Hay un hecho que en opinión de quien esto escribe marca el principio y el fin del fenómeno musical independiente en Gijón, que acabaría derivando en la cultura hipster en los años siguientes. Fue la primera y única vez que todas las nuevas bandas decidimos hacer algo juntas. Algunos de los bares que habían empezado a programar conciertos con entusiasmo dejaron de hacerlo en cuanto se asomaba por allí alguien de la Sgae o se quejaba algún vecino; la problemática de los locales de ensayo era común a muchas de las bandas y alguien había descubierto una nave abandonada más allá del barrio de Ceares en la que se podría celebrar un festival conjunto. Decidimos reunirnos y poner en común todas las necesidades que teníamos como músicos, asociarnos para conseguir objetivos que nos eran comunes. Se llegaron a hacer camisetas con un lema, "Córtate el pelo, cambia de vida" (algo que un hombre le había espetado al melenudo bajista de uno de los grupos), y el nombre de las bandas en la espalda, que paseamos orgullosos durante un tiempo cada vez que salíamos de Gijón. La idea no era mala, pero duró exactamente dos reuniones y su único fruto fueron esas camisetas. El cantante del grupo en el que yo tocaba por aquel entonces lo zanjó así en el último de los encuentros que tuvimos: "Esto jamás puede funcionar, porque cada grupo es de su padre y de su madre". En efecto, en aquel momento había bandas de noise, pop, garage, música sixties o funky-metal. Y eso fue lo importante. No que viviéramos en una misma ciudad con una misma realidad social; una ciudad con las mismas carencias para la consolidación de una escena cultural; no que nos costara a todos lo mismo conseguir actuaciones, disponer de equipos decentes o ensayar en lugares mínimamente acondicionados; no. Todo lo que teníamos en común no era importante porque cada grupo era "de su padre y de su madre", es decir, porque teníamos gustos musicales diferentes. Probablemente también había un problema de clase. No todos veíamos la misma realidad social, no todos teníamos las mismas dificultades para conseguir instrumentos. En cualquier caso, aquello no cuajó, y ese fue el pistoletazo de salida para un cambio de actitud en todos nosotros. Bienvenidos al indie, pero no como apócope de independencia sino de individualismo.
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El paralelismo que existe entre el surgimiento de la cultura rock en detrimento de la escena folk y el devenir del indie en las décadas de los ochenta y noventa no es casual. Cuando surgió el indie, tanto en las islas británicas como en EE. UU., era una escena politizada en gran medida, ya fuera por sus formas de obrar o por su mensaje. El precedente era el punk, la cultura de los fanzines y el "Hazlo Tú" Mismo, en un momento en el que la industria musical se estaba convirtiendo en un monstruo insaciable se hacía necesario crear una red de sellos, artistas y radios independientes que supusieran una alternativa. Las políticas ultraliberales de Reagan en EE.UU. y las particularmente agresivas de Thatcher en Gran Bretaña tuvieron una respuesta cultural. Aunque no todos clamaran contra ello, algunas voces sí se escucharon bien altas, tanto en la escena hardcore como en la del rock alternativo: Fugazi y su sello Dischord, Black Flag, Billy Bragg, The Smiths o The Housemartins fueron bandas que adquirieron gran notoriedad -aunque en diferente medida- y que cuestionaban con su música un mundo hostil dirigido por una élite que les despreciaba a ellos y a los de su clase, la clase trabajadora, y lo hacían vomitando trallazos punk, pildorazos pop o poesía cargada de rabia. Sin embargo, aquello también puede relatarse como la historia de un fracaso, un fracaso que, cuando una generación posterior quiso recoger el testigo para continuar con aquella escena musical, ya estaba consumado. Las políticas de Margaret Thatcher, con su brutal represión a las huelgas mineras, al movimiento sindical en general y a toda la clase obrera, acabaron triunfando de manera aplastante, llevándose por delante cualquier tipo de resistencia social, política o cultural. Lo que Billy Bragg cantara de forma irónica en una de sus mas tempranas composiciones, "No quiero cambiar el mundo/No busco una Nueva Inglaterra", se volvió tristemente profético cuando una década después las bandas se lo creyeron de manera literal: del pop comprometido se pasó al hedonismo, la cultura de clubs y las bandas de pop mesiánico. Nadie quería cambiar el mundo ya, algunos cantaban que querían ser adorados y otros estar de fiesta las 24 horas del día. Si la clase trabajadora había tenido tradicionalmente un leve consuelo en su odio furibundo a los lunes, llega un grupo bautizado como los Lunes Felices (Happy Mondays) proponiendo la evasión a través de las nuevas drogas de diseño. Aún llegaría poco después el brit pop, con bandas de pulcra imagen como Blur, con quien Tony Blair intentó fotografiarse a la busca de un referente entre esa nueva clase media a la que dirigiría sus políticas. Al negarse estos, acudió al otro gran combo, Oasis, que si bien procedían de clase trabajadora se limitaban a esgrimir sus orígenes solo para justificar algunas gamberradas realmente más propias de las estrellas de rock millonarias en que se habían convertido. Estos no tuvieron problema en hacerse la foto. Madchester y el brit pop, aun con sus hitos y su contribución a la cultura juvenil de la época, supusieron el principio de la derechización del indie en su deriva hacia lo hipster...
NACHO VEGAS
Presentación de INDIES, HISPTERS Y GAFAPASTAS de VÍCTOR LENORE
(2014)
Bajo Licencia Creative Commons.
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