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domingo, 12 de septiembre de 2021

REVOLUCIONES INCONCLUSAS DEL NUEVO SIGLO: Grime, dubstep, pop hipnagógico, witch house, trap, nueva psicodelia y otros horizontes



POR CARLOS PÉREZ DE ZURIZA
Extraído de "GUÍAS DEL ROCK & ROLL: Indie & Rock Alternativo"


En medio de un panorama más fragmentado que nunca, reconvertido por mor de las transformaciones de la industria en una colmena de nichos de mercado de repercusión limitada, los últimos diez años han visto cómo un reducido listado de nuevos estilos ha ido tratando de emerger desde el subsuelo a la superficie del mainstream. Pocos han logrado hacerse oír con fuerza en los mentideros de la gran industria, y los que lo han hecho han seguido la secuencia acostumbrada: sonidos que se desarrollan en los márgenes de lo convencional acaban siendo absorbidos por las listas de éxitos (o lo que queda de ellas) en fórmulas muy rebajadas en su potencial rupturista, licuadas para hacerlas aptas al paladar del gran público. Así, las pequeñas revoluciones que han ido preconizando han quedado casi siempre en suspenso, difuminadas por el devenir de las tendencias o directamente asimiladas por su versión más acomodaticia. Algo que no ha mermado, sin embargo, ni el brote de nuevos estilemas ni el incesante goteo de interesantes trabajos surgidos del ámbito de la independencia. 

El dubstep es, precisamente, uno de los géneros que mejor definen esa curva que hemos esbozado. Surgió a principios de los 2000 como un esqueje más de la música de cariz electrónico, como una amalgama de los vapores humeantes del dub y los ritmos quebradizos y enfebrecidos del 2 Step. Pero desde 2006 empezó a cobrar relevancia en el ámbito del pop, con músicos como Chase & Status, Kode9, Knife Party, Skream o Magnetic Man. Aunque todo empezó a perder sentido cuando Katy B, Rudimental o Jessie Ware, artistas del mainstream británico, empezaron a dar carta de naturaleza al estilo desde una perspectiva francamente ordinaria, allá por 2010 y 2011. Nada que ver con el carácter subterráneo y de vanguardia que había ostentado unos años antes. Nada que ver, desde luego, con las atmósferas espectrales que Willliam Bevan, alias Burial, le había conferido en su homónimo álbum de debut, una de las sensaciones de 2006. Compartiendo una génesis común con el dubstep, el grime había marcado también el ritmo de los suburbios londinenses durante la primera mitad de los 2000. Más callejero, agresivo y sucio que aquel, cabe decir que So Solid Crew, Dizzee Rascal o Tinie Tempah habían sido sus mejores embajadores, y que cuando sus formas amenazaron con contaminarse por la amabilidad que demandan las grandes audiencias, brotó una nueva generación que ahora mismo se concreta en los aguerridos Skepta, Novelist o Stormzy. 

Ese componente fantasmagórico y neblinoso que consignábamos al dubstep ha sido uno de los nimbos que con más asiduidad se ha impuesto sobre algunas de las expresiones definitorias de la independencia de los últimos años. Como si se tratara del correlato sonoro de tiempos tan agitados y convulsos como los que vivimos, propensos a la distopía. Fue el caso del witch house, una versión acentuadamente ralentizada y turbia del pop electrónico, con ecos de un house pesado y claustrofóbico y del hip hop en su vertiente más instrumental y abstracta, que gozó de especial significación a partir de 2009, en trabajos de Salem, Purity Ring o Mount Kimbie. La continuidad de la etiqueta ha sido muy poco visible en las últimas temporadas, en todo caso. 

Participando de ese componente vaporoso, en cuya plasmación sonora hay mucho de lo intangible de los sueños (y de las pesadillas), quién sabe si como vía de escape ante una realidad a la que es mejor no acogerse en exceso, surge también en 2009 lo que el periodista David Keenan da en llamar pop hipnagógico, llamado también chillwave o glo-fi. Se trata de producciones de muy baja fidelidad, generalmente caseras aunque imaginativas, que bucean de forma algo difusa en la psicodelia y en los sonidos sintéticos de los años 80 (la niñez y adolescencia de la mayoría de sus practicantes) mediante el uso de cintas (la cultura del cassette como marca generacional), efectos sonoros y sintetizadores vintage. Una suerte de absorción de referentes que se pretende casi inconsciente, asumida como en un estado de duermevela, en la que es imposible no localizar el enorme influjo de los discos que los escoceses Boards Of Canada fueron editando desde finales de los 90. Sus nombres principales, Ariel Pink (quien se ha ido desmarcando de todo ello), Neon Indian, Toro y Moi, Com Truise, Part Time, Memory Tapes e incluso algunos puntos de la discografía de Connan Mockasin.


 

Redondeando el censo de géneros (o estilos) que han ido dando forma a la independencia sonora de los últimos tiempos, tampoco podríamos dejar de mencionar el trap, aunque es cierto que tiene una proyección mucho más determinante como escena colateral al hip hop que al indie. Y aunque ha hecho notar su influencia en últimas temporadas en músicos de dominio tan público como Major Lazer, Rihanna, Kanye West, DJ Snake, Beyoncé o Fetty Wap, no sería de ley obviar sus orígenes subterráneos en Atlanta (EEUU) a mitad de los 2000 como un estilo marginal y underground al que le costó su tiempo emerger a la superficie, y que también ha impreso su huella en el pop de las últimas temporadas. 

Otro de los géneros que ha repuntado con fuerza en los últimos años, incidiendo en esa querencia escapista que comentábamos, es la psicodelia. Una forma de hacer música en base a estados alterados de la conciencia y de la percepción que, en esencia, nunca se ha ido desde los años 60, pero que ha visto cómo el reguero de bandas que lo han llevado a buen puerto se ha incrementado. Posiblemente los álbumes de Mercury Rev y The Flaming Lips a finales de los 90 fueran su preceptiva avanzadilla. Incluso los trabajos que hicieron de Animal Collective una referencia básica desde mediados de los 2000, o la carrera que los suecos Dungen iban tallando desde unos años antes. El caso es que, desde que los australianos Tame Impala debutaran (y convencieran) en 2010, con Innerspeaker, la psicodelia en sus múltiples formas se ha convertido en una de las fuerzas motrices del indie de las últimas temporadas, en manos de bandas surgidas de cualquier punto cardinal del globo: Pond, Gum, Jacco Gardner, The Warlocks, Temples, The Wytches, Death & Vanilla o Melody’s Echo Chamber integran, ente muchos otros, la nómina. 

Pero más allá de etiquetas, el indie norteamericano y británico han seguido generando importantes bandas, aunque ya desprovistas (en la mayoría de casos) de esos paraguas genéricos o generacionales que tanto se estilaban en los tiempos en que aún se compraban revistas de papel, discos de vinilo y cedés, cuando la música se dejaba tocar como un bien material. En los EEUU, los últimos diez años han sido los de la consolidación popular de la épica contenida de The National y el blues rock barnizado de modernidad de The Black Keys. Pero también los años en los que Kurt Vile o Lydia Loveless han ido regenerando el discurso alrededor del rock de raíces; Beach House han tramado un pop evanescente que evoca con trazo propio a Cocteau Twins; The Pains Of Being Pure At Heart, Wild Nothing o Real Estate han revalorizado la lejana herencia C-86; Grizzly Bear han impuesto la grandeza de su pop imaginativo y prolijo en arreglos; The War On Drugs han asentado su fundición con el kraut rock, el folk y los ochenta sintetizados como componentes principales; Mac De Marco, Ezra Furman, Mikal Cronin o Ty Segall han revoloteado con arrojo sobre la tradición del rock and roll y el garage rock más hirvientes y bandas como No Age, Cloud Nothings, Japandroids, Wavves, Male Bonding, Titus Andronicus, Cymbals Eat Guitars, Fucked Up, Menomena, Viet Cong o Ringo Deathstarr han construido un nuevo relato indie desde la base, a imagen y semejanza de sus tótems de los años 90. Todos ellos han tomado el relevo, desde texturas más ásperas, a lo que habían representado Modest Mouse o Death Cab For Cutie en la primera década de los 2000. Y los jovencísimos Alex G, Car Seat Headrest, Bored Nothing o Scott and Charlene’s Wedding (los dos últimos, desde Australia) auguran últimamente sangre nueva para el género. Para el indie rock en su versión más tradicional y genuina. 

Vampire Weekend, desde Nueva York, proclamaban con soltura desde finales de la década pasada un indie de fuerte impronta rítmica y vestigios africanistas, que obtuvo su eco al otro lado del Atántico con Foals, The Maccabees o Two Door Cinema Club. Todos ellos coetáneos de bandas más singulares e interesantes, como Wild Beasts o The Horrors. Y es que la influencia no occidental (africana, pero también haitiana, como en el caso de Arcade Fire) se hizo notar, y de qué forma, en los músicos independientes –desde aproximadamente 2008 o 2009– , aportando savia nueva al mejor Damon Albarn post Blur (Gorillaz, The Good The Bad & The Queen o en solitario) o a nuevos y excitantes proyectos como Warpaint o tUnE-yArDs. El secreto radicaba en la mezcla: ya lo había probado el éxito de M.I.A., la artista británica de origen tamil que deslumbró con la batidora musical de Arular (2005) y Kala (2007), sus dos primeros cócteles de electro, hip hop, ragga y dancehall. Los ecos de la tradición soft rock y del folk más curativo, por su parte, tenían en John Grant, Father John Misty y su compinche Jonathan Wilson a sus valedores más notables. Y compositoras como Julia Holter, Jesca Hoop o Joanna Newsom enhebraban lazos entre pasado y presente, con vistas a un futuro que FKA Twigs, Grimes o The xx parecen estar mejor posicionados que nadie para radiografiar. 

Con una significación social y un impacto tamizado por las transformaciones del contexto en el que se desenvuelve, el pop de extracción independiente prosigue irremisiblemente su curso. 

 


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El Comité empezó a ser acosado por la policía. Hipólito Salazar, que había fundado la Federación Indígena Obrera Regional Peruana, fue deportado. Urviola enfermó de tuberculosis y falleció el 27 de enero de 1925. Cuando enterraron a Urviola varios dirigentes de la Pro-Derecho Indígena Tahuantinsuyo no pudieron asistir a su velatorio en el local de la Federación de Choferes, en la calle Sandia. El sepelio fue multitudinario. Los ejércitos particulares de los hacendados se dedicaron a quemar las escuelas que el Comité había abierto en diversos puntos del interior del Perú y persiguieron también a sus alumnos y profesores. Antes de la sublevación de Huancané de 1923, fusilaron a tres campesinos de Wilakunka solo porque asistían a una de estas escuelas. El año siguiente, durante una inspección que realizó a las comunidades de Huancané, el Obispo de Puno, Monseñor Cossío, constató la acción vandálica de los terratenientes que habían incendiado más de sesenta locales escolares. No contentos con quemar las escuelas que organizaba el Comité y asesinar a sus profesores o alumnos, los gamonales presionaron a las autoridades locales para que apresen a los delegados indígenas y repriman a los campesinos que los apoyaban. Entre 1921 y 1922, diversos prefectos y subprefectos perpetraron crímenes y atropellos. Hubo casos donde fueron los mismos gamonales los que se encargaron de asesinar a los delegados de la Pro-Derecho Indígena Tahuantinsuyo. Domingo Huarca, delegado de los comuneros de Tocroyoc, departamento del Cusco, quien había estado en Lima tramitando memoriales, fue brutalmente asesinado. Los gamonales primero lo maltrataron, después le sacaron los ojos y finalmente lo colgaron de la torre de una iglesia. Vicente Tinta Ccoa, del subcomité de Macusani, en Puno, que fue asesinado por los gamonales del lugar. En agosto de 1927, la Pro-Derecho Indígena Tahuantinsuyo dejó de funcionar luego que, mediante una resolución suprema, el gobierno de Leguía prohibió su funcionamiento en todo el país. Gran parte de la promoción de líderes indígenas que se forjó con la Pro-Derecho Indígena Tahuantinsuyo engrosó los nuevos movimientos sociales que iban a desembocar en la formación del Partido Comunista y el Partido Aprista. Fueron los casos de Ezequiel Urviola, Hipólito Salazar y Eduardo Quispe y Quispe, que fueron atraídos por la prédica socialista de José Carlos Mariátegui; o de Juan Hipólito Pévez y Demetrio Sandoval, que se acercaron a Víctor Raúl Haya de la Torre y el Partido Aprista. En 1931, después del derrocamiento de Leguía y la muerte de Mariátegui, el Partido Socialista, convertido en Partido Comunista, lanzó la candidatura del indígena Eduardo Quispe y Quispe a la Presidencia de la República. HÉCTOR BÉJAR.

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realismo capitalista peruano, ¡ja, ja!

rojo 2

es más fácil imaginarse el fin del mundo que el fin del capitalismo

En tercer lugar, un dato: una generación entera nació después de la caída del Muro de Berlín. En las décadas de 1960 y 1970, el capitalismo enfrentaba el problema de cómo contener y absorber las energías externas. El problema que posee ahora es exactamente el opuesto: habiendo incorporado cualquier cosa externa de manera en extremo exitosa, ¿puede todavía funcionar sin algo ajeno que colonizar y de lo que apropiarse? Para la mayor parte de quienes tienen menos de veinte años en Europa o los Estados Unidos, la inexistencia de alternativas al capitalismo ya ni siquiera es un problema. El capitalismo ocupa sin fisuras el horizonte de lo pensable. Jameson acostumbraba a detallar con horror la forma en que el capitalismo penetraba en cada poro del inconsciente; en la actualidad, el hecho de que el capitalismo haya colonizado la vida onírica de la población se da por sentado con tanta fuerza que ni merece comentario. Sería peligroso y poco conducente, sin embargo, imaginar el pasado inmediato como un estado edénico rico en potencial político, y por lo mismo resulta necesario recordar el rol que desempeñó la mercantilización en la producción de cultura a lo largo del siglo XX. El viejo duelo entre el détournement y la recuperación, entre la subversión y la captura, parece haberse agotado. Ahora estamos frente a otro proceso que ya no tiene que ver con la incorporación de materiales que previamente parecían tener potencial subversivo, sino con su precorporación, a través del modelado preventivo de los deseos, las aspiraciones y las esperanzas por parte de la cultura capitalista. Solo hay que observar el establecimiento de zonas culturales «alternativas» o «independientes» que repiten interminablemente los más viejos gestos de rebelión y confrontación con el entusiasmo de una primera vez. «Alternativo», «independiente» yotros conceptos similares no designan nada externo a la cultura mainstream; más bien, se trata de estilos, y de hecho de estilos dominantes, al interior del mainstream.
Nadie encarnó y lidió con este punto muerto como Kurt Cobain y Nirvana. En su lasitud espantosa y su furia sin objeto, Cobain parecía dar voz a la depresión colectiva de la generación que había llegado después del fin de la historia, cuyos movimientos ya estaban todos anticipados, rastreados, vendidos y comprados de antemano. Cobain sabía que él no era nada más que una pieza adicional en el espectáculo, que nada le va mejor a MTV que una protesta contra MTV, que su impulso era un cliché previamente guionado y que darse cuenta de todo esto incluso era un cliché. El impasse que lo dejó paralizado es precisamente el que había descripto Jameson: como ocurre con la cultura posmoderna en general, Cobain se encontró con que «los productores de la cultura solo pueden dirigirse ya al pasado: la imitación de estilos muertos, el discurso a través de las máscaras y las voces almacenadas en el museo imaginario de una cultura que es hoy global». En estas condiciones incluso el éxito es una forma del fracaso desde el momento en que tener éxito solo significa convertirse en la nueva presa que el sistema quiere devorar. Pero la angustia fuertemente existencial de Nirvana y Cobain, sin embargo, corresponde a un momento anterior al nuestro y lo que vino después de ellos no fue otra cosa que un rock pastiche que, ya libre de esa angustia, reproduce las formas del pasado sin ansia alguna.
La muerte de Cobain confirmó la derrota y la incorporación final de las ambiciones utópicas y prometeicas del rock en la cultura capitalista. Cuando murió, el rock ya estaba comenzando a ser eclipsado por el hiphop, cuyo éxito global presupone la lógica de la precorporación a la que me he referido antes. En buena parte del hip hop, cualquier esperanza «ingenua» en que la cultura joven pueda cambiar algo fue sustituida hace tiempo por una aceptación dura de la versión más brutalmente reduccionista de la «realidad». «En el hip hop», escribió SimonReynolds en su ensayo de 1996 para The Wire :
«Lo real» tiene dos significados. En primer lugar, hace referencia a la música auténtica que no se deja limitar por los intereses creados y se niega a cambiar o suavizar su mensaje para venderse a la industria musical. Pero «real» también es aquella música que refleja una «realidad» constituida por la inestabilidad económica del capitalismo tardío, el racismo institucionalizado, la creciente vigilancia y el acoso sobre la juventud de parte de la policía. «Lo real» es la muerte de lo social: es lo que ocurre con las corporaciones que, al aumentar sus márgenes de ganancia, en lugar de aumentar los sueldos o los beneficios sociales de sus empleados responden […] reduciendo su personal, sacándose de encima una parte importante de la fuerza de trabajo para crear un inestable ejército de empleados freelance y demedio tiempo, sin los beneficios de la seguridad social.


MARK FISHER.

perú post indie

Haz el ejercicio de pasear una tarde por la plaza del Cuzco, siéntate a la vera de su fuente y distinguirás entre cuzqueños, entre las decenas de argentinos hippies (muchos realmente insoportables), unos cuantos chilenos y de esa pléyade de "gringos" -que vienen dispuestos a ser estafados, bricheados, etc-, a unos curiosos especímenes: los limeños.
Contrariamente a lo que creemos los hijos de esta tierra, lo primero que nos delatará será nuestro "acento". Sí, querido limeño, tenemos acento, un acentazo como doliente, como que rogamos por algo y las mujeres, muchas, además un extraño alargamiento de la sílaba final. Pero lo que realmente suele llamarme la atención es la manera como nos vestimos para ir al Cuzco, porque, el Cuzco es una ciudad, no el campo. Tiene universidades, empresas, negocios, etc. Siin embargo, casi como esos gringos que para venir a Sudamérica vienen disfrazados de Indiana Jones o su variante millenial, nosotros nos vestimos como si fuésemos a escalar el Himalaya. Ya, es verdad que el frío cuzqueño puede ser más intenso que el de la Costa -aunque este invierno me esté haciendo dudarlo- pero echa un vistazo a todo tu outfit: la casaca Northfake, abajo otra chaquetilla de polar o algo así de una marca similar, las botas de montañista, tus medias ochenteras cual escarpines, todo...
Y es que esa es la forma como imaginamos la Sierra: rural, el campo, las montañas, aunque en el fondo no nos movamos de un par de discotecas cusqueñas. Es decir, bien podrías haber venido vestido como en Lima con algo más de abrigo y ya; pero no, ir al Cuzco, a la sierra en general es asistir a un pedazo de nuestra imaginación geográfica que poco tiene que ver con nuestros hábitos usuales del vestido, del comportamiento, etc. Jamás vi en Lima a nadie tomarse una foto con una "niña andina" como lo vi en Cuzco y no ha sido porque no haya niños dispuestos a recibir one dollar por una foto en Lima, pero es que en Cuzquito (cada vez que escucho eso de "Cuzquito" me suda la espalda) es más cute. Ahora, sólo para que calcules la violencia de este acto, ¿te imaginas que alguien del Cuzco -Ayacucho, Huancavelica, Cajamarca o hasta de Chimbote- viniese y te pidiera tomarse una foto con tu hijita, tu sobrino, o lo que sea en Larcomar para subirlo a Instagram o al Facebook? ¿Hardcore, no?


FRED ROHNER
Historia Secreta del Perú 2

as it is when it was

sonido es sonido

sonido es sonido

pura miel

nogzales der wil

RETROMANÍA

"...Pero los 2000 fueron también la década del reciclado rampante: géneros del pasado revividos y renovados, material sonoro vintage reprocesado y recombinado. Con demasiada frecuencia podía detectarse en las nuevas bandas de jóvenes, bajo la piel tirante y las mejillas rosadas, la carne gris y floja de las viejas ideas... Pero donde lo retro verdaderamente reina como sensibilidad dominante y paradigma creativo es en la tierra de lo hipster, el equivalente pop de la alta cultura. Las mismas personas que uno esperaría que produzcan (en tanto artistas) o defiendan (en tanto consumidores) lo no convencional y lo innovador: ese es justamente el grupo más adicto al pasado. En términos demográficos, es exactamente la misma clase social de avanzada, pero en vez de ser pioneros e innovadores han cambiado de rol y ahora son curadores y archivistas. La vanguardia devino en retaguardia." SIMON REYNOLDS Retromanía

kpunk

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