Gestado durante el 11-S, el mejor disco de Basinski renovó el ambient moderno y también el significado de la música triste.
En cierto modo, William Basinski es heredero del ambient de los setenta, el de Harold Budd y Brian Eno: su sonido es espacioso, sereno, se repite con elegancia de composiciones minimalistas como "The Skinking Of The Titanic" (Gavin Bryars). De hecho, la sustancia de su música es el montaje de loops grabados originalmente en cinta magnética y dejados a madurar hasta que la cinta se degrada y le otorga al sonido esa textura arenosa, de desgaste, como si estuviera a punto de ser borrada para siempre.
Pero a veces el azar añade significados inesperados. Mientras Basinski trabajaba en "The Disintegration Loops", su primer proyecto siguiendo esta técnica de envejecimiento de las fuentes analógicas, dos aviones se estrellaron contra las Torres Gemelas de Manhattan. Aquel día, mientras las televisiones emitían -también en bucle- incesantes imágenes de horror, desesperación y caos, Basinski iba montando sus loops con la impresión de que su mundo inmediato se desintegraba también. Al subir a la azotea de su edificio, veía la nube de polvo y humo a lo lejos. Las dos piezas del álbum, también hechas de humo denso y evanescencia infinita, figuran desde entonces entre el canon de la música triste. Técnicamente, Basinski renovó el ambient. Pero a nivel espiritual, este disco es un agujero en el corazón.
JAVIER BLÁNQUEZ
Rock de Lux 333 - Noviembre 2014
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