Las ciudades del país, en especial Lima, han recibido un torrente sostenido de migraciones desde mediados del siglo XX, pero en las universidades actuales no ha habido mayor proceso de migración cultural, hay muy pocas ideas y conceptos 'migrantes' por llamarlo de algún modo. Digamos que el choleo epistemológico es la norma. El tremendo éxito que tiene entre los estudiantes la distinción y oposición entre ciencia y sentido común provoca que tengamos universidad con muchos edificios y pocas ideas. El resultado es un rezago institucional escandaloso al hacer comparaciones con otros países.
Las expectativas por el nuevo siglo XX
Si hacemos una revisión del siglo XX hay dos elementos cruciales: la ciudad como vitrina, como exhibición de novedades, y la aparición de un auditorio nacional por obra de la cultura de masas, especialmente la cultura audiovisual.
Todos conocemos fotos de todas las ciudades del Perú, donde a comienzos del siglo XX aparecen los primeros automóviles, motocicletas, aviones y calles asfaltadas; el paso del adoquín al pavimento, la construcción de edificios; la importancia nocturna de la luz artificial.
El área urbana fue también el espacio para las actividades industriales, que intentaron convertirse en orientadoras de la economía, pero nunca lo lograron. Incluso en la actualidad, la mayor parte de las exportaciones, del ingreso de divisas, tiene por base los minerales y las riquezas marinas. En otras palabras, en las ciudades se concentraba mucho lujo, prestigio, pero el trabajo no ocupaba un lugar privilegiado en la escala de los valores morales. Este carácter relegado de la industria dio a las ciudades un aire de promesa incumplida, de apariencia engañosa. A diferencia de las ciudades burocráticas de la era colonial, cuyas funciones en la creación de un orden espacial eran básicamente administrativas, a las del siglo XX se les pedía que aseguraran el trabajo en forma estable.
En algunos años, entre fines de los cuarenta y comienzos de los cincuenta, parece que hubo esa posibilidad, pero se trató solo de un paréntesis económico debido al aumento del precio de muchas materias primas durante la Segunda Guerra Mundial. Aquí podemos encontrar una de las explicaciones de la sensación de permanente desorden urbano. Mientras los ideales de crecimiento económico estén concentrados en actividades rentistas, donde la producción está subordinada, como en el caso de la extracción de recursos naturales, la ciudad continuará en ese peculiar lugar ficticio de ser el espacio para los símbolos de la modernidad, especialmente en arquitectura, modas, consumo, pero sin el sustento de ser también el espacio de la producción. La entrada en una era posindustrial o informacional nos encuentra con este legado de una ciudad, en el caso específico de Lima, que dejó de ser letrada pero no alcanzó a ser industriosa. De ahí esa sensación que ofrece Lima a los migrantes internos: un lugar donde hay dinero, plata, pero no hay trabajo. Una de las enseñanzas de la era moderna es que donde trabajo y dinero no confluyen, es el terreno ideal para la proliferación de la corrupción, la autoestima dañada como rasgo de la cultura pública, y sobre todo, la sensación de una gran distancia entre los habitantes urbanos, especialmente al momento de cumplir con las reglas de la convivencia en los espacios públicos. Esta es una situación que es cada vez más frecuente encontrar en las ciudades capitales de muchos países del Tercer Mundo. Las ciudades, a pesar de todas sus apariencias que las ubican como el escenario principal de la modernidad, son a la vez la retaguardia económica. Pero como sedes de un poder político muy centralizado, además de ser el principal foco demográfico, tienden a enfrentar severos problemas de legitimidad en sus gobiernos.
GUILLERMO NUGENT
La desigualdad es una bandera de papel. Antimanual de sociología peruana.
2021
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