Es común ver a gente que se conduce con altivez con el propósito de darse a valer. Existen personas que están «demasiado buenas» incluso para los objetos inanimados. Un día en el metro cerca de una zona de obras, me encontré con una mujer de cuerpo voluptuoso que andaba sobre sus tacones como un pato mareado y levantaba un Iphone (ahora elemento en la constelación sexy) con la muñeca doblada hacia atrás, su bolso entre antebrazo y bíceps. Antes de bajar por la escalera mecánica se encontró de cerca, aunque no del todo en su camino, con una pesada señal amarilla de obra que le resultó molesta y a la que dio un pequeño empujón para que cayese haciendo un ruido estrepitoso. Estuve a punto de reprochar su actitud desquiciada, pero me di cuenta de que estaba tan enajenada por condicionamientos y determinaciones sociales, tan obnubilada por la ideología y por el supuesto rol que debía desempeñar «una tía buena de verdad», que preferí callar. Por lo visto Bodybell le había convencido de no ser simpática, ¡ni con los objetos inanimados! Debo decir que también he visto a un hooligan o animal de bellota dar puñetazos a las puertas del vagón de metro por no abrirse lo suficientemente rápido, o a un joven vestido con una gabardina estilo Matrix abrir puertas automáticas con chasquidos de sus dedos haciendo una pantomima de la relación causa-efecto. Como diceRutger Hauer en Blade Runner (1982): «Yo he visto cosas que vosotros no creeríais».
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Esta visión económica de la sexualidad se nutre de un estrato ideológico bastante profundo pero, a un nivel superficial, vinculado al discurso mediático. Para ilustrarlo hablaré del llamado follamiguismo, un invento del pensamiento positivo y la ideología conformista que embellece la realidad circundante con sus filtros. En un contexto sexual como el de los modernos, vinculado al precio, la distinción, el estatus y los beneficios, el follamiguismo desinteresado y «puro» es improbable. Siguiendo a Bodybell, los amigos son «demasiado simpáticos» para ser objetos de nuestro deseo. Los follamigos no existen, si acaso hablaremos de amantes o de amigos que se han follado. Cuando tienes relaciones sexuales periódicas con otra persona se crea una intimidad sexual que necesariamente va más allá de la amistad. El nombre ha sido diseñado para satisfacer las mentes que se congratulan por ser tan libres y modernas; esas que regalan consoladores por los cumpleaños y se dan palmadas en la espalda por ser tan abiertas. Personas que, en muchos casos, reprimen su sexualidad real.
Normalmente ocurre que uno de los follamigos sufre en silencio su amor no correspondido mientras su supuesto amigo saca provecho de sus favores sexuales sin contemplación. Se habla de follamigos para aligerar la idea de la sexualidad, vinculándola a la amistad. Como si las satisfacciones, tensiones y conflictos derivados de la intimidad sexual se esfumasen con solo cambiar de nombre a las cosas: ¡Somos follamigos!
Este es uno de tantos dogmas que ocultan una flagrante contradicción. Vivo sometido a la ley de la oferta y la demanda pero a la vez se me dice que puedo tenerlo todo sin retribución. Que vivo en un mundo en el que es posible tomar un café sin cafeína, igual que el café tradicional; donde la leche no tiene leche; la Coca-Cola no tiene azúcar (que es como decir que el azúcar no tiene azúcar); en el que la cerveza «sin» vale tanto como la «con»; en el que puedo pillarme borracheras sin resaca; o en el que follar con preservativo es tan placentero como follar sin él (en esto soy yo más papista que el papa y solo en una cosa coincido con Manuel Fraga Iribarne: «¡Sin condón!»). Un profesor de Antropología Filosófica me comentaba que en un viaje al Amazonas al sentarse en una cafetería escuchó a dos turistas exclamar: «Esto es lo mejor, aventuras, ¡pero sin peligro!».
Hay que decir que en este mundo nada es light. En la vida hay que pagar el precio íntegro de todo lo que hacemos. Nos vemos obligados a pasar por distintas y difíciles transiciones vitales; tomamos decisiones irreversibles que determinan nuestras vidas en términos absolutos; en muchas ocasiones nos vemos abrumados por las circunstancias, nuestra voluntad constreñida entre la espada y la pared. Crecemos, sufrimos, disfrutamos, decaemos, nos corrompemos y morimos. Esta vida es un «ser para la muerte» que consiste en deslizarse inexorablemente hacia un abismo seguro y ningún anuncio de Leche Pascual, ni ninguna gruesa máscara de botox van a impedir que miremos la vida de frente cuando así lo requiera. Lo light y descafeinado sólo existen en la mente del biempensante, que piensa más bien poco, para vivir engañado y escapar así de su angustia existencial. Si quieres sintonizar con la ideología, ya sabes, piensa poco y acertarás. Aquí todo se paga, señores, ¡nada es gratis!
IÑAKI DOMÍNGUEZ.
"Sociología del moderneo"
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