...Se trata de un sitio de modernos, para modernos, que explota el poder de la marca Malasaña para sacar rédito simbólico y financiero. Al entrar en dicho lugar en una ocasión, me encontré con que la mayoría de los clientes pasaban de los treinta y los cuarenta, y algunos alcanzaban los cincuenta. A pesar de su edad biológica, se habían apropiado constelaciones propias del moderneo juvenil. Por entonces ya estaban de moda los gorros de invierno con pompón y se hacía extraño ver a señores hechos y derechos llevando un complemento tan asociado a la infancia. En este caso, personas de mediana edad eran estandartes de la cultura juvenil tradicional. Sin duda las residencias de la tercera edad en el futuro estarán llenas de raperos, heavies, rastas, hipsters y un largo etcétera, en lugar de la tradicional estampa de octogenarios jugando al mus. Poco a poco el abuelo moderno se está convirtiendo en un nuevo fenómeno social. Un tipo de anciano en el que prima la identidad: antes muerto que del montón. Esto sirve bien a la lógica capitalista que integra, así a las personas viejas en la vorágine de consumo, tradicionalmente reservado para los jóvenes.
Esto tiene varias causas. La primera es socioeconómica. Vivimos en un mundo inestable en el que todo cambia cada vez más rápido, entre otras razones, por la aceleración del desarrollo tecnológico. Eso de que un señor trabaje toda la vida para la misma empresa gracias a unas cualificaciones de su juventud ya no existe. El contrato indefinido es cosa del pasado y la inestabilidad profesional domina el presente. En España gran parte de los jóvenes (y no tan jóvenes) son incapaces de encontrar un trabajo y mucho menos de vivir solos; o lo hacen con sus padres o con compañeros de piso, algo que induce a representar el rol de adolescente o estudiante. Como dijo la legendaria actriz Frances Farmer: «Si te tratan como a un loco, te acabas comportando como tal». Sustituyamos «loco» por «adolescente» y explicaremos el fenómeno en cuestión.
También las relaciones sentimentales son más inestables. Últimamente, por ejemplo, muchas parejas se separan nada más nacer sus hijos, un fenómeno antes poco común. Parece que, en algunos campos, esta generación y las venideras no están tan capacitadas para el sacrificio que exige una relación larga. El hecho de separarse, además, no está para nada estigmatizado en relación con tiempos pasados y la propia proliferación del fenómeno hace que se haya normalizado completamente. Existen más tentaciones, menos estabilidad económica y una mayor variabilidad en las actitudes, gustos e intereses. Esto conlleva una falta de roles fijados a través de las relaciones familiares de larga duración y hace que muchas personas busquen otros modos de pertenencia. Por otra parte, el núcleo tradicional familiar ha dado paso a otras formas de interacción entre parientes, fundamentadas en roles nuevos y dinámicas diferentes a las tradicionales con una clara merma de la autoridad paterna.
...La última causa que quiero proponer es el fundamento consumista sobre el que se asienta el mundo actual. La sociedad de consumo es intrínsecamente seductora y potencia estilos de vida hedonistas. A su vez, las personas consumen más cuanto más aisladas se encuentran. Solteros y solteras tratan de salir a ligar, a conocer gente, se ponen guapos, van al gimnasio, se hacen tatuajes, van a la peluquería, a comprar ropa, salen a tomar copas, a cenar en restaurantes. Para la gente soltera el juego de la identidad es esencial. Siempre se dijo que los gays tenían una buena posición social por el hecho de no tener familias y poder gastar su dinero en otras cosas. El consumismo hedonista del moderneo hace que muchas personas de mediana edad quieran volver atrás y cultivar una identidad juvenil. En este sentido, hay dos tipos claros, los modernos de los noventa que se niegan a cambiar, y los que habían llevado una vida convencional y una vez llegada la crisis de los cuarenta han querido experimentar aquello que se perdieron. Domina un hambre de aventuras y experiencias intensas de la que carecían nuestros antecesores.
Por otra parte, actualmente se habla de otras transformaciones vitales antes desconocidas como la crisis de los veintipico o «quarterly crisis», que afecta a la transición hacia la vida adulta. Esta nueva crisis es producto de la precariedad laboral y del precio de la vivienda, razón por la que muchos jóvenes siguen dependiendo de sus padres. Todas las culturas han contado con ritos de iniciación a la madurez que sirven de umbral para definir una nueva identidad. Se dice a menudo que las culturas occidentales carecen de dichos mecanismos y que los jóvenes encuentran hoy especiales dificultades para adaptarse a sus nuevas vidas. Estas transiciones pueden generar mucha ansiedad. Muchos jóvenes emancipados cuentan todavía con apoyo económico de sus familias, ya sea parcial o total. Se da en España, además, una vinculación estrecha entre los miembros de la familia (especialmente con la figura de la madre), típica de culturas latinas. Esta dependencia de los hijos con respecto a sus padres interfiere en la adquisición de una madurez tanto moral como social. Esta situación continúa en muchos casos incluso a pesar del éxito profesional y la independencia económica. Sé, por lo menos, de dos funcionarios de alto nivel que rebasan la treintena y a los que sus padres les traen la «comida del mes» en tuppers desde sus ciudades natales. En contrapartida a estas ataduras familiares y a la precariedad económica que minan la identidad individual, existe una gran variedad de potenciales experiencias. Hay una superabundancia de oferta en las actividades que uno puede realizar y las personas que puede conocer...
Por otra parte, la cultura de masas vende juventud en todas sus formas. El culto a la juventud se funda en un apetito dogmático vinculado al poder apolíneo de la imagen visual. Quizás, en sí misma, la juventud no sea tan valiosa como parecen señalar los medios. Si lo pensamos, la juventud cuenta en realidad con muchas desventajas: sufrimientos causados por asuntos nimios, la indeterminación de la identidad, la falta de conocimientos, de sensatez y racionalidad, el ser presa de falsas ilusiones y expectativas, y un largo etcétera. Sin embargo, los y las modelos de los anuncios son guapos y jóvenes, al igual que actores, actrices y cantantes. Antes era algo llamativo que un músico bueno fuese joven al sacar su primer disco. Hoy en día el marketing se queda con la carcasa y no con el contenido. Se enfatiza cómo este u otro cantante tiene solo veinte años pero, ¿qué importancia tiene la edad de un artista si su música es una mierda? Este dogmatismo mediático enfatiza la imagen y desprecia los contenidos. Dicha filosofía es reproducida por grandes masas de personas carentes de actitud crítica que consumen productos asociados a edades tempranas y que tratan de procurarse juventud a través del gasto económico en todas sus formas.
De todo este hedonismo y amplitud de posibilidades surge una nueva libertad que otorga nuevas oportunidades pero que, a su vez, crea angustia existencial. Ya no se siguen al pie de la letra algunos de los mandatos de la cultura a la que se pertenece. Antes te casabas, trabajabas y aguantabas el resto de tu vida. El hombre desempeñaba una profesión y la mujer cuidaba de los niños y nadie ponía en duda esta distribución de funciones. Algo cuestionable pero también muy práctico. Dichas formas de vida nos recuerdan a la animalidad, que se conduce a través del mandato del instinto.
Establecemos una analogía aquí entre los patrones culturales de acción y el instinto de los animales. La rígida estructura social del pasado, desvinculada de excedentes económicos, anulaba formas de pánico existencial y otorgaba una identidad inalterable a los ciudadanos. La destrucción de dichas estructuras crea una indeterminación identitaria que exige del individuo que decida quién quiere ser. En el pasado no había tantas dudas ni escepticismo, pero tampoco libertad. Actualmente dichas formas estándar de conducta cultural se están resquebrajando por los cambios sociales, económicos y culturales promovidos desde un capitalismo global, más flexible y disperso. Las personas nos desorientamos y tratamos de perseguir vocaciones, placeres, aunque sin saber muy bien cómo. En este sentido, nos convertimos en eternos adolescentes que no saben lo que quieren, que no logran fijar su identidad de modo definitivo, que sufren con un proceso interminable de alienante crecimiento e indeterminación. No es de extrañar que busquemos pertenecer a grupos y subculturas como la del moderneo y así obtener estabilidad identitaria.
Por otra parte, esta nueva libertad está necesariamente mediada por el capitalismo. Quién soy se define por un estilo de consumo. El moderneo representa un consumo concreto, caracterizado por la importación, reciclaje y reinterpretación de viejos fenómenos, costumbres y actitudes; la reapropiación de productos estéticos, culturales y culinarios tradicionales. Al ser entendida como novedosa, dicha forma de consumo se está imponiendo en el mercado, apropiándose de un espectro de consumidores cada vez más amplio, en detrimento de formas de consumo más conservadoras. La idealización mediática necesaria para vender dicho producto se vincula a los valores objetivos de la juventud: la belleza, la adaptabilidad, la vitalidad. Se construye así un discurso con el que las personas aspiramos a identificarnos a cambio de formas de reconocimiento social. La alienación imperante en una sociedad tan desaforadamente consumista nos impone una conciencia juvenil de la que emanan toda una serie de conductas, actividades e imágenes a las que nosotros mismos damos cuerpo activamente.
IÑAKI DOMINGUEZ
Sociología del Moderneo
2017
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