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viernes, 13 de enero de 2023

¡Arriba los Indios!


Acuarela del artista Puneño Alcides Catacora.

EL PERU. PUEBLO DE INDIOS 

Un periodista yanqui ha afirmado, ante el escándalo de muchos, que el Perú es un pueblo de indios y que esa consideración ha influido en el ánimo del presidente Coolidge para negarle justicia en su controversia con Chile. 

Y ha dicho bien el periodista yanqui. El Perú es un pueblo de indios. El Perú es el Inkario. Cuatrocientos años después de la conquista española. Dos tercios de su población pertenecen a las razas regnícolas: siguen hablando los idiomas vernaculares. 

Para esos cuatro millones de peruanos, sigue siendo el Hombre Blanco un usurpador, un opresor, un ente extraño y extravagante. 

El Hombre Blanco, en buena cuenta, no ha sustituido al indígena sino a una clase social inkaica. A los que mandaban, a los que dominaban. El Monarca Español heredó al Monarca Indio, le sucedió en el derecho de gobernar y en el de la propiedad de las tierras "del Inka”. La Iglesia se apoderó de las tierras "del sol". De muchas tierras públicas y privadas salió el repartimiento. Al curaca reemplazó el encomendero, el terranetiente, el gamonal. El Hombre Blanco sustituyó, pues, a los inkas, es decir, a la nobleza del imperio

El pueblo siguió siendo netamente americano. 

El Hombre Blanco construyó la Ciudad a la española, unas veces sobre las ruinas de la urbe inkaica, como el Cuzco, otras veces no: la ciudad salió de la nada, aunque la "mano de obra" fuera siempre india. 

Lima, Arequipa, Trujillo, Piura, fueron surgiendo por mandato del español dominador, pero por esfuerzo del regnícola. 

Mas, el Perú esencial, el Perú invariable no fue. 

No pudo ser nunca sino indio. De un cabo a otro del territorio, erizado está el mapa de toponimias keswas, aymaras, mochicas, pukinas. Ciudades, aldeas, ventorros, haciendas, heredades, simples parcelas, montañas, ríos, valles, lagunas, todo está bautizado por la Raza. 

En vano el esfuerzo de llamar Grau a Cotabambas o Espinar a los distritos altos de Kanas o Melgar a Ayaviri. En vano suavizar la ruda fonética de los ásperos apellidos o, absurdo descastamiento. traducirlos algunas veces al español. Los Kispes y los Waman, los Kondori y los Changanaki, los Ch’ekas y los Chok'ewanka están denunciando la verdad inmarcesible: el Perú es indio y lo será mientras haya cuatro millones de hombres que así lo sientan, y mientras haya una brizna de ambiente andino, saturado de las leyendas de cien siglos... 

¡El Perú es indio! 

Precisan cuántos siglos para darse cuenta de este hecho primordial. Ha sido necesaria una evolución profunda en el pensamiento para que haya quien se atreva a proclamarlo así. Que esta verdad como un rayo andino fuera capaz de rasgar la áspera atmósfera de engaño en que vivíamos. 

Todos contribuyeron al galeotismo de apellidar al Perú pueblo moderno, pueblo blanco, pueblo europeo. 

Inclusive los indios que lograban redimirse de su inferioridad social, negando su origen, aunque el rostro los desmintiera. Se tenía vergüenza de ser indio, como se tiene vergüenza de ser esclavo. 

Era legítimo el anhelo del agricultor o del pastor indígena: que sus hijos adquirieran la posibilidad de no ser esclavos. Había que enriquecerlos, había que educarlos a la española, había que vestirlos como caballeros. Gutiérrez, Rodríguez o Meléndez apellidaría el hijo de Juan Waman y Petrona Kispe. Sería doctor y viviría en la ciudad, dueño de una casa y de una hacienda. Llegaría a diputado, a ministro, a vocal. Maldito si se acordara más de Juan Waman y Petrona Kispe. Si algunas veces los infelices intentaran llamarle “su hijo", qué ofensa para "el doctor"... 

He aquí la tremenda tragedia silenciosa de que ha sido teatro el Perú durante cuatrocientos años, solo por negar esta verdad cardinal: que el Perú es un pueblo de indios. 

Pero, aclamada la gran verdad, dignificado El Indio. señor de la tierra, creación del Ande, granítico símbolo de una cultura inmortal, los Kispe y los Waman tendrán a orgullo firmar así, ya no será un baldón para el doctor Crisanto Condori que sus viejos padres —que por él se sacrificaron— le sigan amando como a retoño de la raza, con el mismo candor que cuando Crisantucha pastaba las ovejita en el cerro del ayllu.

Hay que medir y sopesar la trascendencia de este descubrimiento sensacional, de esta invención feliz de que el Perú es un pueblo de indios. Significa este hecho la rehabilitación de la mayoría de los pobladores del país. Significa su emancipación verdadera de la esclavitud en que yace. Significa —sobre todo y ante todo — que ha nacido la conciencia nacional, que ya el Perú no es un pueblo caótico y sin rumbo. 

Sabiéndose el Perú un pueblo de indios, está trazada la ruta que debe seguir. La gran luz que proyecta su propia verdad no ha de menester de extrañas y débiles linternas. 


COSTA Y SIERRA 

En una sociología freudiana, estas dos regiones del Perú representarían dos sexos. Feminidad la costa, masculinismo la sierra. Ya en el tiempo precolombino se habían marcado los contrastes: gentes amigas de la holganza, de la vida muelle, de los placeres viciosos, eran las del litoral, en tanto que las andinas se distinguían por la rudeza de sus costumbres, su frugalidad y su espíritu bélico. Bien lo hacía notar el fraile Las Casas, en su apologética historia. 

En el periodo de la conquista, las hazañas de los bravos aventureros se realizaban entre los riscos y los peñascales de las tierras altas; del Cuzco salían todas las expediciones, ya al Tucumán. ya a los desiertos de Atacama. 

Existieron dos coloniajes: el coloniaje de Lima, pleno de sibaritismos y refinamientos, con un acentuado perfume versallesco —la Perricholi su símbolo— y el coloniaje del Cuzco, austero hasta la adustez, varonil y laborioso. La colonia costera tiene su tradicionista y la crónica cortesana de Ricardo Palma. La colonia serrana no está historiada

El peninsular absorbió el barroquismo chimú-naska: tras de las montañas fue americanizado virilmente el hijo de Castilla. En las sierras, lo indio se impone: a las orillas del mar, lo español. 

Este "eterno femenino" de Lima tiene sus mejores páginas en la historia republicana, desde los albores de la vida libre. 

San Martín se adormeció en sus brazos con laxitud capuana, en tanto que Bolívar se vigorizaba en los fríos climas de los campos  serraniegos. En el Cuzco, el Libertador se postró ante el solio de los Inkas: en Lima, el Libertador era servido de rodillas. Lima fue dos veces violada por el invasor extranjero, y su feminidad se exacerbó siempre en su diplomacia versátil; ningún vencedor osó acercarse al Cuzco, y su masculinidad se dejó sentir en la enhiesta actitud bélica que le hizo —todo tiempo— temible

Lima y la costa representan el aduar convertido en urbe, frente a la soledad parámica de sus arenales. 

El Cuzco y la sierra son la naturaleza, el ruralismo, lo perenne, lo indesarraigable. Nada extraño que Lima sea extranjerista —¡hispanófila!— imitadora de los exotismos, europeizada, y el Cuzco, vernáculo, nacionalista, castizo, con un rancio orgullo de legitima prosapia americana. 

Lima se regocija cuando el huésped hiperboliza su feminidad: "No hay mujer más bella en el mundo que la limeña". Al Cuzco le es grato el reconocimiento de su virilidad y de su altivez. Lima tiene la nostalgia de sus virreyes donjuanescos, y el Cuzco la de sus austeros reyes, los Hijos del Sol. Qué extraño que en Lima se pronuncie a cada instante el ditirambo a la Madre España, con tierna emoción filial —servil—, y en el Cuzco no haya amenguado la hispanofobia de cuatro siglos, viéndose en cada peninsular al verdugo de la raza. 

Teatro de la historia incaica es la sierra. En cada vallecito. en cada repliegue andino, en las planicies cordilleranas, allí se desenvuelve el proceso histórico del Perú. 

La sierra es la nacionalidad.

El Perú vive fuera de sí, extraño a su ser íntimo y verdadero, porque la sierra está supeditada por la costa, uncida a Lima. Sólo de este modo se explica que haya República Unitaria Central, que predomine lo que no es autóctono, que gobierne y dicte las leyes una minoría extravagante sin ningún vínculo ni afinidad con el Pueblo del Perú, con la raza que creó la cultura por el esfuerzo milenario. 

La monstruosa planta urbana crecerá en el litoral: extenderá sus tentáculos hasta el mar. Otra vez quien sabe Chan Chan y Cajamarquilla reunirán en su seno millones de ciudadanos. Y la civilización producirá sus frutos podridos, y su flor de decadencia lucirá con los más lindos colores y el perverso aroma exquisito embriagará. 

Pero un día bajarán los hombres andinos como huestes tamerlánicas Los bárbaros —para este Bajo Imperio— están al otro lado de la cordillera. Ellos practicarán la necesaria avulsión. 

LUIS E. VALCÁRCEL
"Tempestad en los Andes"
1927

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barbarismos

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El Comité empezó a ser acosado por la policía. Hipólito Salazar, que había fundado la Federación Indígena Obrera Regional Peruana, fue deportado. Urviola enfermó de tuberculosis y falleció el 27 de enero de 1925. Cuando enterraron a Urviola varios dirigentes de la Pro-Derecho Indígena Tahuantinsuyo no pudieron asistir a su velatorio en el local de la Federación de Choferes, en la calle Sandia. El sepelio fue multitudinario. Los ejércitos particulares de los hacendados se dedicaron a quemar las escuelas que el Comité había abierto en diversos puntos del interior del Perú y persiguieron también a sus alumnos y profesores. Antes de la sublevación de Huancané de 1923, fusilaron a tres campesinos de Wilakunka solo porque asistían a una de estas escuelas. El año siguiente, durante una inspección que realizó a las comunidades de Huancané, el Obispo de Puno, Monseñor Cossío, constató la acción vandálica de los terratenientes que habían incendiado más de sesenta locales escolares. No contentos con quemar las escuelas que organizaba el Comité y asesinar a sus profesores o alumnos, los gamonales presionaron a las autoridades locales para que apresen a los delegados indígenas y repriman a los campesinos que los apoyaban. Entre 1921 y 1922, diversos prefectos y subprefectos perpetraron crímenes y atropellos. Hubo casos donde fueron los mismos gamonales los que se encargaron de asesinar a los delegados de la Pro-Derecho Indígena Tahuantinsuyo. Domingo Huarca, delegado de los comuneros de Tocroyoc, departamento del Cusco, quien había estado en Lima tramitando memoriales, fue brutalmente asesinado. Los gamonales primero lo maltrataron, después le sacaron los ojos y finalmente lo colgaron de la torre de una iglesia. Vicente Tinta Ccoa, del subcomité de Macusani, en Puno, que fue asesinado por los gamonales del lugar. En agosto de 1927, la Pro-Derecho Indígena Tahuantinsuyo dejó de funcionar luego que, mediante una resolución suprema, el gobierno de Leguía prohibió su funcionamiento en todo el país. Gran parte de la promoción de líderes indígenas que se forjó con la Pro-Derecho Indígena Tahuantinsuyo engrosó los nuevos movimientos sociales que iban a desembocar en la formación del Partido Comunista y el Partido Aprista. Fueron los casos de Ezequiel Urviola, Hipólito Salazar y Eduardo Quispe y Quispe, que fueron atraídos por la prédica socialista de José Carlos Mariátegui; o de Juan Hipólito Pévez y Demetrio Sandoval, que se acercaron a Víctor Raúl Haya de la Torre y el Partido Aprista. En 1931, después del derrocamiento de Leguía y la muerte de Mariátegui, el Partido Socialista, convertido en Partido Comunista, lanzó la candidatura del indígena Eduardo Quispe y Quispe a la Presidencia de la República. HÉCTOR BÉJAR.

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realismo capitalista peruano, ¡ja, ja!

rojo 2

es más fácil imaginarse el fin del mundo que el fin del capitalismo

En tercer lugar, un dato: una generación entera nació después de la caída del Muro de Berlín. En las décadas de 1960 y 1970, el capitalismo enfrentaba el problema de cómo contener y absorber las energías externas. El problema que posee ahora es exactamente el opuesto: habiendo incorporado cualquier cosa externa de manera en extremo exitosa, ¿puede todavía funcionar sin algo ajeno que colonizar y de lo que apropiarse? Para la mayor parte de quienes tienen menos de veinte años en Europa o los Estados Unidos, la inexistencia de alternativas al capitalismo ya ni siquiera es un problema. El capitalismo ocupa sin fisuras el horizonte de lo pensable. Jameson acostumbraba a detallar con horror la forma en que el capitalismo penetraba en cada poro del inconsciente; en la actualidad, el hecho de que el capitalismo haya colonizado la vida onírica de la población se da por sentado con tanta fuerza que ni merece comentario. Sería peligroso y poco conducente, sin embargo, imaginar el pasado inmediato como un estado edénico rico en potencial político, y por lo mismo resulta necesario recordar el rol que desempeñó la mercantilización en la producción de cultura a lo largo del siglo XX. El viejo duelo entre el détournement y la recuperación, entre la subversión y la captura, parece haberse agotado. Ahora estamos frente a otro proceso que ya no tiene que ver con la incorporación de materiales que previamente parecían tener potencial subversivo, sino con su precorporación, a través del modelado preventivo de los deseos, las aspiraciones y las esperanzas por parte de la cultura capitalista. Solo hay que observar el establecimiento de zonas culturales «alternativas» o «independientes» que repiten interminablemente los más viejos gestos de rebelión y confrontación con el entusiasmo de una primera vez. «Alternativo», «independiente» yotros conceptos similares no designan nada externo a la cultura mainstream; más bien, se trata de estilos, y de hecho de estilos dominantes, al interior del mainstream.
Nadie encarnó y lidió con este punto muerto como Kurt Cobain y Nirvana. En su lasitud espantosa y su furia sin objeto, Cobain parecía dar voz a la depresión colectiva de la generación que había llegado después del fin de la historia, cuyos movimientos ya estaban todos anticipados, rastreados, vendidos y comprados de antemano. Cobain sabía que él no era nada más que una pieza adicional en el espectáculo, que nada le va mejor a MTV que una protesta contra MTV, que su impulso era un cliché previamente guionado y que darse cuenta de todo esto incluso era un cliché. El impasse que lo dejó paralizado es precisamente el que había descripto Jameson: como ocurre con la cultura posmoderna en general, Cobain se encontró con que «los productores de la cultura solo pueden dirigirse ya al pasado: la imitación de estilos muertos, el discurso a través de las máscaras y las voces almacenadas en el museo imaginario de una cultura que es hoy global». En estas condiciones incluso el éxito es una forma del fracaso desde el momento en que tener éxito solo significa convertirse en la nueva presa que el sistema quiere devorar. Pero la angustia fuertemente existencial de Nirvana y Cobain, sin embargo, corresponde a un momento anterior al nuestro y lo que vino después de ellos no fue otra cosa que un rock pastiche que, ya libre de esa angustia, reproduce las formas del pasado sin ansia alguna.
La muerte de Cobain confirmó la derrota y la incorporación final de las ambiciones utópicas y prometeicas del rock en la cultura capitalista. Cuando murió, el rock ya estaba comenzando a ser eclipsado por el hiphop, cuyo éxito global presupone la lógica de la precorporación a la que me he referido antes. En buena parte del hip hop, cualquier esperanza «ingenua» en que la cultura joven pueda cambiar algo fue sustituida hace tiempo por una aceptación dura de la versión más brutalmente reduccionista de la «realidad». «En el hip hop», escribió SimonReynolds en su ensayo de 1996 para The Wire :
«Lo real» tiene dos significados. En primer lugar, hace referencia a la música auténtica que no se deja limitar por los intereses creados y se niega a cambiar o suavizar su mensaje para venderse a la industria musical. Pero «real» también es aquella música que refleja una «realidad» constituida por la inestabilidad económica del capitalismo tardío, el racismo institucionalizado, la creciente vigilancia y el acoso sobre la juventud de parte de la policía. «Lo real» es la muerte de lo social: es lo que ocurre con las corporaciones que, al aumentar sus márgenes de ganancia, en lugar de aumentar los sueldos o los beneficios sociales de sus empleados responden […] reduciendo su personal, sacándose de encima una parte importante de la fuerza de trabajo para crear un inestable ejército de empleados freelance y demedio tiempo, sin los beneficios de la seguridad social.


MARK FISHER.

perú post indie

Haz el ejercicio de pasear una tarde por la plaza del Cuzco, siéntate a la vera de su fuente y distinguirás entre cuzqueños, entre las decenas de argentinos hippies (muchos realmente insoportables), unos cuantos chilenos y de esa pléyade de "gringos" -que vienen dispuestos a ser estafados, bricheados, etc-, a unos curiosos especímenes: los limeños.
Contrariamente a lo que creemos los hijos de esta tierra, lo primero que nos delatará será nuestro "acento". Sí, querido limeño, tenemos acento, un acentazo como doliente, como que rogamos por algo y las mujeres, muchas, además un extraño alargamiento de la sílaba final. Pero lo que realmente suele llamarme la atención es la manera como nos vestimos para ir al Cuzco, porque, el Cuzco es una ciudad, no el campo. Tiene universidades, empresas, negocios, etc. Siin embargo, casi como esos gringos que para venir a Sudamérica vienen disfrazados de Indiana Jones o su variante millenial, nosotros nos vestimos como si fuésemos a escalar el Himalaya. Ya, es verdad que el frío cuzqueño puede ser más intenso que el de la Costa -aunque este invierno me esté haciendo dudarlo- pero echa un vistazo a todo tu outfit: la casaca Northfake, abajo otra chaquetilla de polar o algo así de una marca similar, las botas de montañista, tus medias ochenteras cual escarpines, todo...
Y es que esa es la forma como imaginamos la Sierra: rural, el campo, las montañas, aunque en el fondo no nos movamos de un par de discotecas cusqueñas. Es decir, bien podrías haber venido vestido como en Lima con algo más de abrigo y ya; pero no, ir al Cuzco, a la sierra en general es asistir a un pedazo de nuestra imaginación geográfica que poco tiene que ver con nuestros hábitos usuales del vestido, del comportamiento, etc. Jamás vi en Lima a nadie tomarse una foto con una "niña andina" como lo vi en Cuzco y no ha sido porque no haya niños dispuestos a recibir one dollar por una foto en Lima, pero es que en Cuzquito (cada vez que escucho eso de "Cuzquito" me suda la espalda) es más cute. Ahora, sólo para que calcules la violencia de este acto, ¿te imaginas que alguien del Cuzco -Ayacucho, Huancavelica, Cajamarca o hasta de Chimbote- viniese y te pidiera tomarse una foto con tu hijita, tu sobrino, o lo que sea en Larcomar para subirlo a Instagram o al Facebook? ¿Hardcore, no?


FRED ROHNER
Historia Secreta del Perú 2

as it is when it was

sonido es sonido

sonido es sonido

pura miel

nogzales der wil

RETROMANÍA

"...Pero los 2000 fueron también la década del reciclado rampante: géneros del pasado revividos y renovados, material sonoro vintage reprocesado y recombinado. Con demasiada frecuencia podía detectarse en las nuevas bandas de jóvenes, bajo la piel tirante y las mejillas rosadas, la carne gris y floja de las viejas ideas... Pero donde lo retro verdaderamente reina como sensibilidad dominante y paradigma creativo es en la tierra de lo hipster, el equivalente pop de la alta cultura. Las mismas personas que uno esperaría que produzcan (en tanto artistas) o defiendan (en tanto consumidores) lo no convencional y lo innovador: ese es justamente el grupo más adicto al pasado. En términos demográficos, es exactamente la misma clase social de avanzada, pero en vez de ser pioneros e innovadores han cambiado de rol y ahora son curadores y archivistas. La vanguardia devino en retaguardia." SIMON REYNOLDS Retromanía

kpunk

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