Me preguntan a veces cuando fue que el Perú se convirtió en este páramo sin partidos ni destino común ni intuición de futuro colectivo. Tuvimos diez años de terrorismo. Y tuvimos diez años de fujimorismo.
Las hordas de Guzmán nos hirieron profundamente y sacaron lo peor de nosotros. Nunca entendimos que Sendero Luminoso sólo pudo prosperar, como lo hizo, en una sociedad abismalmente desigual. Nuestra respuesta fue darle a un forastero el gobierno. Pero este extraño no se apellidaba San Martín ni era Bolívar. Era un hombre que había eludido impuestos en 34 operaciones inmobiliarias consecutivas y que no había explicado el destino de siete millones de dólares de los fondos de la Universidad Agraria, donde él había sido rector. Su nombre era Alberto Fujimori.
No importaba lo que había hecho ni importaría lo que hiciera: le dimos un cheque en blanco. Y una vez cumplida la tarea de normalizar la economía y descabezar a la cúpula del terror, Fujimori secuestró el país y montó el gobierno más corrupto de la historia. Su política de tierra arrasada, instituciones abolidas, contrapesos comprados o borrados, pudrición de la justicia, burdelización del Congreso, lo convirtió en el caudillo que el lumpen-electorado deseaba hace tiempo. Los hermanos Gutiérrez se habían encarnado en un solo hombre. Había un dejo del altiplánico Melgarejo en ese hombre que compraba congresistas cuando lo creía necesario y que tenía como socio mayor a un exagente de la CIA, traficante de ramas, protector de narcotraficantes y ladrón contumaz en cifras de seis ceros. Es a Fujimori a quien recuerdan con nostalgia los mismos que no pagan impuesto predial y viven en distritos que la sanidad pública debería declarar en emergencia. Es a su sucesora, heredera de todas las taras de su padre, a quien adoran los taxistas sin ley y sin taxímetros, los empresarios de las licitaciones dudosas, los jueces cotizados en bolsa, los fiscales que recuerdan cariñosamente a Colán y Aljovín.
Diez años de Sendero. Diez años de fujimorismo. Una veintena de años de barbarie. ¿Puede un país salir ileso de semejante experiencia?
Acabamos con Sendero, felizmente. Pero seguimos con la agenda nacional contaminada por el fujimorismo. ¿Hasta cuándo?
CÉSAR HILDEBRANDT
Extraído de "Hildebrandt en sus trece"
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