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martes, 1 de marzo de 2016

Campesinos ausentes

 "Campesina I" de Freddy Paul Ortega Quispe

por Carlos León 
*Extraído de "Hildebrandt en sus trece"

José María Arguedas volvió a mis discusiones hace unos días. Una profesora de historia, especializada en China e historia agraria, me propuso escribir un artículo sobre cómo la literatura en Perú abordó la Reforma Agraria y cómo representó a los campesinos. Me quedé en silencio. Profesora, le dije, estoy pensando... y no recuerdo ni una sola novela sobre la Reforma Agraria o sobre campesinos en los últimos 40 años. El único que se me viene a la cabeza es José María Arguedas, y él murió el mismo año que empezó la Reforma Agraria: 1969.

La pregunta rondó desde entonces mi cabeza, ¿cómo es posible que en el Perú, un país con una importantísima población rural, casi no existan textos sobre campesinos? La profesora se sorprendió también. En China, me dijo, hubo muchísima literatura sobre campesinos, muchísima, desde el triunfo de la Revolución (1949) y el inicio de la Reforma Agraria (1949-1952) hasta fines de los setenta. Allí hubo un cambió: murió Mao Zedong, lo reemplaza Den Xiaoping, China deja el socialismo y empieza su propia acumulación capitalista, y el campesino, el corazón de la vieja retórica maoísta, deja de ser un sujeto central.

Conversé luego con un antropólogo de la India, y uno de sus temas de interés era el maoísmo. Le pregunté lo mismo: ¿hubo literatura sobre campesinos en la India en los últimos cuarenta años? Me nombró literatura, trabajos periodísticos, películas, best sellers. La última que había leído él era una novela llamada The Gypsy Goddess, de Meena Kandasamy, una escritora de mi edad que había novelado una masacre de campesinos de la casta más baja en 1969. Yo le dije que en el Perú tuvimos un movimiento campesino fuerte en los años setenta, y también grupos maoístas inusualmente grandes. En los ochenta empezó la barbarie de Sendero Luminoso. Y mientras seguía pensando, él sacó de su cuarto una edición en inglés de Los Ríos Profundos de Arguedas. Lo había leído en California, le había encantado, maravillado, y me volvió a preguntar: ¿cómo es posible que no tengan más literatura sobre campesinos?

No lo sé. No es que no tengamos, es que tenemos muy poca. El gran sujeto de la literatura peruana durante los años setenta fue el migrante andino, aquel que iba del campo a la ciudad. Arguedas explotó el tema en El Zorro de Arriba y el Zorro de Abajo, centrándose en Chimbote. Pero el tema lo explotaron otros. Además, el centro de acción principal del migrante es la ciudad, la urbe, a veces Lima. Si alguna vez fue campesino, ya no lo es. Muchos de los sujetos sobre los que  escribía el Movimiento Hora Zero eran urbanos marginales. En adelante, la figura casi no cambia.

Decía que hay literatura sobre campesinos, pero poca. Manuel Scorza es un caso. "La violencia del tiempo", voluminosa novela de Miguel Gutiérrez, es otro caso, aunque los suyos sean campesinos de Piura. Uno podría decir Antonio Gálvez Ronceros y Gregorio Martínez. Y así hay chispazos. Recordé algunos cuentos de presos senderistas sobre sus acciones en el campo. Encontré poemas en quechua de los años ochenta cuyo centro sí es el campo; irónicamente, los encontré editados en Nueva York.

Ese es otro gran problema: cuando hablamos de literatura en el Perú, prácticamente hablamos de literatura en Lima. Las grandes editoriales, las pqueñas, las independientes (que son nuevas), las fenecidas, pero todas en Lima. La producción parece totalmenet partida: Lima y el resto del país. Y ese resto son varias regiones y muchas más provincias donde todo está disperso. Los peruanos con los que conversé, casi todos profesores de literatura latinoamericana en Estados Unidos, tuvieron un mismo consejo: anda vete y busca fuera de Lima, allí seguro encuentras algo. Es tristemente cierto, hay libros que solamente se encuentras en su región. Por ejemplo, un libro que podría entrar en mi búsqueda literaria campesina es la autobiografía de Gregorio Condori Mamani, editada por Ricardo Valderrama y Carmen Escalante en los años setenta. Pues bien,  no la encontré en Lima, sino en el propio Cuzco.

Ahora la pregunta es, ¿para qué he escrito una columna sobre esto? Pues porque a veces la literatura puede dar luces sobre algunos procesos grandes de un país. No es un detalle al azar que el Perú tenga poca producción literaria sobre campesinos después de la muerte de José María Arguedas. Si uno mira solamente al Perú, lo toma como natural. Pero si no comparamos con casos como China, la actual India (ya decía Mariátegui que los peruanos somos más asiáticos que occidentales), o incluso con México, donde todavía existen premios al poema campesino, uno se encuentra con otra figura. Y esa ausencia merece, al menos, una pregunta.

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barbarismos

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El Comité empezó a ser acosado por la policía. Hipólito Salazar, que había fundado la Federación Indígena Obrera Regional Peruana, fue deportado. Urviola enfermó de tuberculosis y falleció el 27 de enero de 1925. Cuando enterraron a Urviola varios dirigentes de la Pro-Derecho Indígena Tahuantinsuyo no pudieron asistir a su velatorio en el local de la Federación de Choferes, en la calle Sandia. El sepelio fue multitudinario. Los ejércitos particulares de los hacendados se dedicaron a quemar las escuelas que el Comité había abierto en diversos puntos del interior del Perú y persiguieron también a sus alumnos y profesores. Antes de la sublevación de Huancané de 1923, fusilaron a tres campesinos de Wilakunka solo porque asistían a una de estas escuelas. El año siguiente, durante una inspección que realizó a las comunidades de Huancané, el Obispo de Puno, Monseñor Cossío, constató la acción vandálica de los terratenientes que habían incendiado más de sesenta locales escolares. No contentos con quemar las escuelas que organizaba el Comité y asesinar a sus profesores o alumnos, los gamonales presionaron a las autoridades locales para que apresen a los delegados indígenas y repriman a los campesinos que los apoyaban. Entre 1921 y 1922, diversos prefectos y subprefectos perpetraron crímenes y atropellos. Hubo casos donde fueron los mismos gamonales los que se encargaron de asesinar a los delegados de la Pro-Derecho Indígena Tahuantinsuyo. Domingo Huarca, delegado de los comuneros de Tocroyoc, departamento del Cusco, quien había estado en Lima tramitando memoriales, fue brutalmente asesinado. Los gamonales primero lo maltrataron, después le sacaron los ojos y finalmente lo colgaron de la torre de una iglesia. Vicente Tinta Ccoa, del subcomité de Macusani, en Puno, que fue asesinado por los gamonales del lugar. En agosto de 1927, la Pro-Derecho Indígena Tahuantinsuyo dejó de funcionar luego que, mediante una resolución suprema, el gobierno de Leguía prohibió su funcionamiento en todo el país. Gran parte de la promoción de líderes indígenas que se forjó con la Pro-Derecho Indígena Tahuantinsuyo engrosó los nuevos movimientos sociales que iban a desembocar en la formación del Partido Comunista y el Partido Aprista. Fueron los casos de Ezequiel Urviola, Hipólito Salazar y Eduardo Quispe y Quispe, que fueron atraídos por la prédica socialista de José Carlos Mariátegui; o de Juan Hipólito Pévez y Demetrio Sandoval, que se acercaron a Víctor Raúl Haya de la Torre y el Partido Aprista. En 1931, después del derrocamiento de Leguía y la muerte de Mariátegui, el Partido Socialista, convertido en Partido Comunista, lanzó la candidatura del indígena Eduardo Quispe y Quispe a la Presidencia de la República. HÉCTOR BÉJAR.

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realismo capitalista peruano, ¡ja, ja!

rojo 2

es más fácil imaginarse el fin del mundo que el fin del capitalismo

En tercer lugar, un dato: una generación entera nació después de la caída del Muro de Berlín. En las décadas de 1960 y 1970, el capitalismo enfrentaba el problema de cómo contener y absorber las energías externas. El problema que posee ahora es exactamente el opuesto: habiendo incorporado cualquier cosa externa de manera en extremo exitosa, ¿puede todavía funcionar sin algo ajeno que colonizar y de lo que apropiarse? Para la mayor parte de quienes tienen menos de veinte años en Europa o los Estados Unidos, la inexistencia de alternativas al capitalismo ya ni siquiera es un problema. El capitalismo ocupa sin fisuras el horizonte de lo pensable. Jameson acostumbraba a detallar con horror la forma en que el capitalismo penetraba en cada poro del inconsciente; en la actualidad, el hecho de que el capitalismo haya colonizado la vida onírica de la población se da por sentado con tanta fuerza que ni merece comentario. Sería peligroso y poco conducente, sin embargo, imaginar el pasado inmediato como un estado edénico rico en potencial político, y por lo mismo resulta necesario recordar el rol que desempeñó la mercantilización en la producción de cultura a lo largo del siglo XX. El viejo duelo entre el détournement y la recuperación, entre la subversión y la captura, parece haberse agotado. Ahora estamos frente a otro proceso que ya no tiene que ver con la incorporación de materiales que previamente parecían tener potencial subversivo, sino con su precorporación, a través del modelado preventivo de los deseos, las aspiraciones y las esperanzas por parte de la cultura capitalista. Solo hay que observar el establecimiento de zonas culturales «alternativas» o «independientes» que repiten interminablemente los más viejos gestos de rebelión y confrontación con el entusiasmo de una primera vez. «Alternativo», «independiente» yotros conceptos similares no designan nada externo a la cultura mainstream; más bien, se trata de estilos, y de hecho de estilos dominantes, al interior del mainstream.
Nadie encarnó y lidió con este punto muerto como Kurt Cobain y Nirvana. En su lasitud espantosa y su furia sin objeto, Cobain parecía dar voz a la depresión colectiva de la generación que había llegado después del fin de la historia, cuyos movimientos ya estaban todos anticipados, rastreados, vendidos y comprados de antemano. Cobain sabía que él no era nada más que una pieza adicional en el espectáculo, que nada le va mejor a MTV que una protesta contra MTV, que su impulso era un cliché previamente guionado y que darse cuenta de todo esto incluso era un cliché. El impasse que lo dejó paralizado es precisamente el que había descripto Jameson: como ocurre con la cultura posmoderna en general, Cobain se encontró con que «los productores de la cultura solo pueden dirigirse ya al pasado: la imitación de estilos muertos, el discurso a través de las máscaras y las voces almacenadas en el museo imaginario de una cultura que es hoy global». En estas condiciones incluso el éxito es una forma del fracaso desde el momento en que tener éxito solo significa convertirse en la nueva presa que el sistema quiere devorar. Pero la angustia fuertemente existencial de Nirvana y Cobain, sin embargo, corresponde a un momento anterior al nuestro y lo que vino después de ellos no fue otra cosa que un rock pastiche que, ya libre de esa angustia, reproduce las formas del pasado sin ansia alguna.
La muerte de Cobain confirmó la derrota y la incorporación final de las ambiciones utópicas y prometeicas del rock en la cultura capitalista. Cuando murió, el rock ya estaba comenzando a ser eclipsado por el hiphop, cuyo éxito global presupone la lógica de la precorporación a la que me he referido antes. En buena parte del hip hop, cualquier esperanza «ingenua» en que la cultura joven pueda cambiar algo fue sustituida hace tiempo por una aceptación dura de la versión más brutalmente reduccionista de la «realidad». «En el hip hop», escribió SimonReynolds en su ensayo de 1996 para The Wire :
«Lo real» tiene dos significados. En primer lugar, hace referencia a la música auténtica que no se deja limitar por los intereses creados y se niega a cambiar o suavizar su mensaje para venderse a la industria musical. Pero «real» también es aquella música que refleja una «realidad» constituida por la inestabilidad económica del capitalismo tardío, el racismo institucionalizado, la creciente vigilancia y el acoso sobre la juventud de parte de la policía. «Lo real» es la muerte de lo social: es lo que ocurre con las corporaciones que, al aumentar sus márgenes de ganancia, en lugar de aumentar los sueldos o los beneficios sociales de sus empleados responden […] reduciendo su personal, sacándose de encima una parte importante de la fuerza de trabajo para crear un inestable ejército de empleados freelance y demedio tiempo, sin los beneficios de la seguridad social.


MARK FISHER.

perú post indie

Haz el ejercicio de pasear una tarde por la plaza del Cuzco, siéntate a la vera de su fuente y distinguirás entre cuzqueños, entre las decenas de argentinos hippies (muchos realmente insoportables), unos cuantos chilenos y de esa pléyade de "gringos" -que vienen dispuestos a ser estafados, bricheados, etc-, a unos curiosos especímenes: los limeños.
Contrariamente a lo que creemos los hijos de esta tierra, lo primero que nos delatará será nuestro "acento". Sí, querido limeño, tenemos acento, un acentazo como doliente, como que rogamos por algo y las mujeres, muchas, además un extraño alargamiento de la sílaba final. Pero lo que realmente suele llamarme la atención es la manera como nos vestimos para ir al Cuzco, porque, el Cuzco es una ciudad, no el campo. Tiene universidades, empresas, negocios, etc. Siin embargo, casi como esos gringos que para venir a Sudamérica vienen disfrazados de Indiana Jones o su variante millenial, nosotros nos vestimos como si fuésemos a escalar el Himalaya. Ya, es verdad que el frío cuzqueño puede ser más intenso que el de la Costa -aunque este invierno me esté haciendo dudarlo- pero echa un vistazo a todo tu outfit: la casaca Northfake, abajo otra chaquetilla de polar o algo así de una marca similar, las botas de montañista, tus medias ochenteras cual escarpines, todo...
Y es que esa es la forma como imaginamos la Sierra: rural, el campo, las montañas, aunque en el fondo no nos movamos de un par de discotecas cusqueñas. Es decir, bien podrías haber venido vestido como en Lima con algo más de abrigo y ya; pero no, ir al Cuzco, a la sierra en general es asistir a un pedazo de nuestra imaginación geográfica que poco tiene que ver con nuestros hábitos usuales del vestido, del comportamiento, etc. Jamás vi en Lima a nadie tomarse una foto con una "niña andina" como lo vi en Cuzco y no ha sido porque no haya niños dispuestos a recibir one dollar por una foto en Lima, pero es que en Cuzquito (cada vez que escucho eso de "Cuzquito" me suda la espalda) es más cute. Ahora, sólo para que calcules la violencia de este acto, ¿te imaginas que alguien del Cuzco -Ayacucho, Huancavelica, Cajamarca o hasta de Chimbote- viniese y te pidiera tomarse una foto con tu hijita, tu sobrino, o lo que sea en Larcomar para subirlo a Instagram o al Facebook? ¿Hardcore, no?


FRED ROHNER
Historia Secreta del Perú 2

as it is when it was

sonido es sonido

sonido es sonido

pura miel

nogzales der wil

RETROMANÍA

"...Pero los 2000 fueron también la década del reciclado rampante: géneros del pasado revividos y renovados, material sonoro vintage reprocesado y recombinado. Con demasiada frecuencia podía detectarse en las nuevas bandas de jóvenes, bajo la piel tirante y las mejillas rosadas, la carne gris y floja de las viejas ideas... Pero donde lo retro verdaderamente reina como sensibilidad dominante y paradigma creativo es en la tierra de lo hipster, el equivalente pop de la alta cultura. Las mismas personas que uno esperaría que produzcan (en tanto artistas) o defiendan (en tanto consumidores) lo no convencional y lo innovador: ese es justamente el grupo más adicto al pasado. En términos demográficos, es exactamente la misma clase social de avanzada, pero en vez de ser pioneros e innovadores han cambiado de rol y ahora son curadores y archivistas. La vanguardia devino en retaguardia." SIMON REYNOLDS Retromanía

kpunk

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