas no eran muy diferentes de las de cualquier otro grupo de su generación.
Pero, para desgracia de los Reid, "Psychocandy" prácticamente no salió del gueto alternativo. Les llovieron las alabanzas, New Musical Express lo consideró el mejor disco del año (ex aequo con el "Rain Dogs" de Tom Waits) y no fueron pocos los que vieron rápidamente que se trataba de un clásico que marcaría una época. Sin embargo, no lideró precisamente las listas de ventas. Preguntado en una entrevista en el año 2011 sobre cómo veía con el paso del tiempo el impacto que provocó, Jim reconocía que todavía le producía cierta amargura que no hubiera servido para cumplir sus ilusiones. Prefería regodearse en la herida ante que sacar pecho y levantar la cabeza para ver la enorme influencia que tuvo dentro de los cánones estéticos del indie rock. Todavía hoy se puede identificar su rastro en innumerables grupos que copan la actualidad.
CARLOS BARREIRO.
Rock de Lux 333 - Noviembre 2014
No hay comentarios.:
Publicar un comentario