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sábado, 8 de octubre de 2016

Ferocidades contra el Apra y Haya de la Torre


Extraído de "Hildebrandt en sus trece"

Se ha dicho en repetidas ocasiones que el poeta arequipeño Alberto Hidalgo (1897-1967) hizo de la diatriba y del libelo un arte barroco de peruana estirpe. Este es el texto de su renuncia al Apra el año 1954. Hidalgo fue alguna vez agredido por "disciplinarios apristas" en una de sus visitas a Lima desde su autoexilio en Buenos Aires.

"El día 7 de julio último presenté mi renuncia a mi condición de miembro del Partido Aprista Peruano. La redacté en términos escuetos, pero creo que es mi deber hacer conocer al país las causas que la motivaron.

He militado en el aprismo desde el año 1930 en que, habiéndonos encontrado con Víctor R. Haya de la Torre, en Berlín, me invitó, dadas nuestras ideas y aspiraciones comunes -justicia social, antiimperialismo, defensa permanente de la libertad y la dignidad humanas, estimación de la llamada América Latina como una sola nación de veinte estados, revalidación del nacionalismo basado en la sangre, el destino y la cultura incaica, etc.- a incorporarme al movimiento iniciado por él con el nombre de APRA y el cual se aprestaba a dar su primera batalla electoral en los comicios de 1931, en los que el partido, por expresas indicaciones de Haya de la Torre, me proclamó su candidato a una de las diputaciones por Arequipa.

Alejado por segunda vez del Perú, a raíz de la derrota electoral que nos infligió el tristemente célebre comandante Luis Miguel Sánchez Cerro, continué, no obstante, dando todo mi apoyo a la agrupación con una lealtad y un desinterés ostensibles y sólo en 1947 regresé a la patria, mas no con fines políticos sino exclusivamente familiares. Pero mi arribo, también por orden de Haya de la Torre, fue aprovechado, debería decir usufructuado por el partido, el cual me tributó una recepción entusiasta, casi apoteósica, al menos en mi poco capitalizable condición de poeta,  traducidos en los actos celebrados en mi honor y en la extensa y ditirámbica acogida que me brindó su prensa. Por aquellos días, el partido vivía horas aciagas. Pasaba contra él la acusación de haber organizado el asesinato del director de "La Prensa", señor Graña. Discretamente, traté de inquirir la verdad del asunto. Mas las averiguaciones que realicé entre los dirigentes que más confianza me merecían me hicieron pensar que el partido era víctima de una siniestra maniobra política. Se le adjudicaba -pensé- un crimen estúpido con el exclusivo propósito de destruir su notorio caudal mayoritario entre las clases media y popular. Quijotescamente, reafirmé en consecuencia mi adhesión a aquel y salí del país con ánimo de luchar con más decisión por su causa, que creía identificada con los intereses del Perú.

Más tarde sobrevino la revolución de Arequipa, encabezada por el general Odría. Desde su acenso al poder, el actual presidente de la República caracterizó su acción por dos hechos que necesariamente debían estimular mi fe en el partido de que formaba parte; la persecución despiadada a mis correligionarios y el desarrollo de una política contraria a mis principios. Con todo, debo admitir que a los pocos meses del régimen de Odría, las enormes resistencias provocadas por el APRA durante su paso por el gobierno al lado del inepto Bustamante y Rivero, unidas a la explotación que se hizo de la criminalidad que se le atribuía y al desbande de algunos de sus dirigentes y muchos de sus afiliados, determinaron una verdadera parálisis de la agrupación. El partido mermó sus fuerzas más o menos en un 90 por ciento, quedando reducido a los cuadros clandestinos directores, los exiliados y una mínima masa ciudadana. De esa atonía, de esa suerte de obliteración de los reflejos vitales, el APRA fue, sin embargo, levantándose, no por sus propias virtudes sino merced a un aliado insólito que la fortuna le deparó y con el que, oh ironía de las causas, jamás imaginó que podría contar: el régimen que había fincado su razón de ser precisamente en la necesidad de de destruirlo. Los errores de este, manifestados en el absurdo encarecimiento de las subsistencias y en la subordinación de las relaciones internacionales peruanas a las directivas de la Secretaría de Estado norteamericana, dieron lugar a que el pueblo, careciendo de otro partido en el cual pudiera colocar sus esperanzas, volviera los ojos en reincidencia a un movimiento que sólo se había probado a medias, era víctima de una confabulación para mancharlo de delincuencia y, si bien tenía malos elementos, se había proclamado antiyanqui y trataría de realizar una obra provechosa para sí mismo y para la patria.

Desgraciadamente, estas ilusiones no podían convertirse en realidad. En cuanto salió de su encierro en la embajada colombiana, Haya de la Torre empezó a formular declaraciones demostrativas de que era cierta una sospecha que se había ido formalizando en la conciencia de numerosos afiliados: la de que su propio jefe, de antiguo apóstol del antiimperialismo norteamericano, se había transformado en encubierto agente suyo. Para oponerse a este brusco cambio de frente, algunos organismos partidarios, empezando por el primero en jerarquía de todos ellos, el Comité Coordinador de los Desterrados Apristas, con sede en Santiago de Chile, así como, en forma personal, no pocos miembros de la agrupación, entre ellos yo mismo uno de los primeros, comunicamos a Haya de la Torre una total discrepancia con esa posición, por lo cual, ante el temor de que la disidencia pudiera convertirse en cisma, Haya de la Torre convocó a una reunión el 19 del pasado junio en la ciudad de Montevideo, aparentemente con el objeto de retomar contacto con los compañeros, pero en realidad con el único fin de ablandar al susodicho comité coordinador cuyos principales miembros, Manuel Seaone y Luis Barrios Llona, han profesado, paralelamente conmigo, una absoluta rigidez y una recia intransigencia para que sean mantenidos los principios básicos del partido. Invalidado dicho pretexto, la conferencia de Montevideo tenía que ser, según ha sido, un completo fracaso. Teniendo indicios seguros de que Haya de la Torre ha tomado posiciones ya definitivas y se ha comprometido con los yanquis en sus siniestros planes para estrangular la independencia de Latinoamérica, Seaone y Barrios hicieron a Haya el formidable desaire, a pesar de reiterados requerimientos telefónicos y telegráficos, de no acudir a la cita, y más tarde, el 6 de julio, coincidiendo conmigo, renunciaron a su condición de apristas.

Más he aquí llegado el momento de expresar el motivo principal de mi dimisión. En los primeros meses del año actual tuve la desgracia (¡cuánto hubiese dado por seguir ignorando la verdad!) de recibir confidencias, o más bien demostraciones de jactancia, de torpe jactancia, según las cuales sería verdad que los crímenes atribuidos al aprismo fueron en efecto cometidos con el asentimiento en unos casos, la complacencia en otros y por orden o inspiración del jefe de partido en unos más.

Llegó así a mis oídos que el asesinato del director de "La Prensa", señor Graña, no fue cometido por Pretell, a quien la justicia ha condenado como autor somático del mismo. Cuando se vio que ya era imposible soldar la amistad del gobierno de Bustamante y Rivero con el APRA, en la casa de Haya habría tenido lugar una reunión de íntimos en la que se habló sobre la conveniencia de eliminar al presidente, a lo cual el doctor Luis Alberto Sánchez habría retrucado diciendo que eso sería inadecuado, pues cerraría definitivamente el acceso del jefe de poder, ya que unánimente el país, recordando la forma en que se produjo la extirpación de Sánchez Cerro, culparía al APRA de este segundo homicidio presidencial. Lo más "político", según el jesuítico Sánchez, sería emprender un acto de intimidación baleando al director de "La Prensa", señor Graña, que venía combatiendo con énfasis a la agrupación; Bustamante y Rivero, asustado, metería violín en bolsa y se sometería a los dictados apristas, sin que, por otra parte, nadie pudiese inculpar al APRA, ya que no hubiera sido lógico suponer que un partido de tanta importancia como este hubiera tenido interés en eliminar a una figura de tan secundarias proyecciones en la política nacional como era el señor Graña. Este temperamento se habría impuesto finalmente y acto seguido se dio la gente a la tarea de señalar al hombre más apto para cometer el crimen. La elección habría recaído en un sujeto apellidado Chaney o Chane o algo por el estilo, quien allá por la fecha en que estas versiones llegaron a mis oídos se hallaba cumpliendo una condena por un delito totalmente ajeno al crimen de Graña, y quizás está en prisión ahora mismo. Así pues, el doctor Luis Alberto Sánchez habría sido el asesino intelectual de Graña y el tal Chane o Chaney su ejecutor material. Todo ello, además de ser horrendo en sí mismo, comporta otra abominable iniquidad: la de que Haya de la Torre, Sánchez y sus compinches, sólo por el afán de despistar a la justicia, estén permitiendo hasta hoy que un inocente como Pretell purgue una falta por él no cometida.

Esta práctica del homicidio como medio de acción política no habría sido nueva en el APRA sino antigua y sistemática: no habría sido fruto de una inmediata reacción -quizás no justificable, pero sí explicable- ante la impotencia para luchar contra factores adversos, sino el efecto de una concepción criminal de la política al servicio de individuos ansiosos de conquistar el poder, aunque fuese valiéndose del terror y de la muerte. Ya varios años antes, Haya de la Torre habría dado a sus secuaces la orden de liquidar a toda persona que se atravesase en el camino de sus ambiciones. Y así, cobardemente, habría sido ultimado el comandante Morales Bermúdez, en un acceso del más estúpido apresuramiento, pues hasta se había perdido un posible aliado valioso.



De cualquier modo es sintomático la circunstancia de que, desde ese día, el organizador de ese crimen, y no sé si también su ejecutor material, se convirtió en protegido y amigo íntimo de Haya de la Torre y luego, hasta el momento en que fuera detenido por su supuesta participación en el asesinato del director de "La Prensa", señor Graña, en diputado y uno de los más infalibles árbitros de las decisiones partidarias. Tal personaje sería Alfredo Tello, cuya intervención en el crimen Graña, por el cual se halla en la cárcel, parece no haber sido probada, como que se dice que fue ajeno a él.

Una conducta parecida habría observado Haya de la Torre en cuanto se refiere a Armando Blanco del Campo o Armando Villanueva del Campo, pues no sé cuál de los patronímicos es el auténtico. El propio Haya sostuvo en una ocasión que el primero es el válido, pues el progenitor de su amigo se lo habría cambiado para que no se hallase en tan abierta contradicción con su pigmento. Este individuo, de vivacidad no escasa aunque ignorante, intrigante y servil y de una audacia y peligrosidad poco comunes, ocupó en el partido una posición harto subalterna hasta el día en que se habría ofrecido para segar la vida del ciudadano Marcial Rossi Corsi, quien habría estado jugando vilmente al doble papel de aprista y agente confidencial de la policía para enterarse de las actividades revolucionarias del grupo. A causa de esta occisión de Rossi Corsi, que habría sido organizada y acaso ejecutada directamente por Villanueva del Campo, este habría ascendido rápidamente en las filas partidarias.

Tal proceder de Villanueva del Campo no sería un acto casual o de comisión momentánea, sino delator de una suerte de propensión delictuosa, según podrá inferirse de lo siguiente. Confieso lealmente que, enemigo del actual gobierno peruano, participé hace algún tiempo en cierta tentativa para derribarlo. En dicha oportunidad, un alto oficial de nuestro ejército nos ofreció su apoyo, bajo condiciones no del todo favorables a la aspiración personal de Haya de la Torre; Villanueva del Campo, entonces secretario general del Comité Coordinador, se mostró ante mí y otro compañero partidario de que se llevase adelante el pacto con el oficial aludido, al que, en cuanto la revolución triunfase, se le sacaría de en medio por la expeditiva vía de la occisión, atribuyéndola luego a los adversarios, si no se podía representar la comedia de que "había muerto gloriosamente en acción de armas". Fue en vista de tal antecedente y otro similar que, en una memorable asamblea de compañeros residentes en Buenos Aires, efectuada en mayo de este año, al mostrar yo públicamente a Villanueva del Campo su falta de honestidad política y sus travesuras personales, le dije clara y terminantemente, ante la estupefacción de los presentes, que él venía tratando desde hacía tiempo de "habituarse al asesinato". Todos los oyentes quedaron absortos y Villanueva del Campo se limitó a hundirse en su asiento, a resbalarse casi hasta el suelo, a pesar de su notorio cinismo, lívido como un muerto y sin atreverse a esbozar la más ligera refutación, porque sabía justamente de cuál pie cojeaba..."

(Continuará)

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ALBERTO HIDALGO
(1897-1967)

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barbarismos

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El Comité empezó a ser acosado por la policía. Hipólito Salazar, que había fundado la Federación Indígena Obrera Regional Peruana, fue deportado. Urviola enfermó de tuberculosis y falleció el 27 de enero de 1925. Cuando enterraron a Urviola varios dirigentes de la Pro-Derecho Indígena Tahuantinsuyo no pudieron asistir a su velatorio en el local de la Federación de Choferes, en la calle Sandia. El sepelio fue multitudinario. Los ejércitos particulares de los hacendados se dedicaron a quemar las escuelas que el Comité había abierto en diversos puntos del interior del Perú y persiguieron también a sus alumnos y profesores. Antes de la sublevación de Huancané de 1923, fusilaron a tres campesinos de Wilakunka solo porque asistían a una de estas escuelas. El año siguiente, durante una inspección que realizó a las comunidades de Huancané, el Obispo de Puno, Monseñor Cossío, constató la acción vandálica de los terratenientes que habían incendiado más de sesenta locales escolares. No contentos con quemar las escuelas que organizaba el Comité y asesinar a sus profesores o alumnos, los gamonales presionaron a las autoridades locales para que apresen a los delegados indígenas y repriman a los campesinos que los apoyaban. Entre 1921 y 1922, diversos prefectos y subprefectos perpetraron crímenes y atropellos. Hubo casos donde fueron los mismos gamonales los que se encargaron de asesinar a los delegados de la Pro-Derecho Indígena Tahuantinsuyo. Domingo Huarca, delegado de los comuneros de Tocroyoc, departamento del Cusco, quien había estado en Lima tramitando memoriales, fue brutalmente asesinado. Los gamonales primero lo maltrataron, después le sacaron los ojos y finalmente lo colgaron de la torre de una iglesia. Vicente Tinta Ccoa, del subcomité de Macusani, en Puno, que fue asesinado por los gamonales del lugar. En agosto de 1927, la Pro-Derecho Indígena Tahuantinsuyo dejó de funcionar luego que, mediante una resolución suprema, el gobierno de Leguía prohibió su funcionamiento en todo el país. Gran parte de la promoción de líderes indígenas que se forjó con la Pro-Derecho Indígena Tahuantinsuyo engrosó los nuevos movimientos sociales que iban a desembocar en la formación del Partido Comunista y el Partido Aprista. Fueron los casos de Ezequiel Urviola, Hipólito Salazar y Eduardo Quispe y Quispe, que fueron atraídos por la prédica socialista de José Carlos Mariátegui; o de Juan Hipólito Pévez y Demetrio Sandoval, que se acercaron a Víctor Raúl Haya de la Torre y el Partido Aprista. En 1931, después del derrocamiento de Leguía y la muerte de Mariátegui, el Partido Socialista, convertido en Partido Comunista, lanzó la candidatura del indígena Eduardo Quispe y Quispe a la Presidencia de la República. HÉCTOR BÉJAR.

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realismo capitalista peruano, ¡ja, ja!

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es más fácil imaginarse el fin del mundo que el fin del capitalismo

En tercer lugar, un dato: una generación entera nació después de la caída del Muro de Berlín. En las décadas de 1960 y 1970, el capitalismo enfrentaba el problema de cómo contener y absorber las energías externas. El problema que posee ahora es exactamente el opuesto: habiendo incorporado cualquier cosa externa de manera en extremo exitosa, ¿puede todavía funcionar sin algo ajeno que colonizar y de lo que apropiarse? Para la mayor parte de quienes tienen menos de veinte años en Europa o los Estados Unidos, la inexistencia de alternativas al capitalismo ya ni siquiera es un problema. El capitalismo ocupa sin fisuras el horizonte de lo pensable. Jameson acostumbraba a detallar con horror la forma en que el capitalismo penetraba en cada poro del inconsciente; en la actualidad, el hecho de que el capitalismo haya colonizado la vida onírica de la población se da por sentado con tanta fuerza que ni merece comentario. Sería peligroso y poco conducente, sin embargo, imaginar el pasado inmediato como un estado edénico rico en potencial político, y por lo mismo resulta necesario recordar el rol que desempeñó la mercantilización en la producción de cultura a lo largo del siglo XX. El viejo duelo entre el détournement y la recuperación, entre la subversión y la captura, parece haberse agotado. Ahora estamos frente a otro proceso que ya no tiene que ver con la incorporación de materiales que previamente parecían tener potencial subversivo, sino con su precorporación, a través del modelado preventivo de los deseos, las aspiraciones y las esperanzas por parte de la cultura capitalista. Solo hay que observar el establecimiento de zonas culturales «alternativas» o «independientes» que repiten interminablemente los más viejos gestos de rebelión y confrontación con el entusiasmo de una primera vez. «Alternativo», «independiente» yotros conceptos similares no designan nada externo a la cultura mainstream; más bien, se trata de estilos, y de hecho de estilos dominantes, al interior del mainstream.
Nadie encarnó y lidió con este punto muerto como Kurt Cobain y Nirvana. En su lasitud espantosa y su furia sin objeto, Cobain parecía dar voz a la depresión colectiva de la generación que había llegado después del fin de la historia, cuyos movimientos ya estaban todos anticipados, rastreados, vendidos y comprados de antemano. Cobain sabía que él no era nada más que una pieza adicional en el espectáculo, que nada le va mejor a MTV que una protesta contra MTV, que su impulso era un cliché previamente guionado y que darse cuenta de todo esto incluso era un cliché. El impasse que lo dejó paralizado es precisamente el que había descripto Jameson: como ocurre con la cultura posmoderna en general, Cobain se encontró con que «los productores de la cultura solo pueden dirigirse ya al pasado: la imitación de estilos muertos, el discurso a través de las máscaras y las voces almacenadas en el museo imaginario de una cultura que es hoy global». En estas condiciones incluso el éxito es una forma del fracaso desde el momento en que tener éxito solo significa convertirse en la nueva presa que el sistema quiere devorar. Pero la angustia fuertemente existencial de Nirvana y Cobain, sin embargo, corresponde a un momento anterior al nuestro y lo que vino después de ellos no fue otra cosa que un rock pastiche que, ya libre de esa angustia, reproduce las formas del pasado sin ansia alguna.
La muerte de Cobain confirmó la derrota y la incorporación final de las ambiciones utópicas y prometeicas del rock en la cultura capitalista. Cuando murió, el rock ya estaba comenzando a ser eclipsado por el hiphop, cuyo éxito global presupone la lógica de la precorporación a la que me he referido antes. En buena parte del hip hop, cualquier esperanza «ingenua» en que la cultura joven pueda cambiar algo fue sustituida hace tiempo por una aceptación dura de la versión más brutalmente reduccionista de la «realidad». «En el hip hop», escribió SimonReynolds en su ensayo de 1996 para The Wire :
«Lo real» tiene dos significados. En primer lugar, hace referencia a la música auténtica que no se deja limitar por los intereses creados y se niega a cambiar o suavizar su mensaje para venderse a la industria musical. Pero «real» también es aquella música que refleja una «realidad» constituida por la inestabilidad económica del capitalismo tardío, el racismo institucionalizado, la creciente vigilancia y el acoso sobre la juventud de parte de la policía. «Lo real» es la muerte de lo social: es lo que ocurre con las corporaciones que, al aumentar sus márgenes de ganancia, en lugar de aumentar los sueldos o los beneficios sociales de sus empleados responden […] reduciendo su personal, sacándose de encima una parte importante de la fuerza de trabajo para crear un inestable ejército de empleados freelance y demedio tiempo, sin los beneficios de la seguridad social.


MARK FISHER.

perú post indie

Haz el ejercicio de pasear una tarde por la plaza del Cuzco, siéntate a la vera de su fuente y distinguirás entre cuzqueños, entre las decenas de argentinos hippies (muchos realmente insoportables), unos cuantos chilenos y de esa pléyade de "gringos" -que vienen dispuestos a ser estafados, bricheados, etc-, a unos curiosos especímenes: los limeños.
Contrariamente a lo que creemos los hijos de esta tierra, lo primero que nos delatará será nuestro "acento". Sí, querido limeño, tenemos acento, un acentazo como doliente, como que rogamos por algo y las mujeres, muchas, además un extraño alargamiento de la sílaba final. Pero lo que realmente suele llamarme la atención es la manera como nos vestimos para ir al Cuzco, porque, el Cuzco es una ciudad, no el campo. Tiene universidades, empresas, negocios, etc. Siin embargo, casi como esos gringos que para venir a Sudamérica vienen disfrazados de Indiana Jones o su variante millenial, nosotros nos vestimos como si fuésemos a escalar el Himalaya. Ya, es verdad que el frío cuzqueño puede ser más intenso que el de la Costa -aunque este invierno me esté haciendo dudarlo- pero echa un vistazo a todo tu outfit: la casaca Northfake, abajo otra chaquetilla de polar o algo así de una marca similar, las botas de montañista, tus medias ochenteras cual escarpines, todo...
Y es que esa es la forma como imaginamos la Sierra: rural, el campo, las montañas, aunque en el fondo no nos movamos de un par de discotecas cusqueñas. Es decir, bien podrías haber venido vestido como en Lima con algo más de abrigo y ya; pero no, ir al Cuzco, a la sierra en general es asistir a un pedazo de nuestra imaginación geográfica que poco tiene que ver con nuestros hábitos usuales del vestido, del comportamiento, etc. Jamás vi en Lima a nadie tomarse una foto con una "niña andina" como lo vi en Cuzco y no ha sido porque no haya niños dispuestos a recibir one dollar por una foto en Lima, pero es que en Cuzquito (cada vez que escucho eso de "Cuzquito" me suda la espalda) es más cute. Ahora, sólo para que calcules la violencia de este acto, ¿te imaginas que alguien del Cuzco -Ayacucho, Huancavelica, Cajamarca o hasta de Chimbote- viniese y te pidiera tomarse una foto con tu hijita, tu sobrino, o lo que sea en Larcomar para subirlo a Instagram o al Facebook? ¿Hardcore, no?


FRED ROHNER
Historia Secreta del Perú 2

as it is when it was

sonido es sonido

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RETROMANÍA

"...Pero los 2000 fueron también la década del reciclado rampante: géneros del pasado revividos y renovados, material sonoro vintage reprocesado y recombinado. Con demasiada frecuencia podía detectarse en las nuevas bandas de jóvenes, bajo la piel tirante y las mejillas rosadas, la carne gris y floja de las viejas ideas... Pero donde lo retro verdaderamente reina como sensibilidad dominante y paradigma creativo es en la tierra de lo hipster, el equivalente pop de la alta cultura. Las mismas personas que uno esperaría que produzcan (en tanto artistas) o defiendan (en tanto consumidores) lo no convencional y lo innovador: ese es justamente el grupo más adicto al pasado. En términos demográficos, es exactamente la misma clase social de avanzada, pero en vez de ser pioneros e innovadores han cambiado de rol y ahora son curadores y archivistas. La vanguardia devino en retaguardia." SIMON REYNOLDS Retromanía

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