Por LUIS E. VALCÁRCEL
1927
AVATAR
La cultura bajará otra vez de los Andes.
De las altas mesetas descendió la tribu primigenia a poblar planicies y valles. Desde el sagrado Himalaya. Desde el Altar misterioso arranca el impulso vital de los pueblos fundadores. En el camino las razas se juntan y entrechocan, se mezclan y se separan. Cada una se afirma en su esencia, pese a homologías temporarias. El árbol étnico vive de sus raíces aunque sus ramas se enreden en la maraña del bosque, aunque su copa se vista de exóticas flores. La Raza perdura.
Eclipses, quebrantamientos, inferioridad y opresión: todo lo resiste. Vive en alzas y bajas, en florecimientos y decadencias: el brillo o la sombra no le afectan en lo íntimo.
Puede ser hoy un imperio y mañana un hato de esclavos. No importa. La raza permanece idéntica a sí misma. No son exteriores atavíos, epidérmicas reformas, capaces de cambiar su ser.
El indio vestido a la europea, hablando inglés, pensando a la occidental, no pierde su espíritu.
No mueren las razas. Podrán morir las culturas, su exteriorización dentro del tiempo y del espacio. La raza keswa fue cultura titikaka y después ciclo inka. Perecieron sus formas. Ya nadie erige monolitos Tiawanaku ni fabrica aryballus Kosko.
Pero los keswas sobreviven todas las catástrofes. Después del primer imperio, cayeron los andinos en el felahísmo. Mas, de la humana nebulosa, casi antropopiteca, surgió el inkario, otro luminar que duró cinco siglos, y habría alumbrado cinco más sin la atilana invasión de Pizarro.
De ese rescoldo cultural todavía viven cuatro millones de hombres en el Perú y seis más entre el Ecuador, Bolivia y la Argentina. Diez millones de indios caídos en la penumbra de las culturas muertas.
De las tumbas saldrán los gérmenes de la Nueva Edad. Es el avatar de la Raza.
No ha de ser una Resurrección de El Inkario con todas sus exteriores pompas. No coronaremos al Señor de Señores en el templo del Sol. No vestiremos el unku ni cubriráse la trasquilada cabeza con el llautu, ni calzaránse los desnudos pies con la usuta. Dejaremos tranquila a la elegante llama servicial. No serán momificados nuestros cuerpos miserandos. No adoraremos siquiera al Sol, supremo benefactor. Habremos olvidado para siempre el kipus: no intentaremos reanimar instituciones desaparecidas definitivamente. Habrá que renunciar a muchas bellas cosas del tiempo ido, que añoramos como románticos poetas. Mas, cuánta belleza. cuánta verdad, cuánto bien emanan de la vieja cultura. del milenario espíritu andino: todo fue desvalorizado por la presunción de superioridad de los civilizadores europeizantes. La Raza, en el nuevo ciclo que se adivina, reaparecerá esplendente, nimbada por sus eternos valores, con paso firme hacia un futuro de glorias ciertas. Es el avatar. la incesante transformación, ley suprema que todo lo rige, desde el curso de los mundos estelares hasta el proceso de estas otras grandes estrellas que son las razas que pululan por el globo, erráticas dentro de un sistema: es el avatar que marca la reaparición de los pueblos andinos en el escenario de las culturas. Los Hombres de la Nueva Edad habrán enriquecido su acervo con las conquistas de la ciencia occidental y la sabiduría de los maestros de oriente. El instrumento y la herramienta, la máquina, el libro y el arma nos darán el dominio de la naturaleza: la filosofía-clave-metapsíquica hará penetrante nuestra mirada en el mundo del espíritu.
En lo alto de las cumbres andinas, brillará otra vez el sol magnífico de las extintas edades. Por sobre las montañas, en el espacio azul que sirve de fondo a los Andes —bambalinas de lo infinito— se producirá la armonía de Oriente a Occidente, cerrando la curva abierta milenios atrás. Se cumple el avatar: nuestra raza se apresta al mañana: puntitos de luz en la tiniebla cerebral anuncian el advenimiento de la Inteligencia en la actual agregación subhumana de los viejos keswas.
EL SOL DE SANGRE
"La sociedad alentaba en un espíritu occidental y
el pueblo vivía con el alma en la tierra. Entre estos
dos mundos no había inteligencia alguna. No había
comunicación; no se perdonaban uno a afro".
SPENGLER.
¿Rusia? ¡El Perú!
He aquí nuestra historia nacional, el perenne conflicto entre los invasores y los invadidos, entre España y las Indias, la lucha de los Hombres Blancos y la Raza de Bronce; guerra sin tregua, todavía sin esperanzas de un pacto de paz. Cinco siglos de cotidiana batalla que consagra y ratifica en cada amanecer el dominio victorioso del conquistador, pero que no da la seguridad de nuevas auroras idénticas. Desconfía el que oprime y maltrata; si no muere la víctima, se vengará.
Desgraciadamente para el tirano, las razas no mueren.
Un día alumbrará el Sol de Sangre, el Yawar-Inti, y todas las aguas se teñirán de rojo: de púrpura tornarán las linfas del Titikaka; de púrpura, aún los arroyos cristalinos. Subirá la sangre hasta las altas y nevadas cúspides. Terrible Dia de Sol de Sangre.
¿Dónde están las fuentes de esta inundación de rojas aguas?
¿Se ha vertido el ánfora secreta?
Es que sangra el corazón del pueblo. El Dolor de un Milenio de Esclavitud rompió sus diques. Púrpura de los espacios, púrpura del Sol. púrpura de la tierra: eres la Venganza.
Aún en la noche el Fuego alumbrará los mundos. Será el incendio purificados
¡Oh! La esperada Apocalipsis, el Día del Yawar-Inti que no tardará en amanecer.
¿Quién no aguarda la presentida aurora?
El vencedor injusto que ahogará en su propia sangre al indio rebelde. ¿No oís por allí la prédica del exterminio, de la cacería inmisericorde? Ya las matanzas de Huanta. de Cabanillas. de Layo, de cien lugares más son ráfagas del Gran Dia Sangriento.
El vencido alimenta en silencio su odio secular; calcula fríamente el interés compuesto de cinco siglos de crueles agravios. ¿Bastará el millón de víctimas blancas?
Desde su mirador de la montaña, desde su atalaya de los Andes, escruta el horizonte. ¿Serán estos celajes de fuego la señal del Yawar-Inti?
Obseca el odio.
Volved a la razón, hombres de los Dos Mundos. Tú, hombre “blanco", mestizo indefinible, contagiado de la soberbia europea, tu presunción de "civilizado" te pierde. No confíes en las bocas inánimes de tus cañones y de tus fusiles de acero. No te enorgullezcas de tu maquinaría que puede fallar.
Es incurable tu ceguera ¡Sigues viendo en el hombre de tez bronceada a un ser inferior de otra especie distinta a la tuya, hijo de Adán, nieto de Jehová! Tu ideología no cambia en lo cotidiano: reencarnas a Sepúlveda. el doctor salmantino que negó humanidad a los indios de América.
Altanero dominador de cinco siglos: los tiempos son otros. Es la ola de los pueblos de color que te va a arrollar si persistes en tu conducta suicida. Arrogante colonizador europeo, tu ciclo ha concluido. La tierra se poblará de Espartacos invencibles.
Y tú, hombre de los Andes, persiste en ti mismo, cúmplase tu sino. Obedece el mandato de la tierra, si vives con su alma; pero, no te consuma el odio. El amor es demiurgo.
Haciéndote grande y fuerte, el blanco te respetará. Triunfarás sin ensangrentar tus manos puras de hijo del campo.
Sueñen los malvados con el Sol de sangre; en tu alma regenerada sólo brillará el rayo del sol que besa la tierra en la santa cópula de todos los dias...
Como en la cósmica armonía, los dos mundos girarán dentro de sus órbitas, recibiendo, por igual, el hálito creador del Rey de los astros.
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