El dúo Michael Rother y Klaus Dinger hizo auténticas maravillas en poco tiempo y con menos dinero: su trilogía discográfica, hermosa como todas las obras imperfectas, repleta de impurezas que debieron ser limadas sobre la marcha y de improvisaciones producto de las circunstancias —el segundo disco se completó con dos temas procedentes de un anterior single con las revoluciones cambiadas, ya que en plena grabación se quedaron sin presupuesto—, constituye uno de los momentos más trascendentes, por las pautas que marcaron y por la convivencia lograda entre elementos de la electrónica y del rock, de este período. Abanderados del sonido Düsseldof, Rother y Dinger habían estado en los primeros Kraftwerk, y formaron Neu! a principios de los setenta. Desde entonces ningún otro grupo pudo hacerles sombra en sus elucubraciones rítmicas, que cristalizaron en el primer corte de su LP de debut, Neu! (1971), el siempre alabado «Hallogallo», una muestra perfecta de pulsión rítmica, repetición de un acorde, progresión eléctrica, utilización del wah wah y maraña de guitarras de raíz cósmica.
Imposible definir el sonido de este tema ni, en general, el de los discos de Neu! Julián Cope, en su libro Krautrocksampler (1996), apuesta por una música expresionista y revela, con tacto, que es un misterio que rehúsa ser misterioso.
En Neu! 2 (1973), Rother y Dinger, apoyados por el productor e ingeniero Conny Plank, nombre clave en el krautrock, repitieron la fórmula: un tema largo de perdurable cadencia rítmica —«Für Immer»— como antesala a un despliegue en corto de toda su sabiduría expositiva. Neu! utilizaron en estos dos primeros discos más instrumentos de raíz acústica —percusiones, piano, banjo japonés, bandoneón, violín— que electrónica, aunque en el tercero, Neu! 75 (1975), afloraron los teclados característicos del rock alemán cósmico, y en los temas cantados por Dinger (secundado por su hermano Thomas) despiertan la desazón propia del punk que estaba por llegar: un envoltorio más sucio para el fin de una era.
En 1996 se editó un compacto con una actuación de 1972, Neu! 72’, algo más que alimento para nostálgicos: Neu! estaban otra vez en primer plano, expoliados pero a la vez reivindicados. Veinte años después, Stereolab no podía esconder en sus trepanaciones rítmicas lo mucho que habían escuchado «Für Immer», y Thom Yorke (Radiohead) comparaba cualquier disco de Neu! con la sensación que puede tener un hombre al ser el primero que viaja por una carretera nueva. Por el camino quedaron, más olvidadas, las experiencias de Dinger con La Dusseldorf, un extraño equilibrio entre el techno naif y el sonido de Kraftwerk, y la asociación de Rother con la gente de Cluster, Dieter Moebius y Hans-Joachim Roedelius, en el proyecto Harmonia. Roedelius y Moebius, que habían finiquitado su experiencia con Conrad Schnitzler —primero fueron Kluster, luego, ce mediante, Cluster—, variaron de coordenadas con la participación del ex Neu! «Michael quería entrar en un contexto rock —recuerda Roedelius—, pero no funcionó porque ni Moebius ni yo podíamos expresar ese feeling.
Por eso Harmonía solo duró dos años. El primer disco era más aventurero; el segundo más “organizado”. De hecho, el segundo no deja de ser un disco de Michael en solitario.» Sus paisajes de música preindustrial, pues, se aclimataron a la hipnosis diseñada por Rother; un estimulante cónclave entre Dusseldorf y Berlín.
ORIOL ROSSELL
Extraído de Loops (2002)
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