Por MARIO REGGIARDO
Extraído de Interzona # 10 - Noviembre 2003
*Checa la primera parte y el resto de esta seria acá.
SINEAD O'CONNOR
Carling Apollo
Hammersmith
14 marzo
La irlandesa está más buena que nunca. La base 3 le ha sentado a la perfección y ya no es más la flaquita que bordeaba el ridículo jugando a ser una mezcla de krishna con Jhonny Rotten. Ahora es una madre de familia madura, reflexiva, cautelosa, que asume su lesbianismo con orgullo, lejos de la época en que rompía fotos del Papa o gritaba consignas antiamericanas en la propia cara de los gringos. Y no es que la O'Connor se haya aburguesado, ocurre que ahora dedica menos tiempo al show mediático y más a hacer buena música. Por eso también ha sido invitada a cantar en las últimas placas de Massive Attack y Asian Dub Foundation.
El Carling Apollo Hammersmith es un teatro clásico donde continuamente se hacen también conciertos. El de la O'Connor fue impecable. "Fire on Babylon", "Mandinka", "I am stretched on your grave", "Feel so different", "Nothing Compares 2U" entre otras, además de una demoledora versión de "The emperor's new clothes" cerrada con un potente remate de feedbacks para no olvidarnos que, a pesar del claro vuelco a la música celta, después de todo estábamos en un concierto de rock.
Detrás de una banda donde cada músico era un genio aparte. Un bajista, un batero, dos guitarristas, un tecladista, una chica al violín, otra a la viola y uno en la flauta dulce. Al frente la diva en jean azul, con una blusa tibetana y sin zapatos. Tierna, atractiva y sorprendentemente tímida. Siempre con una guitarras acústica que a veces dejaba para cantar sin más sonido que el de ella mientras el resto mirábamos con la boca abierta. Su voz sigue siendo una de las mejores del planeta. Y nosotros a tus pies, Sinead.
THROWING MUSES
London Astoria
20 marzo
En el cruce de Oxford St. y Tottenham Court Rd. está un clásico local de la escena londinense. Oscuro, un poco sucio y lleno de afiches superpuestos anunciando conciertos casi a diario. En la puerta una pizarra acrílica blanca donde está apuntada con plumón negro la agenda de los próximos tres meses. Sólo de leerla uno puede colapsar de impotencia. Es en este antiguo teatro donde unos dos mil treintones se juntaron para ver a una banda ícono del indie americano. Lleno total.
Desde uno de los pasillos tuve que ver a Kristin Hersh, David Narcizo y Bernard Georges tocando prácticamente todas las canciones del Throwing Muses (4AD, 2003), el último álbum recibido tibiamente por la crítica británica. Tal vez me hice ilusiones esperando las canciones de los primeros discos, pero hasta ahora me queda la sensación de haber ido a un espectáculo monótono, ruidos y con mal sonido. La ausencia de Tanya Donelly puede ser la causa de ver ahora a una banda muy áspera, sin ese toque sensual que se colaba entre las guitarras que, junto a las de Sonic Youth, Pixies y Dinosaur Jr. definieron el sonido americano de los 90 en los 80.
Hersh parecía tocar desmotivada, arrancando estridencia a la guitarra, como una forma de esconder el desgano. Fue un concierto donde nada emocionaba ni sorprendía. Los juegos de luces elementales, el escenario pobrísimo y la banda totalmente estática hacían que el ruido sonara gratuito y a veces aburrido. Si uno cerraba los ojos y olvidaba a quienes tenía al frente, el concierto era para el olvido.
BETH ORTON
Royal Albert Hall
31 marzo
Fuck, fuck, fuck. Increíblemente esa fue la palabra más pronunciada por esta flaquita medio alocada que apareció con un vestido sesentero de color naranja, eufórica por las drogas que sugirió haber consumido en el camerino. Antes y después de cada canción varios fuck-fucking-fucker para decir una serie de cosas de las cuales no entendí un carajo. Pasada la sorpresa, los sentidos disfrutaron de la Orton en todas sus versiones.
Esperaba un concierto maravilloso y ese fue mi error. Poco del electro-folk de los primeros discos. Los efectos fueron desplazados por un contrabajo, siete violines y una viola, al punto que a veces parecía que estábamos en un unplugged de Natalie Merchant. Hay que reconocer que una cosa es encerrarte en el dormitorio y echarte solo en la cama para escuchar "Sweetest decline" o "Central reservation", y otra escucharlas sentado entre unas dos mil personas que rápidamente podían caer en el letargo. Beth Orton es una de los mejores cantantes de su generación y sus primeros discos están entre los más sublimes que se hayan hecho en la década pasada, pero hay que recordar que la producción fue determinante para alcanzar en las placas esas atmósferas de mágica cotidianeidad. Por eso en vivo la mejor Orton no es ella sola con su guitarra. Todavía está lejos de ser una diva como Joni Mitchell o Sinead O'Connor.
Cuando muchos empezábamos a aburrirnos, tras una cortina de cuerdas y teclados orientales vinieron "She cries your name" y "I wish I never saw the sunshine" para generar la catarsis del público. Mas aún cuando "Couldn't cause me harm" y "Stolen car" fueron aceleradas a tiempo de rock con reventada noise como para despertar al respetable que no pudo llenar el majestuoso RAH. La Orton, felizmente, terminó ganando el concierto por puntos.
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